lunes, 27 de noviembre de 2017

SOBRE ANGLOINDIOS.



























Fue mi amigo Muralee Rama Varma quien me sacó del error de creer que un angloindio es un indio britanizado. Sí, claro, para quien lo sepa (para mí ahora) resulta bastante obvio pero yo entonces era un poco más ignorante que hoy. El caso es que Muralee me despertó por este tema cierto interés que quedó al acecho, emboscado en algún rincón de la curiosidad.
Tras la corrección de mi amigo quise suponer, y esta vez acerté, que un angloindio es un indio descendiente de ingleses.
Tiempo después en algún viaje me topé con un libro titulado The Jadoo House. Travels in Algloindia, escrito por Laura Roychowdhury. La verdad es que la portada, con una joven morena con mirada triste de animal enjaulado y rodeada de flores, mariposas y vías de tren, no incitaba demasiado a comprarlo. Menos aún cuando bajo el título se leía “Intensely personal, evocative, erotic”, comentario al parecer extraído de la revista The Times pero más adecuado para un bestseller barato que para un libro de viajes. Pero lo compré, y bien hice.
Y hoy estoy dispuesto a deleitar a mis probablemente inexistentes lectores hablándoles de este interesante asunto.

DEFINICIÓN
Antes de nada conviene aclarar qué es un angloindio, dado que el término ha cambiado su significado a lo largo de las décadas. Originalmente por angloindio se entendía un inglés residente y trabajador en la India, regresado tras una estancia más o menos larga y frecuentemente enriquecido (algo similar a los que, retornados de América, en Asturias llamaron indianos) o bien al nacido en India de padres ambos ingleses. El significado hoy es radicalmente distinto.
 Los hoy llamados angloindios han recibido diferentes apelativos, con frecuencia con connotaciones peyorativas o eufemísticas dependiendo del grado de aceptación o rechazo que en cada momento se les otorgara, tales como sangre mezclada, raza mezclada, nacidos en el país, piel azul, media-casta, firingui, euroasiáticos, tash, indios del este, etc, términos lastrados por cambiantes matices, a veces ínfimos, más sujetos al momento y lugar donde se emplearan, así como de quién los utilizara, que a una diferencia real de significado, y muchos de ellos claramente inapropiados. Es sorprendente, por ejemplo, el uso de firingui, deformación de franqui, término acuñado en Tierra Santa durante las cruzadas con el significado original de francés y, por extensión, cristiano.
Así que, para entendernos, independientemente de que utilicemos alguno de los mencionados términos, de aquí en adelante y salvo indicación en contra, cuando usemos la palabra “angloindio” nos acogeremos a la definición recogida en la Constitución de Independencia de la India, efectiva desde el 26 de Enero de 1950, según cuyo artículo 366 un angloindio es:
 …una persona cuyo padre o algún otro antecesor por línea paterna es o fue de ascendencia europea, que está domiciliado en el territorio de India y que ha nacido en dicho territorio de padres establecidos en él de manera permanente y no sólo residentes de forma temporal.
Las objeciones que a esta definición, hoy oficial, pueden oponerse irán saliendo más adelante. Sí conviene precisar aquí que, aunque no se mencionara explícitamente, se daba por supuesto que la lengua madre de un angloindio es el inglés, lo que condujo a una nueva definición en 1957 que, idéntica por lo demás, incluía este requisito.
Quizá la primera defensa del uso actual del término fue la esgrimida fusta en mano por Andrew Hearsey, hijo del coronel Sir John Bennet Hersey, quien golpeó al editor del periódico The Pioneer por publicar un artículo en el que se les denominaba “media casta”.
Mi gente ha de ser tratada con el debido respeto y llamada por el nombre apropiado, que es angloindios. Los descendientes de sajones y británicos fueron llamados anglosajones, los descendientes con normandos se llamaron anglonormandos y por tanto nosotros somos angloindios.
El artículo de la discordia estaba firmado por nada menos que Rudyard Kipling.
Pero por entonces la sociedad inglesa se resistía a aceptar el término; la raíz “anglo” no podía estar asociada a gente de pìel oscura, así que en medios británicos se siguió usando como “inglés regresado de India”, significado que no implicaba mezcla de sangre, hasta principios del siglo XX.

THE JADOO HOUSE. Travels to Angloindia. Laura Roychowdhury.

Sobre el mencionado libro, comenzaré diciendo lo que no me gusta, en lo que seré breve, y es que Laura Roychowdhury mezcla en el texto una historia personal de amor y/o pasión totalmente fuera de lugar, supongo que de máximo interés para la autora pero nulo para el lector, desafortunado injerto que alcanza su máximo en el último capítulo, en el que la autora relata ¡su boda!, asunto ajeno al cuerpo del tema que anuncia el título y que probablemente ha incitado a los demás lectores, tanto como a mí, a comprar el libro y capítulo cuya lectura me he permitido soslayar, tal y como habría hecho con los anteriores pasajes de los amoríos de la autora de haber sido capaz de detectarlos con antelación.
Por lo demás The Jadoo House es un magnífico, interesantísimo y particular libro de viaje más social que geográfico en el que Roychowdhury, aunque visita y describe con detalle lugares que en la historia han sido importantes en la vida y desarrollo de la comunidad angloindia, como son las colonias ferroviarias, hace de las personas, de su frecuentemente frustrante pasado, de su resignado presente y de su dudoso futuro, más que de los lugares, el destino de su viaje.
Hay que decir que Laura Roychowdhury orló sus estudios académicos con una, a decir de muchos, magnífica tesis doctoral cuyo tema de estudio fueron las colonias ferroviarias de la India, inexplicables sin la existencia de la comunidad angloindia. En el transcurso de su investigación, conoció, visitó y entrevistó a y convivió con diferentes miembros y familias de dicho colectivo, experiencia que plasma en este libro para disfrute e instrucción de los que, simples lectores, somos poco inclinados a tragarnos los profundos estudios llenos de los datos, estadísticas y fechas que un doctorado requiere.
Seleccionando en nuestro honor algunas de las sin duda innumerables conversaciones habidas con unos y con otros, Roychowdhury nos presenta, aunque no sin excepciones, una comunidad torturada por su propia singularidad, anclada en el despecho, encerrada en sí misma por voluntad o prejuicio de propios y ajenos, cuyos componentes se empeñan en añorar una patria, Inglaterra, que nunca vieron y a la que no tienen acceso y, a pesar de tener ya más sangre india que inglesa, se siguen considerando británicos, como tales visten, sus costumbres emulan y cuyas adolescentes envidian a sus hermanas de piel más clara. Una comunidad marginada ayer por Inglaterra y hoy por sus actuales compatriotas, para quienes son fruto del último invasor, un tumor morboso, una descendencia tan degenerada y pecaminosa como para haber sido abandonada por sus propios progenitores. Enredados en kafkianos laberintos burocráticos en los que nunca consiguen su propósito, esto es, demostrar su ascendencia o actual parentesco, por mala voluntad de antiguos funcionarios o torpeza de actuales, lo más cercano a una patria que en su historia han vivido fueron las colonias ferroviarias, cuya exclusividad perdieron con la llegada de la independencia y la marcha del poder inglés y de cuya antigua organización pervive por todo rastro la rigidez de los superiores y la obsesiva vigilancia que pesa sobre sus trabajadores. Sin esperanza de futuro para sus hijos en India, sueñan con emigrar a Australia o a algún otro país de la Commonwealth, pero pocos lo consiguen, algunos se acobardan en el último momento y otros incluso regresan decepcionados.
Todo ello conforma una atmósfera desesperanzada y opresiva para salvarse de la cual sólo sirve la huida, el disfraz o la renuncia a la propia identidad. Hay quien se atreve, quien consigue despojarse de viejos prejuicios, quien cambia incluso de religión para casarse fuera de su colectivo, del que, hay que decirlo, no reciben por ello rechazo. Y quienes parecen sentirse a gusto, preguntados por sus indemostrables ancestros, guardan silencio.
Terminada la lectura con más preguntas que respuestas, en cualquier caso con muchas más de las que tenía al abrir el libro, suficientes para despertar el interés de cualquiera por poco curioso que sea, decidí informarme algo más del origen e historia del grupo social, étnico y cultural que componen los angloindios y averiguar cuánto de cierto y cuánto de novelesco hay en el relato de Roychowdhury.

HISTORIA DE LA COMUNIDAD ANGLOINDIA

LOS ORÍGENES.

A finales del siglo XVI y principios del XVII comenzaron a llegar a la India los primeros mercaderes ingleses, tomando como centro de operaciones Surat, importante puerto del noroeste de la costa india frecuentado por barcos que iban y venían de todo el sur y sudeste de Asia. Situada al fondo del estuario del río Tapti, en el estado de Gujarat, Surat no sólo ofrecía abrigo para los navíos, sino también protección contra los piratas lusos que con el beneplácito de la corona portuguesa efectuaban incursiones de saqueo en los puertos del mar Arábigo y de la costa Malabar y atacaban los barcos mercantes, al tiempo que ofrecían protección marítima a las costas mogolas.
Además los portugueses ejercían aún cierta influencia en la corte de Delhi a través de los misioneros jesuitas cuya presencia Yalaluddin Muhammad Akbar, tercer emperador de la dinastía mogol y hombre muy interesado por las diversas religiones, había solicitado años antes del asentamiento portugués de Goa, de manera que los enviados de la corona británica como William Hawkins, Thomas Best o Paul Canning no consiguieron de Jahangir, hijo del ya difunto Akbar y heredero del trono, las concesiones y garantías a las que aspiraban.
Pero al tiempo que la influencia política portuguesa decrecía, su poder marítimo quedó en entredicho al resultar sus barcos vencidos en dos ocasiones por los cañones de los mercantes ingleses.
En 1614 llegó a Surat Sir Thomas Roe enviado por Jaime I, rey de Inglaterra, en calidad de embajador y como tal se presentó en Agra, una de las capitales del país (Delhi era la otra). Tras tres años de idas y venidas entre Surat y la corte mogola, de las variadas pretensiones con que Roe se presentó ante Jahangir, apenas consiguió firmanes dirigidos a las autoridades portuarias autorizando oficialmente a los barcos y navegantes ingleses a fondear en Surat y a levantar en dicho puerto sus propios almacenes. Este permiso imperial real puso a los productos bajo el gravamen de las tasas aduaneras del momento, pero, amparados como estaban por la orden imperial, a salvo de las extorsiones de nobles y funcionarios y supuso el primer asentamiento inglés en la zona.
A partir de entonces Inglaterra fue obteniendo poco a poco nuevas concesiones y permisos, avalados por el estímulo que su presencia suponía para la actividad comercial y, con ello, por el beneficio aportado a las siempre voraces arcas reales. Al principio sus aspiraciones fueron meramente comerciales, hasta que de la creación de nuevos asentamientos en Bombay, Calcuta y Madrás nació la necesidad de defenderlos de piratas marinos y bandidajes terrestres que muchas veces actuaban bajo la protección de pequeños reinos periféricos sólo parcialmente sometidos al poder mogol. Por ello, se fortificaron los asentamientos, convirtiendo las delegaciones y barrios británicos en auténticas plazas fuertes y la Company of Merchants of London Trading into the East Indies (Compañía de Mercaderes de Londres que Comercian con las Indias Orientales) se dotó de sus propias tropas. Posteriormente la corona inglesa destinó mayores regimientos a defender sus intereses en India.
Durante este proceso cada vez había más ingleses en tierra india, sus estancias se prolongaron y aumentó su poder militar.
Al mismo tiempo, Inglaterra, que a la sazón no era un país rico y sólo recientemente había puesto su pie en América, viendo la facilidad con que la desprevenida soberbia y la avaricia de la corte mogola les había permitido apropiarse de pequeños territorios, comenzó a planificar un paulatina conquista militar y política, de manera que sus intenciones comerciales se transformaron en una clara voluntad imperialista, siguiendo el ejemplo expansivo que más de cien años antes habían mostrado España y Portugal en las entonces llamadas Indias Occidentales.
Con tal fin, la corona británica, a través de la Honourable East India Company, resultado de la fusión de la mencionada Company of Merchants of London Trading into the East Indies con otros consorcios que habían protestado por el monopolio ejercido por aquella, defendió la conveniencia de que quienes se trasladaran a la India consideraran establecerse definitivamente allí, en especial los soldados, tan necesarios para sus planes en aquel lejano país y transformados de regreso en población inútil y desocupada, para lograr lo cual, siendo escasas las mujeres inglesas que se atrevían a emprender un viaje de entonces seis meses no exento de peligros y, menos aún, las que conseguían el necesario permiso oficial para embarcar, estimuló los matrimonios mixtos entre ingleses y mujeres indias, de manera que, fundadas allí las familias, allí permanecieran.
A este análisis podría objetarse que tal hibridación ha sido siempre frecuente, espontánea y natural entre conquistadores y aventureros de todo origen y en toda tierra en ausencia de mujeres de su patria. De hecho, algunas de tales hibridaciones ya se habían producido. Algunos príncipes y nobles rajput habían entregado hijas suyas en matrimonio a grandes mercaderes y oficiales del ejército, algunos soldados habían tomado esposa entre mujeres cristianas de ascendencia francesa y portuguesa y, por supuesto, éstos y los marineros habían salpicado de bastardos los burdeles portuarios. Pero la nada disimulada voluntad del gobierno británico de que así ocurriera queda demostrada por el hecho de que el 8 de abril 1678, los directores de la East India Company se dirigieran a su presidente en Madrás en los siguientes términos:
El matrimonio entre nuestros soldados y las mujeres nativas de Fort St. George es un asunto de tales consecuencias de prosperidad que debemos estar contentos de dedicar algún presupuesto a incentivarlo, para lo que hemos pensado asignar en el futuro la cantidad de una pagoda a la madre de cualquier niño nacido en adelante de tales uniones, a pagar en la fecha en que el niño sea bautizado, si es que usted cree que este pequeño estímulo puede aumentar el número de tales matrimonios.
Y así se hizo. Hacia 1750 el número de angloindios excedía ya al de británicos. Es decir, y es importante tenerlo en cuenta, los angloindios componen una raza mestiza creada voluntaria y premeditadamente por el gobierno de la corona inglesa para cubrir y satisfacer sus conveniencias comerciales, coloniales e imperiales.
Hay un dato que resulta muy significativo en referencia al escaso interés humanístico que Inglaterra tenía en esta población naciente: nunca se preocupó de sus creencias religiosas. No deja de sorprender que los angloindios sean mayoritariamente católicos, lo cual es debido a varias causas. Por un lado, a pesar de los incentivos ofrecidos por la Compañía de las Indias Orientales, para la ley inglesa sólo eran válidos los matrimonios en los que ambos contrayentes profesaran la fe cristiana y celebrados bajo rito cristiano, lo que hacía de las mujeres lusoindias, francoindias y de las indias procedentes de poblaciones anteriormente cristianizadas por portugueses y franceses, católicas todas ellas, objetivos preferentes. Por otro lado, junto con los viajeros ingleses llegaron misioneros irlandeses; si algún inglés deseaba deposar a una mujer hindú o musulmana, en ocasiones viudas o familiares de los enemigos caídos en las distintas campañas militares mantenidas, eran misioneros católicos los que podían, previo bautismo, dar validez a tal unión.
Nada más lejos de mi intención que defender forma alguna de evangelización, descreído como soy. Y cierto es que la iglesia anglicana nunca ha demostrado gran afán evangelizador. Pero en este caso se trataba de sus propios hijos, cuya salvación espiritual nunca formó parte de sus preocupaciones.
Hay que decir también, que para una joven hindú, unirse con extranjeros suponía perder casta y familia y quedar en el más absoluto y forzado desarraigo, por lo que, exceptuando aquellas hijas de nobles concedidas como símbolo de alianza, sólo las mujeres hindúes de las castas más bajas aceptaban casarse con los soldados de tropa, por lo que la distribución social de los matrimonios cuya esposa procediera de confesiones distintas era clasista y polarizada. Asimismo, la población india cristiana estaba principalmente compuesta por miembros de las castas intocables, cuyo idioma, status social y miseria compartían y de las que solo se diferenciaban por su fe. Por todo ello, a medida que la población angloindia crecía los británicos buscaban cada vez más sus esposas entre las mujeres de esta comunidad.

HASTA EL MOTÍN DE 1857

Todo fue bien durante más de un siglo. Los matrimonios mixtos se consideraban enteramente respetables y los angloindios eran bienvenidos y aceptados en la Compañía de las Indias Orientales en todo el escalafón del funcionariado y aún más en los ejércitos, tanto de la Compañía como de la Corona y a menudo aquellos que pertenecían a las élites comerciales y militares completaban los estudios en Inglaterra.
Mayor William Palmer con sus dos esposas musulmanas. 
Pintura de  1786 de Francesco Renaldi
Nadie hacía diferencias entre ingleses y angloindios, quienes habían recibido educación británica, amaban Inglaterra como patria propia, hablaban un perfecto inglés, se vestían a la europea y se comportaban según las refinadas normas de la sociedad británica. Las necesidades de trabajadores al servicio de los intereses británicos en India se iban satisfaciendo con sus propios hijos, esto es, con los jóvenes angloindios, que cubrían las vacantes en el ejército y en el funcionariado administrativo y de servicios públicos tales como enseñanza y salud. La relación de nombres e historia de los numerosos próceres angloindios militares y civiles de la época escapa a las pretensiones de este artículo.
Aquellos inmigrantes ingleses que habían de enfrentarse a condiciones de vida nuevas y retadoras lejos de las críticas sociales y familiares de su país de origen, mercaderes unos, funcionarios y militares de buen salario otros e incluso los soldados rasos receptores de un sueldo constante en una tierra con amplias bolsas de pobreza, hicieron de la opulencia un extravagante símbolo de su éxito y consuelo de su exilio. En los centros coloniales los bailes eran habituales y también lo era el alcohol, el arak, el vino de Madeira o el güisqui. Los comerciantes de éxito se rodeaban de una servidumbre de cien o ciento cincuenta criados, de cincuenta los menos afortunados. Siete u ocho atendían personalmente a los oficiales en campaña, además de una docena de porteadores y camelleros que acarreaban su equipaje, su tetera, vino, ropa de recambio, sillas de campaña, incluso su pequeño gallinero y hasta su vaca lechera.
Esa era la vida a la que se acostumbraron los angloindios del primer siglo de presencia británica en India. Inevitable fue que aprendieran a mirar a los indios como salvajes y a sentir el orgullo de pertenecer a la élite conquistadora. Su conocimiento de las costumbres, idioma e intereses tanto locales como británicos hizo de ellos empleados deseables para la Compañía y las compañías comerciales que operaban en India.
Al mismo tiempo, el duro clima para los ingleses, las enfermedades exóticas y las acciones bélicas iban dejando huérfanos de sangre mestiza. (Para hacernos una idea, en 1852, cincuenta y ocho soldados de cada mil murieron en las barracas de los acantonamientos; ese mismo año las defunciones en los cuarteles en Inglaterra fueron 17 por cada mil). Esta mortandad había conducido, ya a principios del siglo XVIII, a la creación de dos orfanatos, los conocidos como Upper Orphanage y Lower Orphanage (Alto Orfanato y Bajo Orfanato), para huérfanos de oficiales el primero y de tropa el segundo, mestizos en su mayoría. En ellos los niños recibían una educación básica y aprendían oficios manuales y las niñas eran adiestradas en tareas del hogar y buenos modales para que pudieran encontrar marido, objetivo para lo que la misma institución abría sus puertas a los posibles pretendientes y concertaba matrimonios para sus pupilas a la que hoy se consideraría una alarmante temprana edad. Los británicos allí residentes acudieron a uno o a otro, según su rango, en busca de esposa.
En el último cuarto del siglo XVIII, como consecuencia de la creciente corrupción de los funcionarios, que habían pasado de ser comerciantes a recaudadores de impuestos, muchos de los cuales terminaban en sus bolsillos, y de la amenazante bancarrota de la Compañía, Inglaterra pasó de comerciar en India a gobernarla, nombrando un Gobernador General de la India.
El número de soldados ingleses aumentó de unos pocos cientos a mitad del siglo XVIII a 30.000 a comienzos del XIX. Con ello aumentó también la proporción de ingleses y angloindios de clase baja e Inglaterra temió, se opuso y en 1786 acabó prohibiendo el regreso de los miembros esas familias, incluidos huérfanos, a Inglaterra. Los ingleses ricos e influyentes, sin embargo, ante las escasas perspectivas que sus hijos habían de afrontar en la colonia, los enviaron a Gran Bretaña a mayor ritmo que nunca y con ánimo de que allí quedaran. El grado de aceptación con que la sociedad inglesa los recibió y, por tanto, el nivel social y profesional que lograron dependió en gran medida del color de su piel. Aquellos padres de hijos de distintas tonalidades hubieron de plantearse qué hacer con cada uno de ellos.
Entre 1786 y 1795, el conde Charles Cornwallis, , segundo gobernador y comandante en jefe de las colonias inglesas en la India, introdujo drásticos cambios en el funcionamiento de la Compañía, con los que conquistó el dudoso honor de haber dar comienzo al deterioro social y económico de la comunidad angloindia. Creó el Indian Civil Service para separar el comercio del gobierno y con él la recaudación de impuestos. Culpando a los Indios y, por ende, a los angloindios de la corrupción, bajo su mandato se comenzó a considerar lo que llamaba “medias castas” como un grupo aparte no sólo racial y socialmente, sino legalmente también. A partir de entonces quedaban prohibidos los matrimonios de altos funcionarios y oficiales con mujeres indias y mestizas, y la contratación de mestizos en los altos niveles de la Compañía. Cualquier puesto que conllevara un salario superior a 500 libras quedaba exclusivamente reservado a ingleses criados, educados y contratados en Inglaterra. Se les permitió, eso sí, dirigir las plantaciones de té y de índigo propiedad de ciudadanos ingleses que recibían sus beneficios en el salón de su casa. Asimismo se prohibió el reclutamiento de angloindios en el ejército o en la marina, salvo para tareas tales como músicos de la banda o herreros, es decir, no combatientes. Diez años después, incluso aquellos que habían ascendido a oficiales antes de la nueva regulación fueron expulsados del ejército.
Frank Anthony, en su Story of the Anglo Indian Community, que con sobradas razones subtitula Britain´s Betrayal in India (La traición británica en India), achaca este cambio de actitud al temor de la Corona de que un ejército y funcionariado en manos de mestizos siguiera el ejemplo de los alzamientos sudamericanos en busca de la independencia contra los poderes coloniales, protagonizados por una burguesía en gran medida mestiza y la propia secesión de Estados Unidos, cuya pérdida atribuía a un supuestamente excesivo poder otorgado a los colonos. De hecho, Lord Cornwallis venía de sufrir u gran derrota a manos de George Washington en Yorktown.
Excluidos también de la posesión de tierras, los angloindios buscaron sus medios de subsistencia poniéndose al servicio de los príncipes indios como militares o sirviéndoles de intermediarios en asuntos comerciales. Sin embargo, cuando los príncipes a los que servían tuvieron enfrentamientos armados con el poder inglés, eran de nuevo requeridos en los territorios de la Compañía y estos angloindios mostraron su lealtad a la corona británica bien inhibiéndose en el conflicto, bien cambiando abiertamente de bando. A pesar de todo querían ser ingleses.
Teniente Coronel James Skinner
Un caso particular fue el teniente coronel James Skinner, nacido en 1778 e hijo de un oficial escocés y de una princesa rajput que cayó prisionera a la edad de catorce años en la guerra con Cheit Singh, rajá de Benarés. Skinner, que comenzó sirviendo en el ejército del marajá Madhoji de Scindia, vestía indistintamente como un rajput o como un oficial inglés, escribía sus diarios y crónicas en persa y pintaba esmeradas miniaturas al estilo mogol. En la guerra con la confederación márata Skinner se unió a las fuerzas británicas pero puso como condición no luchar contra Madhoji Scindia ni contra el General Perron, su mentor en toda su carrera militar. Numerosas hazañas le granjearon el nombramiento de Comandante de la Honorabilísima Orden del Baño, de máximo prestigio. El cuerpo de caballería de su creación, el Skinner´s Horse, inserto después en las fuerzas indias de élite, alcanzó fama mundial.
Pero hay muchos más: el General deBoigne, el coronel Hessing, la familia Gardner, Hyder Young Hearsey, Henry Forster, etc., etc., etc. La historia militar de Inglaterra en India está, a pesar de sus desaires, plagada de personajes anglo-indios.
También en lo cultural, tuvieron importante representación, con escritores en urdu, en persa y en inglés como George Puech, Sir Florence Filose, las familias Palmer y Gardner, el doctor Benjamin Johnston, David Ochterlony Dyce, protegido de la carismática Begum Sumru, etc.
Excepto para los residentes en Calcuta, en 1813 los euroasiáticos, como se les llamaba entonces, fueron también excluidos de la legislación inglesa, quedando a merced de la ley hindú o de la islámica dependiendo de la provincia en la que se encontraran, sin nexo alguno social ni cultural con quienes les habían de juzgar y en muchos casos sin conocer siquiera más idioma que el inglés. Ya no eran británicos ni eran indios y quedaron aislados en un vacío en el que ninguna legislación validaba sus matrimonios, descendencia, propiedades o derechos de herencia. Excluidos ya, como hemos dicho, del mando tanto en el ejército como en la Compañía, lo fueron también como trabajadores de los sistemas judicial, tributario y policial, cuyas vacantes, por acuerdos con las autoridades indias, estaban destinadas a hindúes y musulmanes.
John Willam Ricketts
Abandonados a su suerte, comenzaron a dedicarse al comercio y a organizarse como comunidad. En Calcuta se creó el East Indian Club (East Indians, indios del este, era otro de los términos con que se les conocía) y tras él distintas asociaciones angloindias locales que casi un siglo después se unieron en la All-India Angloindian Association. John William Ricketts, primer paladín destacado de la causa mestiza, presentó ante el gobierno de la colonia distintos suplicatorios pidiendo solución al vacío legal e imposibilidad laboral en los que se encontraban, súplicas que fueron rechazadas. Bajo su iniciativa se fundó el primer colegio creado y administrado por angloindios, laParental Academy, así como la Comercial and Patriotic Asociation, dedicada a enseñar a los angloindos las destrezas de la agricultura y del comercio, y la Marine School para la formación de marinos mercantes. En 1830, con un listado de los desaires, limitaciones y discriminaciones sufridas por su comunidad en lo social, laboral, militar, judicial y educativo y una memoria de los muchos servicios que su comunidad había ofrecido a la Corona y a los intereses de la Compañía con detalle de los nombres de los autores, lugares y fechas, Ricketts viajó a Inglaterra, de cuya Cámara de los Comunes finalmente obtuvo, tres años después, un decreto por el que se obligaba al gobierno colonial a dar empleo a los angloindios. La fórmula con que se aceptaba la presencia de los angloindios fue clasificarlos, para fines laborales, como nativos de India y, como tales, tuvieron acceso a los mismos puestos de trabajo que ofrecía el aparato colonial a hindúes y musulmanes. Pero su situación continuó incierta y las demandas y peticiones legales y judiciales que les afectaran eran estudiadas caso a caso, sin el paraguas de un marco legal que les acogiera, sin documentaciones que ampararan la existencia real de sus matrimonios, de manera que muchas veces su solución dependía del capricho del juez de turno, que podía, si así se le antojaba, dirimir según el color de la piel, su acento o el refinamiento de sus modales, dándose con frecuencia casos en los que dos hermanos biparentales fueron juzgados de distinta manera, registrando a uno como británico y al otro como indio nativo.
Mientras J. W. Ricketts se debatía en Londres, otra voz se hacía oír en los medios intelectuales y literarios, la de Henry Louis Derozio, joven poeta de padre lusoindio y madre británica, que supo aportar la base teórica y filosófica capaz de captar el respaldo de la comunidad angloindia que Ricketts necesitaba y el reconocimiento intelectual de la innegable justicia de su causa. Humilde y enemigo de todo dogmatismo, era capaz de dudar sin recato de la validez de sus propios argumentos y convencer a la vez con su incontestable obviedad. “La duda y la incertidumbre nos asedian
Henry Louis Derozio
demasiado como para que una mente inquieta se deje invadir por el dogmatismo;... la humildad se convierte así en la más alta sabiduría, pues la más alta sabiduría muestra al hombre su ignorancia”, argumentaba al tiempo que incitaba a sus compañeros de comunidad a no desfallecer ante las tardanzas y a acentuar y proseguir con la lucha reivindicativa. Cuando Ricketts regresa después de su primera gestión en Londres, aún sin logro que mostrar a sus seguidores, Derozio clama: “¿Qué hemos conseguido? ¿Acaso nuestros derechos se han restaurado, nuestras peticiones ha sido concedidas?...Nuestros corazones no deben flaquear ni nuestros nervios aflojarse”. Dirigiéndose a hipotéticos interlocutores en el Parlamento añade: “Señores, aquí estoy yo, inundado por la leche de la bondad humana, ansioso por devolver a esa raza tanto tiempo rechazada e injustamente tratada los derechos que ellos mismos no reclaman” y, de nuevo a los suyos: “No tenéis nada que temer de la protesta firme y respetuosa. Vuestras llamadas a la justicia deben ser tan incesantes como pesados son los agravios. Reclamad una y otra vez. Reclamad hasta que seáis escuchados, sí, hasta que obtengáis respuesta. El océano deja trazas cada vez que alcanza la orilla, pero debe repetir sus entradas sin abatirse y repetirlas antes de que su huella se limpie”.
Desgraciadamente Derozio no llegó a ver los éxitos de la gestión de Ricketts, pues el cólera acabó con su vida en 1831, cuando sólo contaba con veintidós años.
En 1853 se construyó la primera línea de tren en India, desde Bombay hasta Thane, a unos 30 kilómetros de distancia. El ferrocarril se convirtió en símbolo de progreso y modernidad y durante un siglo creció hasta llegar a ser, un siglo después, la mayor red ferroviaria del mundo. Esta vez la población angloindia se benefició de los prejuicios ingleses, según los cuales la sangre europea que corría por sus venas les dotaba de mayores aptitudes para labores tecnológicas y mejor predisposición hacia el progreso que las que pudieran tener los indios puros. En palabras de Lord Hastings Gobernador General de la India en 1813, "Los indios parecen seres casi limitados a meras funciones animales[…] Su capacidad y talento en las variadas líneas de ocupación a las que se les restringe superan en poco a la destreza de cualquier animal que tuviera la misma complexión pero con no mayor inteligencia que la de un perro, un elefante o un mono, suponiendo sea capaz de ejecutarla.." Gracias a tal concepción, un gran número de angloindios encontraron su medio de vida como maquinistas, mecánicos, revisores o jefes de estación. Setenta años después, la mitad de los angloindos estaban empleados en las compañías ferroviarias y en particular los que vivían “en el interior”, léase en provincias, y casi la totalidad del escalafón medio-alto de los ferrocarriles dirigidos por el estado estaba ocupado por ellos.
Lo mismo puede decirse del servicio de telégrafos, desarrollado en India entre 1851 y 1854.
En este mismo tiempo, los residentes en Delhi o en Calcuta, capitales del dominio inglés, se emplearon en el funcionariado, policía, aduanas o como profesores, mientras que las mujeres fueron sin excepción enfermeras, profesoras o amas de casa.
A lo largo de los años, al tiempo que el ferrocarril se expandía por el país, se construyeron las llamadas colonias ferroviarias, que llegaron a ser una de las piezas clave en la batalla por mantener la identidad británica. Tanto la Honorable Compañía de las Indias Orientales como las distintas compañías ferroviarias consideraban la modernidad un fenómeno exclusivamente europeo, incompatible con la mentalidad india, anclada en seculares prejuicios de pureza y casta. Había, por tanto, que proteger a británicos y angloindios de la contaminación degenerativa de la India. Según Laura Cbah Bear, “La institución paternalista de la colonia ferroviaria pretendía producir la realidad de las diferencias nacionales, raciales y de clase sobre el eje de la modernidad imponiendo una domesticidad y hábitos de vida burgueses en los empleados de las compañías ferroviarias y sus esposas”.
Las colonias se cerraron a los indios, quienes podían construir sus chozas alrededor de ellas para su exclusivo albergue, quedándoles prohibido traer a sus esposas y familias, exclusión que se justificaba tildándoles de dudosa respetabilidad pero que en realidad buscaba evitar la cercanía de un contaminante ambiente doméstico indio y la transmisión de la forma de vida india en las inmediaciones. Mientras tanto, en el interior se intentaba proveer a sus habitantes de un ambiente de confort y salud y retenerlos en el ocio por medio de fiestas y bailes a la inglesa, al tiempo que se establecía un sistema de vigilancia interna que aseguraba el buen, es decir, inglés, comportamiento de los trabajadores y sus familias. Son los restos de esta vigilancia los que Royhowdhury describe como una estructura morbosa de delación y presión orwelianas.
Vistos desde la población nativa, la comunidad mestiza, educada según fes extranjeras, con costumbres sociales extranjeras, como esos saraos vespertinos de cuya supuesta impudicia se hablaba en los corrillos, amigos de músicas extrañas, de comidas extrañas, eran contemplados cada vez más por los círculos nacionalistas tanto musulmanes como hindúes como una suerte de deformidad social.


DESDE EL MOTÍN DE LOS CIPAYOS HASTA LA INDEPENDENCIA

El desarrollo del ferrocarril constituyó unos de los tres hechos fundamentales que en las décadas del 1850 y 1860 conmovieron la estructura social del Raj, como se conoció al dominio inglés de la India y a su aparato de gobierno.
El segundo llegó en 1857 con el estallido del llamado motín de los cipayos. En el afán imperialista de culpar de esta revuelta a la ignorancia y a la superstición, la causa admitida por el gobierno y la prensa fue la difusión del rumor entre la tropa nativa de que la grasa empleada para el nuevo rifle Pattern 1853 Enfield era de vaca, animal sagrado para los hindúes, o de cerdo, de intocable impureza para los musulmanes. Pero en realidad eso había sido sólo el detonante. Hacía tiempo que el malestar corría por las filas de los cipayos (soldados indígenas al servicio de Inglaterra) por el trato que los británicos dispensaban a los indios en general y a sus nobles y príncipes en particular. Parte de ese malestar estaba motivado por la llamada “doctrina de ausencia”, según la cual cualquier territorio cuyo rey muriera sin heredero legítimo quedaba automáticamente anexionado a la Corona. Naturalmente era la Compañía quien decidía a su capricho a qué criterios debía responder esa legitimidad exigida, a despecho de las tradiciones sucesorias y de los deseos de la población nativa.
Durante el conflicto, como suele ocurrir, ambos bandos cometieron atrocidades y los amotinados no hicieron distinción entre ingleses y angloindios, que fueron todos víctimas de grandes matanzas.
Perdida la confianza en los soldados indios, el ejército británico tuvo que recurrir a la población fiable de su entorno, esto es, ingleses y angloindios. Lejos de reprochar los pasados desaires, los angloindios se integraron con entusiasmo en las fuerzas inglesas y también hubo quien, como Henry Van Cortlandt, organizaron sus propios cuerpos de caballería ligera.
La contribución angloindia, en cuyas manos estaba el telégrafo, resultó vital para conocer los avances del alzamiento y coordinar las tropas británicas. Heroicamente firmes en sus puestos mientras riadas de refugiados huían a lugares más seguros, transmitieron sus mensajes de un extremo a otro del país bajo una lluvia de munición enemiga, permitiendo que las fuerzas rebeldes fueran en muchas ocasiones interceptadas y desarmadas.
Igualmente importante fue la aportación del cuerpo de enfermeras, integrado principalmente por mujeres angloindias porque debido a los prejuicios morales de las musulmanas y de pureza de casta de las hindúes, dicha ocupación era condenada como una suerte de promiscuidad.
Méritos y hazañas de la comunidad angloindia, no sólo durante el motín sino a lo largo de la historia, están descritas con detalle en la The Story of the Anglo-Indian Community, de Frank Anthony.
Tras el motín, que tardó más de un año en ser sofocado y estuvo cerca de acabar con el poder y presencia inglesa en el subcontinente, perdida como consecuencia del mismo la confianza en los indios nativos, las puertas de la milicia, y de los servicios de aduanas, policía, correos, telégrafos y el ferrocarril, en rápida expansión, se abrieron de nuevo para los angloindios, eso sí, siempre en posiciones subordinadas.
En Julio de 1860, George Edward Lynch Cotton, llegado poco antes a la diócesis de Calcuta en calidad de arzobispo, pensó que la mejor manera de ayudar a la comunidad angloindia era proporcionándoles una buena educación y comenzó una campaña pública de recaudación de fondos para la fundación de escuelas para hijos de “europeos domiciliados” (hijos de europeos sin mezcla de raza residentes en India de manera permanente) y euroasiáticos; hasta entonces, los más pobres de estos últimos se educaban en las mismas escuelas que los indios nativos. Auspiciadas por Cotton, bajo el patrocinio de grupos religiosos, compañías ferroviarias, asociaciones caritativas y la propia comunidad angloindia, ilusionada con la tabla de salvación que se les ofrecía, y repitiendo el modelo de los Upper Orphanage y Lower Orphanage se construyeron dos tipos de escuelas: colegios en las llanuras para los más pobres y, en la creencia de que para desarrollar aptitudes intelectuales superiores era necesario huir del sofocante calor del clima de la India, internados en zonas de montaña para chicos de familias acomodadas. El apoyo de Lord Charles Canning, el entonces virrey, resultó definitivo para la puesta en ejecución de esta iniciativa, tanto en su aspecto educativo como discriminador. Según Canning, la creación separada de las escuelas de montaña era esencial para evitar que el gobierno se viera a medio plazo lastrado “por una población de ingleses indianizados, criados descuidadamente y mostrando las peores cualidades de ambas razas”.
En las escuelas del llano, a los varones se les enseñaban profesiones técnicas y a las niñas tareas domésticas, pero ninguno de ellos recibía la formación necesaria para ingresar en las universidades indias. Lo que se pretendía era convertirlos en trabajadores válidos para que la creciente maquinaria imperial, que incluía funcionariado, agentes para la Honorable Compañía de las Indias Orientales, ejército, policía, correos, construcción y mantenimiento de infraestructuras, el ferrocarril la más importante de ellas, (y si hemos de creer lo que nos cuenta Rudyard Kipling en su novela Kim, también el espionaje) y demás servicios civiles siguiera funcionando. Lo que había comenzado con la buena voluntad del arzobispo Cotton y que se fundó sin aportación gubernamental por suscripción popular, principalmente de la propia comunidad angloindia, pronto se había convertido en una herramienta de intereses mercantiles y colonialistas. A pesar de ello, el gobierno inglés no empezó hasta 1883 a dedicar fondos oficiales a la educación de sus innegables descendientes.
Además de proporcionar a los angloindios medios de vida dignos que habían quedado lejos de su alcance, los censos socioeconómicos necesarios para la puesta en marcha de aquel proyecto educativo sirvieron para que se reconociera la existencia de la población angloindia como una comunidad con entidad propia.
Desde aquel dictamen que John W. Richetts había obtenido del gobierno central inglés (no del colonial) en 1833, el número y proporción de angloindios empleados en los servicios civiles había aumentado considerablemente. Pero el alzamiento antiimperialista de 1857, que la vanidad inglesa sigue hoy día empeñada en minimizarlo calificándolo de motín, había sido aplastado con gran dificultad y la población nativa india había conocido la fragilidad del dominio extranjero, renaciendo como consecuencia en sus corazones un orgullo que durante dos siglos había estado eclipsado por un sentimiento de fatalidad y derrota en gran parte motivado por la abulia y dejación de las autoridades nativas.
Comenzó una presión de carácter nacionalista con la que el gobierno inglés no tuvo más remedio que contemporizar y atender a sus reclamaciones sociales, en la esperanza de mantenerlos suficientemente contentos como para contener rebeliones mayores. En la década de 1870, grupos nacionalistas protestaron por el elevado número de angloindios empleados en el servicio civil. Cediendo a la presión, el gobierno dio en 1883 edictos para que se contratara población india en mayores proporciones. De esta manera, los angloindios, tantas veces discriminados por no ser reconocidos como ingleses, lo eran ahora por no ser nativos.
Al cóctel formado por la introducción del ferrocarril, que agilizó las comunicaciones internas del país y abrió campos profesionales a la comunidad angloindia, y el cambio de actitud hacia ellos a que el Raj se vio forzado tras el motín, que los reincorporó a la vida castrense, vino a sumarse en 1869 la apertura del Canal de Suez, que redujo notablemente la duración y peligros del viaje, haciendo que la India dejara de ser ese rincón remoto del imperio.
 Como consecuencia, entre los nuevos soldados, oficiales y funcionarios que viajaban a la India había más hombres casados que llevaban consigo a sus familias, que incluían esposas y jóvenes casaderas y la proporción de nuevos matrimonios mixtos comenzó a decrecer.
A los ojos de los gobiernos inglés y colonial, así como a los de la Compañía y empresas ferroviarias, estas familias que llegaban al completo suponían una renovación de lo británico, un aporte de nueva sangre limpia, blanca y fresca que diluiría el peligroso mestizaje étnico y cultural y aliviaría el aislamiento al que la dificultad del viaje había obligado a la población inglesa en la India. Especialmente se consideró valiosa la aportación de mujeres, no solo como renovadoras de los hábitos de la clase media inglesa, sino como transmisoras de los mismos a las nuevas generaciones. A tal objeto, desde 1867 las empresas ferroviarias concedieron ayudas económicas para que los empleados enviados a India pudieran pagar el pasaje de sus familias.
Pero portadoras de un concepto victoriano de pureza racial, incapaces de comprender cuanto en asuntos amatorios había sucedido antes de su llegada y, según Mark Anthony, belicosas ante la competencia de las mujeres locales, la llegada de esas mujeres orgullosamente blancas y su despectiva influencia supusieron un giro más, una traba más, una zancadilla más en las relaciones entre la raza inglesa y su impura progenie mestiza.
Este cambio de actitud afectó no sólo a los mestizos sino a los blancos que habían adoptado formas de vida india. Se prohibió  el uso de ropas locales a los empleados de la Compañía, la participación en festejos locales e incluso en algunos casos se les negó el entierro en cementerio cristiano, como ocurrió con David Hare, relojero escocés fundador del Hindu Collage en Calcuta.
Paralelamente a las colonias ferroviarias, que quedaron como refugio de la comunidad angloindia, se crearon acantonamientos y “líneas civiles”, barriadas destinadas al alojamiento y vida de, respectivamente, militares y empleados civiles de pura sangre inglesa y de cierto nivel social, con impecables jardines, campos de bolos sobre hierba, tenis, polo, etc, cuidados por cientos de sirvientes, obreros y jardineros. Los hijos de estos privilegiados eran enviados a Inglaterra a la edad de cinco o seis años para ser educados lejos de la perniciosa influencia del la India. Estas líneas civiles constituyeron el modelo que los angloindios querían emular en las colonias ferroviarias.
A finales del siglo XIX la élite británica consideraba a los angloindios incluso indignos de relacionarse con ellos y denunciaban la indianización de su acento y de su comida, así como de sus pretensiones de ser ingleses. La población india, a su vez, se mofaba de su torpe anglicanización y les reprochaba su oposición a las tendencias hacia el autogobierno de la India.
Se les negó el acceso a los “European clubs”, exclusivamente para blancos y las colonias e institutos ferroviarios y sus salones de actos se convirtieron en sus clubs sociales.
Así atrapados, muchos angloindios rubios, de ojos y piel claros y rasgos occidentales intentaban escapar de la discriminación haciéndose pasar por ingleses de pura raza. No sin razón Mark Anthony denuncia cómo la ambigua legislación británica, ya desde principios del siglo XIX, incentivaba renegar de la condición de angloindio, premiando consciente o inconscientemente a quienes lo hicieran con mejores puestos, salarios y reconocimiento social. Y quienes no quisieron o por trabas burocráticas o evidencia étnica no pudieron renegar de su origen, se aferraron al mismo adoptando hacia los indios nativos una actitud tan cargada de prejuicios como la que les dedicaban a ellos los ingleses y negándose a aceptar la realidad de ser, ellos mismos, nativos. Distintos, pero nativos. Y fueron por ello culpados de ser responsables de su aislamiento, de su inacción y acusados de imprevisión, de falta de patriotismo, de inmerecido orgullo, de indolencia
Los nuevos censos realizados en 1911, 1919 y 1925, que gradualmente pormenorizaban cada vez más los distintos grupos sociales, reafirmaron la comunidad angloindia como una entidad diferenciada étnicamente y reconocible social y culturalmente. Su situación legal, sin embargo, no dejó por ello de ser contradictoria. Según descripción del conde Winterton, subsecretario de estado de India, mientras que para cuestiones laborales se les consideraba indios nativos, su estatus en cuanto a seguridad y educación “se aproximaba” al de ciudadanos británicos. Como consecuencia de esta dualidad, al tiempo que seguían excluidos de los puestos altos en el funcionariado y en servicios tales como el ferrocarril, telégrafos, etc., al recibir su educación en inglés y en muchas ocasiones ser ésta su única lengua, quedaban impedidos de competir a nivel universitario nacional con la élite educada india.
Dicho de otra manera, aparte del reconocimiento oficial explícito de su existencia, poco había cambiado para ellos. Según Frank Anthony, “cuando un angloindio ganaba la Victoria Cross (la más alta condecoración inglesa al valor en la batalla), se decía que el receptor era británico. Pero en las raras ocasiones en las que un angloindio estaba implicado en un crimen, los periódicos ingleses ponían buen cuidado en referirse a él como angloindio”. Esta tendencia continúa hoy día. Richard Holmes, en su extenso Sahib: The British Soldier in India, aunque en la introducción explica el origen de la comunidad angloindia, apenas vuele a mencionarla en las más de quinientas páginas del libro.
Durante la Primera Guerra Mundial, desposeída la India de las tropas británicas, fue la India Defense Force, formada casi por completo por angloindios, quien mantuvo la seguridad y estabilidad política de la colonia y la gran mayoría de las enfermeras, incluidas las de campaña, eran angloindias.
En 1919 surge en escena Henry Gidney, afamado cirujano, hombre elegante, culto, amante de la caza y de la buena vida, de la belleza de las mujeres y de las obras de arte. Poseedor de una asombrosa memoria y, sobre todo, del necesario aplomo y buen discurso, consiguió que las distintas asociaciones angloindias, explícitamente unas, tácitamente otras y oponiéndose las menos, consintieran en designarle su líder y representante. Bajo su gestión se constituyó la All-India Angloindian Association, federación de las distintas asociaciones regionales, a través de la cual Gidney afianzó la unidad del colectivo angloindio. Cuando el poder inglés se negaba todavía siquiera a considerar la idea de abandonar India, un visionario Gidney tuvo la claridad de mente suficiente para comenzar a sembrar en la comunidad la conciencia de ser verdaderos indios, de que India, y no Inglaterra, era su verdadera patria y de que habían de luchar por su reconocimiento, derechos y supervivencia como minoría nativa. Algunos sectores del colectivo consideraron tal posicionamiento no sólo como una renuncia a lo que tenían por suyo, sino incluso como una traición a su identidad, por lo que fue muy criticado.
En 1932, Ernest Timothy McCluskie, un hombre de negocios de éxito de padre irlandés y madre india, arrendó con derecho a compra en el estado de Jharkhand, a 360 kilómetros al noroeste de Calcuta, 4.000 hectáreas de terreno comunicadas por carretera, tren y por el río Damodar. Envió circulares convocando a las comunidades angloindias de todo el país para que acudieran a asentarse en esos terrenos. Aunque se pretendía crear una ciudad angloindia, invitó tambien a mestizos de ascendencia portuguesa y francesa a unirse a la iniciativa (recordemos que en ese momento aún no se había creado la definición constitucional y, por tanto, el término solo aludía a descendientes de ingleses), que había de sustentarse económicamente a través de una cooperativa agraria creada al efecto con el nombre de  Colonization Society. Cuatrocientas familias acudieron con cuanto tenían: “Trajeron sus pianos, su pesados arcones de madera, sus pantalones de montar, sus rifles y escopetas, su cháchara, sus vestidos de fiesta, cortinas de lazos, bizcochos de ron y cerveza”. Buscaban la patria propia que nunca habían tenido, un terruño al que tener apego, “donde pudieran vivir su propia identidad”. Frente a la nostalgia de una Inglaterra y ajena, McCluskieganj, como se llamó el recién creado pueblo en honor de su fundador, representaba la aceptación de su condición india irreversible, la voluntad de convertir esa fatalidad en un motor vital. Pero McCluskieganj no pudo resistir el gran éxodo angloindio que la incertidumbre de la independencia produjo y quedó prácticamente despoblado. Hoy apenas quedan allí 20 familias angloindias.
Fallecido Sir Henry Gidney en 1942, ocupó su lugar Frank Anthony, quien durante toda su gestión y especialmente en los difíciles años previos a la independencia, en la redacción de una constitución y posteriores enfrentamientos de poderes parlamentarios se demostró un titán capaz de hacer valer los derechos de unos pocos cientos de miles sin territorio definido en medio de un país poblado por cuatrocientos millones de hindúes y cien millones de musulmanes, lucha de la que también se beneficiaron otros grupos igualmente pequeños, como parsis e indios cristianos.
Sello conmemorativo de Frank Anthony


Sello conmemorativo de Henry Gidney
















LA INDEPENDENCIA

Quizá el mayor, por cuanto de definitivos pudieran tener sus logros, de entre los muchas y difíciles conquistas logros de Frank Anthony fue la presencia de la comunidad angloindia en la Asamblea Constituyente, gracias a la cual obtuvieron y mantienen aún tres escaños en el parlamento central, designados por la propia comunidad, representación amparada por la Constitución y que, dado su reducido número tanto en el país como en los estados que lo componen, sería imposible por medio de los resultados de unas votaciones generales.
Para ello fue necesaria la redacción de la definición del término angloindio que ya conocemos. Hoy día “…sería correcto decir que los angloindios son la única minoría de ascendencia europea que sobrevive en Asia como una entidad reconocida.”, tal y como el mismo Anthony afirma en su Story of the Anglo-Indian Community.
Una de las consecuencias más dolorosas del proceso independentista fue la partición de la India británica en dos naciones distintas, India y Pakistán, y los sangrientos enfrentamientos habidos por esta causa, en los que murieron más de un millón de personas de ambos bandos. La comunidad angloindia quedó felizmente excluida de las matanzas masivas. La independencia aún estaba por articular, pero el inglés ya no era el enemigo. Aquella no era ya una lucha contra el dominio inglés, sino de hindúes contra musulmanes. Se dieron incluso situaciones en las que, perseguidos por miembros de la facción enemiga, hubo quien buscó refugio en hogares angloindios; bastó la palabra y firmeza de estos para que los perseguidores desistieran. Muchos trenes que circulaban en ambas direcciones entre ambos futuros países eran detenidos, asaltados y los viajeros masacrados; los empleados, e incluso los pasajeros angloindios del ferrocarril, fueron en general respetados.
Otra de las grandes batallas parlamentarias que se libraron en la elaboración de la constitución india radicó en la fijación de los idiomas oficiales.
Toda la región del Indostán, esto es, la India continental al norte de la gran meseta del Decán, estaba dominada por dos idiomas del grupo indostánico, el hindi y el urdu. Ambos idiomas son resultado de la fusión de los idiomas regionales, con mayor influencia persa en el caso del urdu, que utiliza la variante persa del alfabeto árabe, y sánscrito en el del hindi, cuyo alfabeto es sánscrito. Son por tanto idiomas de reciente creación, producto de la instauración del persa como idioma oficial de la corte y administración mogola durante el reinado de Akbar, en la segunda mitad del siglo XVII. En el momento de la independencia la literatura urdu era aún escasa y la hindi casi nula. Pero la relación entre ambos es tan estrecha que decidir si se trataba o no de idiomas distintos causó encendidas discusiones parlamentarias, pues los sectores hindi-parlantes consideraban que la diferencia era sólo de grafía. Ilustrativo es el hecho de que para llegar al mayor público posible, el idioma utilizado hoy día en las películas de Bollywood es un ficticio idioma intermedio.
Con la partición del país en dos estados, India y Paquistán, el urdu perdió gran parte de su poder y los defensores del hindi (en lo que Anthony llamaba el imperialismo hindi) pretendían hacer del suyo el único idioma a utilizar en todos los estados para asuntos oficiales y de gobierno.
Gracias a la constante y resuelta reivindicación de Frank Anthony y a la serena cordura de Jawaharlal Nehru, primer Primer Ministro de la India Independiente, se estableció, bajo la llamada fórmula Nehru, no sólo que el inglés sería uno de los idiomas oficiales de la India sino que continuaría siendo la lengua oficial de comunicación del país en tanto en cuanto los estados cuyo idioma no fuera el hindi así lo quisieran.
Esta conquista resultó crucial para la supervivencia de la comunidad angloindia. El inglés era su lengua madre, en ocasiones la única y, junto con la religión, uno de los rasgos fundamentales de su identidad. Sin embargo los principales argumentos esgrimidos por Anthony no se basaron en las necesidades de un colectivo, el suyo, muy minoritario, sino en otros aspectos. Por un lado, la misma constitución había sido redactada en inglés, lo que vinculaba ese idioma a la raíz de la mera existencia de la India. Por otro, siendo como era la única lingua franca entendible en todos los estados y funcionando ya en ese idioma todo el aparato gubernamental heredado de Gran Bretaña, imponer, como algunos pretendían, la sustitución del inglés por el hindi, exigía de los pobladores y administraciones de los estados no hindi-parlantes, así como de muchas otras minorías lingüísticas, un esfuerzo que no podía por menos de marginarlos ante la ley. Algunos estados, además, se negaban a aceptar el hindi como lengua propia y su imposición y la extirpación del inglés ponía en serio peligro la mismísima unidad del país.
Ese mismo peligro de fragmentación amenazaba si cada estado impartía la enseñanza únicamente en su propio idioma local. De nuevo en gran medida por la presión y hábil argumentación de Frank Anthony, desde el gobierno central se promulgó el llamado sistema de tres lenguas, según el cual la enseñanza debía impartirse en el idioma predominante de cada estado, en hindi y en inglés. De esta manera se posibilitaba a medio y largo plazo la migración interna familiar e individual, especialmente de los estudiantes, que estaban en condiciones de acceder, en cuanto a idioma se refiere, a estudios superiores tanto dentro del país como en países angloparlantes tan prometedores en lo académico y en lo laboral como pueden ser el Reino Unido, Estado Unidos, Canadá o Australia.
Además de facilitar la cohesión del país y la proyección de sus ciudadanos hacia el extranjero, el mantenimiento del inglés como lengua oficial en la gobernación y vehicular en la enseñanza, a la par que una cierta garantía de supervivencia como comunidad, proporcionaba a la minoría angoindia un ventajoso medio de subsistencia pues, siendo ese su idioma materno, han disfrutado desde entonces de una marcada ventaja para dedicarse a la enseñanza, tanto en la escuela elemental como en institutos o universidades.
A pesar de la nueva y más segura situación, más de la mitad de la población angloindia emigró a otros países de habla inglesa poco después de la independencia, en general países bajo el paraguas de la Commonwealth. No es fácil precisar el número de personas que componen hoy la comunidad. Frank Anthony calculaba que poco antes de la independencia había unos 300.000 angloindios, aunque otros cómputos elevan el número a 500.000. Ese número se ha reducido en la India hasta los aproximadamente 150.000 de hoy día, mientras que se estima que el número de angloindios emigrados, principalmente a países de la Commonwealth, y sus descendientes se acerca al millón. La mayor parte de los que se quedaron lo hicieron porque no pudieron demostrar su ascendencia inglesa.
Pero además de las pugnas parlamentarias por su visibilidad, también el comportamiento del colectivo granjeó a la comunidad un general respeto. Con la misma integridad y lealtad con que habían actuado a favor del poder inglés a pesar de sus múltiples despechos, actuaron en defensa del estado indio en los distintos conflictos que posteriormente el país ha enfrentado, siendo su presencia de vital importancia. Como ejemplos, el cincuenta por ciento de los pilotos de combate en la campaña de Cachemira eran angloindios, así como 7 de los 63 héroes condecorados por su valor en la guerra indo-paquistaní, esto es, más de un 10%, cuando la población angloindia, tras la oleada migratoria subsiguiente a la independencia, era de menos del 0,05% de la población de la India.
En 1968, cuando Frank Anthony escribió su Story, entre la oficialidad de las fuerzas armadas del país había varios cientos de angloindios.
Asimismo, hasta la independencia el 80% del personal de enfermería militar y civil, predominantemente mujeres, estuvo formado por integrantes de la comunidad angloindia, aportando grandes servicios durante ambas guerras mundiales y, después de la independencia, en los conflictos con Pakistán y China.
Igualmente su participación en los deportes ha sido destacada, especialmente, pero no sólo, en hockey, el deporte nacional, en cuya selección nacional más de la mitad de los jugadores durante muchos años han sido angloindios, como lo son el jugador de cricket Nasser Hussain, el de fútbol Michel Chopr, los cantantes Cliff Richard y Engelbert Humperdinck y el actor Ben Kingsley, por todos conocido por su interpretatación de Mahatma Ghandi en la película de Richard Attenborough de 1982.
Salman Rushdie, poseedor de numerosos galardones literarios y nominado al Premio Nobel 2015, es quizá hoy día el angloindio más ilustre.

QUIZÁ SE QUEDÓ EN EL TINTERO…

La comunidad angloindia siempre ha mostrado una arraigada conciencia de grey. Tras el rechazo inglés, se encerró en sí misma, siendo uno de los más claros síntomas el hecho de mantener una obstinada endogamia aunque aceptando, por razones más religiosas que culturales, el matrimonio con descendientes de las antiguas poblaciones de otros pobladores europeos, tales como portugueses, holandeses o franceses. Cierto que sus orígenes, su educación, su forzada endogamia en un país en el que las barreras sociales de religión, casta, idioma, gremio, etc. mantienen una férrea vigencia, han hecho de ellos un grupo lingüística, religiosa y culturalmente diferenciados, pero no deja de sorprender que una comunidad nacida de la hibridación se haya empeñado en defender su “pureza” racial, máxime cuando el color de la piel nunca ha sido un factor determinante, por la simple razón de que sus propias familias están compuestas por miembros de los más variados matices, desde el más pálido cutis, pelo rubio y ojos azules hasta el oscuro color de piel, cabellera y ojos indiferenciable del resto de la población del país. A pesar de ello esta tendencia se mantiene hoy en día, aunque que hay que decir en su honor que los matrimonios cultural o religiosamente mixtos, tal y como describe Laura Roychowdhury, son bien aceptados, y tanto el “infractor/ora” mantiene su pertenencia a la comunidad como el/la cónyuge es bienvenido/a dentro de ella.
Oficialmente la cualidad de angloindio se transmite únicamente por vía paterna. La descendencia de una británica pura con un indio no cabría en la definición incluida en 1950 en la constitución. Derozio sería hoy angloindio no por nacer de madre británica, sino por el origen lusoindio de su padre. Este desprecio a la línea materna se comprende menos aún si se considera que, además de la acostumbrada labor de transmisión cultural que las madres realizan en todo hogar, hubo un momento en el que en los matrimonios mixtos las mujeres solían ser más instruidas sus maridos, soldados rasos muchas veces analfabetos que habían acudido a las escuelas de huérfanas de fundación e inspiración inglesa en busca de esposa.
Entrevistadas por Laura Roychowdhury, un par de mujeres relatan el desasosiego que sentían cuando las monjas de Loreto las alineaban ante los potenciales maridos, que las sometían al humillante escrutinio de quien selecciona un buen caballo. Preferían ser elegidas por un angloindio que por un inglés por dos razones: los ingleses, como hemos dicho, eran con frecuencia rudos analfabetos y existía el peligro de que estuvieran ya casados en su país de origen.
La mencionada exclusión de la vía materna en la definición oficial, según defiende Adrian Gilbert, ha provocado que las mujeres angloindias hayan tenido y tengan más facilidad para reconocer su carácter indio y estén menos ancladas en la nostalgia de una Inglaterra que nunca fue su patria. Y esa aceptación, esa ausencia de victimismo se traduce en una actitud ante la vida más positivista. Este posicionamiento, unido al hecho de estar más emancipadas y menos lastradas por prejuicios religiosos, étnicos y sociales, hace que las mujeres angloindias no solo están más presentes en la vida social y laboral que las de otras confesiones, sino que su nivel salarial sea de media superior al de los varones de su misma comunidad. Asimismo, son menos reticentes a contraer matrimonio con hombres de otras confesiones o grupos raciales.
La comunidad angloindia, educada en los oficios que al invasor, su progenitor, convinieron, es eminentemente urbana pero dispersa. Allá donde hubo un cuartel, donde se construyó una colonia ferroviaria, donde el telégrafo sustituyó a las postas, surgió un grupo angloindio. Quienes dirigieron plantaciones de té o de índigo lo hicieron en calidad de administradores, no de propietarios. La comuna agraria de E. T. McCluskie, no perduró. 
Es también una comunidad muy instruida en comparación con el resto del país. El índice de alfabetización entre los angloindios es de un 100% y son en general trabajadores cualificados o profesionales de clase media.
No es fácil precisar el número de personas que componen hoy la comunidad. Frank Anthony calculaba que poco antes de la independencia había unos 300.000 angloindios, aunque otros cómputos elevan el número a 500.000. Pero ese número se ha reducido en la India hasta aproximadamente 150.000, mientras que se estima que el número de angloindios emigrados, principalmente a países de la Common Wealth, y sus descendientes se acerca al millón.
Llama mi atención el victimismo que se transluce en el libro de Roychowdhury. Los repetidos desaires y final abandono sufrido a manos del Reino Unido lo justifican, sí, pero hoy día forman una comunidad asentada, reconocida y aceptablemente posicionada en lo económico. Pero siguen soñando con emigrar. “Aquí no hay futuro”, dicen, siendo hoy la India uno de los países con más potencial y alternativas para quien está medianamente instruido. Quizá les sigue pesando una tozuda y trasnochada esquizofrenia provocada por no saberse ingleses (la historia es irrevocable) ni sentirse indios (lo que son a su pesar). Quizá sigan añorando una patria que nunca conocieron, una supuesta alcurnia imperial que les fue vedada y que habrían dejado de disfrutar Inglaterra.
No debe ser fácil asumir que su dilema de identidad no tiene solución. Vayan donde vayan, nunca su hogar será donde estén. Al menos mientras no acepten que son indios, que solo en India pueden tener una identidad. Y no es un mal lugar. India es hoy tierra en pleno desarrollo, rebosante de posibilidades para su población instruida. Y es también nación de naciones que comparten territorio, cada centímetro de su territorio. Todo el mundo en India vive marginado de cuanto le rodea. La religión, la raza, la casta, todo les separa; incluso los brahmanes, la casta más alta, viven aislados tras un muro de prejuicios. Pero el angloindio, no vive solamente aislado, sino que hace de la ignorancia de lo que le rodea, del menosprecio de lo indio, parte de su propia identidad, una forma de asepsia destinada a evitar que su mestizaje étnico no se convierta también en cultural.
Por ello, con buen criterio Laura Roychowdhury recoge el concepto de Avtar Brah de “angloindia” como un espacio geográfico, hace de él la base de su libro, subtitulado “Viajes en Angloindia”, y muestra las colonias ferroviarias como un importante factor y agente de ese aislamiento, a la vez castillo y atalaya.

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS.

Esto es un blog, por lo que no me siento obligado al rigor y minuciosidad que un trabajo académico requiere. Menciono sólo los textos que he leído o consultado personalmente y que he utilizado, y omito en el texto mencionar los lugares concretos donde he obtenido cada información, a excepciónlas citas textuales.
·         Blunt, Alison. Memory, identity and productive nostalgia: Anglo-Indian home-making, en http://home.alphalink.com.au/~agilbert/anglo-~1.html
·         Brah, Avtar. Cartographies of diaspora: contesting identities.
·         Elias, Esther. Of a community and culture, en http://www.thehindu.com/features/metroplus/society/of-a-community-and-culture/article6360495.ece
·         Friedlander, Peter. Religion, Race, Language and the Anglo-Indians: Eurasians in the Census of British India Peter, en http://www.bodhgayanews.net/pdf/Anglo-Indian%20Paper.pdf
·         Gbah Bear, Laura. Miscelaneous of Modernity: constructing European respectability and race in the Indian railway colony, 1857-1931, ehttp://www.eablanchette.com/supportdocs/railway_life_folder/railway%20colonies.pdf
·         https://geneblanchette.wordpress.com y http://www.eablanchette.com son dos estupendas páginas. De allí son los artículos consultados:
The Raj and Us
Indo Europeans
Separate and Unequal
An Angloindian Chilhood
·         James, Sheila Pais. Anglo-Indians: the Dilemma of Identity, en http://home.alphalink.com.au/~agilbert/dilemma1.html
·         James, Sheila Pais. The Anglo-Indians: Aspirations for Whiteness and the Dilemma of Identity, en http://ehlt.flinders.edu.au/projects/counterpoints/Proc_2003/A5.pdf.
·         Kohli, Namita. McCluskieganj: The burden of history, en http://www.hindustantimes.com/static/mccluskieganj-ranchi-jharkand-anglo-indian/
·         Lyons, Esther Mary. Experience of living in a railway colony in Allahabad, en http://home.alphalink.com.au/~agilbert/railway1.html
·         McCluskieganj, en https://en.wikipedia.org/wiki/McCluskieganj.
·          McMenamin, Dorothy. The Curious Exclusion Of Anglo-Indians From Mass Slaughter During The Partition Of India, en http://home.alphalink.com.au/~agilbert/curious.html
·         Nundy, A. The Eurasian Problem in India, en la Imperial And Asiatic Quarterly Review IX, 1900, disponible en Archive.com. (Aprovecho para hacer una alabanza de esta página, donde se encuentran copias digitalizadas de miles de libros de dominio púbico).
·         Seth, Vikram. Un buen partido. Novela.
·         Tharoor, Shashi. Inglorious Empire.
the anglo-indians: aspirations for whiteness and the dilemma of identity, en http://ehlt.flinders.edu.au/projects/counterpoints/Proc_2003/A5.pdf
·         Varma, Lala Bahadur. Anglo-indians: a historical study of angloindian community in 19th century in India.
·         Wikipedia. Anglo-Indian, en https://en.wikipedia.org/wiki/Anglo-Indian

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