viernes, 24 de junio de 2011

Rápidas pinceladas y bibliografía sobre el emperador Akbar y su relación con las religiones



A mi forma de ver Akbar es no sólo la cumbre de la dinastía mogol, sino uno de los reyes más interesantes de la historia. Uno de los aspectos notables de Akbar es su relación con la religión.
Akbar nace y pasa su primera infancia en el exilio, cuando no huyendo, en un harén multicultural, no sólo en lo musulmán, con sunnitas y chiítas de Asia Central, sino también con damas hindúes. Además, cada vez se habla más de los europeos, a los que su padre apenas conoció, aunque utilizó su eficaz artillería.
Durante su reinado, los portugueses, que había puesto pie en la India ya en tiempos de su abuelo, se terminan de asentar firmemente en Goa, hasta el extremo de establecer virrey. Goa quedaba más al sur de los límites de sus dominios, y no es absurdo suponer que pudieron interesarle, también, como posibles aliados contra los reinos que los separaban o, incluso, como potenciales enemigos futuros, dependiendo de lo que llegaran a medrar, y en esa óptica interpretan algunos historiadores la embajada que Akbar les envía.
Pero hay dos cosas ciertas: que Akbar ya había iniciado periódicas tertulias religiosas (en las que participaban musulmanes de distintas tendencias, sunitas, chiítas, duodecimanos, hindúes, judíos, parsis, etc) y que fue la presencia de frailes, y no otra cosa, lo que solicitó al gobernador de Goa. No eran éstos los primeros cristianos con los que conversó Akbar sobre religión, pero los conocimientos de los anteriores no habían estado a la altura de la curiosidad de Akbar. Los jesuitas llegan a su Corte convencidos de que han sido llamados por el rey con intención de convertirse, y se afianzan en tal confianza cuando la real cortesía les premia con licencia para construir iglesia y para predicar y les visita personalmente a la iglesia presenciando la celebración de los oficios. Pero van decepcionándose a lo largo de los meses a la vista de sus nulos progresos, hasta que solicitan poder regresar. Si era o no intención de Akbar convertirse yo no lo sé, pero los testimonios dicen que hubo dos cosas principales que lo impidieron: por un lado, no aceptaba que Cristo pudiera ser hijo de Dios, idea contraria a la misma base del Islam; por otro, no estaba dispuesto a renunciar a tener más de una esposa, como le exigían los jesuitas. Personalmente no creo que fuera una cuestión de rijosidad, por más envidiable que fuera el tamaño de su harén, porque después llevó una vida de abstinencia con bastante tesón; pero la imposición tener una sola esposa atacaba los cimientos de la sociedad musulmana.
Mientras tanto las tertulias se siguen celebrando. Si ya antes las discusiones entre sunnitas y chiítas eran aceradas, con la llegada de los jesuitas el ambiente llegó a tal acritud que, en el Idabatkhana, el salón que en Fatepur Sikri se había dedicado a estas reuniones, Akbar tuvo que destinar distintas áreas a las distintas facciones, temeroso de que llegaran a las manos.
Akbar comenzó a realizar prácticas ajenas al Islam, como la veneración al sol o al fuego. Finalmente, creó su propia religión la Dhin-i-ilahi, o Fe Divina, de la que se instituyó máximo dirigente espiritual, aunque dice estar atormentado por tal responsabilidad. “¿Cómo puedo yo guiar a nadie sin ser guiado yo mismo?”, se pregunta.
Cambió el habitual saludo cortés de Bismillah por el de Allahu Akbar, que puede significar tanto Dios es grande como Akbar es Dios. Cuando le acusan de soberbia aduce que ni el más idiota podría arrogarse el ser Dios y que la frase en cuestión ya existía antes de que él la impusiera. Pero sí es cierto que, mientras su padre y su abuelo dependían más de los poderes de las noblezas de distintos orígenes, con Akbar, en cuyo reino la dinastía consigue la estabilidad que hasta entonces no había tenido, el poder se hace más absolutista y renace la idea de que la regencia es directa concesión divina. Para ser más exactos, tanto para Akbar como para Abul Fazl, su mano derecha y probablemente impulsor de muchas de las reformas de Akbar, la regencia es una mezcla a partes iguales de concesión divina y contrato social entre el pueblo (o más bien, los nobles) y el regente.
Akbar establece un nuevo calendario; en lugar del habitual calendario lunar musulmán comienza a usar un calendario solar igual al persa pero que comienza a contar desde su propia entronización (o quizá desde su nacimiento, no lo recuerdo bien), al que llama calendario Illahi, esto es, sagrado.
La bondad o perversidad religiosa de Akbar depende, claro está, de quién hable del tema. Abul Fazl, su biógrafo oficial y continuo panegirista, quien debió de tener mucho que ver en el proceso, lo ensalza hasta detallar la genealogía desde Adán hasta Akbar, en un intento de demostrar que todo estaba escrito precisamente para su advenimiento y sugiriendo incluso que puede ser el Mahdi prometido que esperan los duodecimanos.
Los jesuitas pasan por distintas fases de entusiasmo o de rechazo, según crean en cada momento que se acabará convirtiendo o que sólo les está dando largas y entreteniéndose con ellos. Badauni, fanático musulmán, lo despelleja en su libro, que sólo se atreve a escribir tras la muerte de Akbar; a veces asegura que se ha hecho hindú, a veces que cristiano, y siempre que es un peligro para el Islam, una aberración. Los historiadores posteriores, especialmente los hindúes y los cristianos, tienden a tenerle por un gran hombre con bienintencionados ideales fuera de momento.
Dato curioso: cuando no sólo la dinastía mogol, sino toda la Corte y hasta las mujeres del harén ganaron bien merecida fama de ser gente de gran cultura… ¡Akbar no sabía escribir!. Los textos dicen que era “iletrado”. Pero debía tener una memoria prodigiosa y una capacidad de comprensión y análisis no menor, de manera que era capaz de recordar fielmente todo lo que se había discutido en su presencia o lo que había ordenado que se le leyera, citando a poetas, filósofos y analistas de la fe con la naturalidad de un erudito. En algún sitio leí una teoría que intentaba conciliar estos hechos, según la cual Akbar sería fuertemente disléxico, lo que le inhabilitaba para la letra escrita.
Y para quien pueda interesarle, hablemos de bibliografía.
  • Akbar-nama, biografía de Akbar, y Ain-i-Akbari, escritos por el ya mencionado Abul Fazl. A favor.
Los puedes encontrar enteros en:


para consultarlos. Bajarlos para imprimir es un coñazo. Hay que ir casi página por página y las notas a pie de página son aún más latosas. Pero para el de Badauni (que menciono acontinuación) ahora mismo no hay más cáscaras porque está descatalogado y no se encuentra ni usado. Afortunadamente el índice de capítulos (no así el de personajes) es muy práctico porque son links a cada capítulo. Yo he tenido la santa paciencia de descargarlo; si a alguien le interesa, hable por esa boquita. En Internetarchive solo tienen el segundo tomo, que es el más interesante... ¡en persa!. Hay una edición de mierda de la que hablo, despellejándola, en otro artículo en este mismo blog. Los de Abul Fazl los tiene Low Price Publications, editorial con muchos facsímiles y distribuida también por Amazon. Una joya, esta editorial.
  • Abul Fazl and Akbar, de C. Jinarajadasa. A favor. Magnífico resumen en 72 páginas.
  • Muntakhab‑ut‑Tawarikh, de Badauni. Muy en contra. pero lo tenéis también en la página de Packard Humanities que acabo de mencionar.
  • El Dabistan, tomo III, cuyo capítulo X, desde la pág 50 hasta la 140 habla de Akbar y de la Din-ilahi, incluyendo detalle de las discusiones. Descargable en PDF desde Internet Archive.
  • Akbar and his India, una serie de artículos editados por Irfan Habib para Oxford University Press, alguns de los cuales, estupendos, contemplan el aspecto religioso.
  • Hay un artículo bastante interesante llamado Religious Disputations and Imperial Ideology; The purpose and location of Akbar´s Idabatkhana, especulación sobre cuál podría ser la sala de las discusiones. Lo encontraréis en:
  • Un libro importante es Akbar and the jesuites, recopilación de cartas de los jesuitas que recoge la correspondencia de los frailes sobre Akbar, recopiladas por Du Jarric. Hoy hay edición en Low Price Publications. No encuentro edición descargable en internet.
  • Embajador En La Corte Del Gran Mongol, de Antoni de Montserrat, español participante en la embajada de los jesuitas. Editado en español por Milenio (originalmente creo que se escribió en latín). En inglés lo tenéis en Internet Archive en este link:

  • Din-i-Ilahi or the religión of Akbar. es un estupendo estudio, resumen y recopilación de todo lo anterior; en mi opinión tiene excesivo empeño en demostrar que la religión de Akbar no era más que su particular manera de sufismo. Puede que tenga razón pero, en su obsesión, no deja que la verdad surja por sí misma, sino que dirige forzadamente la argumentación hacia lo que quiere demostrar. También lo puedes descargar de Internet Archive.
  • Tenía buena pinta: Religious and Intellectual History of the Muslims in Akbar's Reign que también estaba en Exoticindia pero no llegué a comprarlo y ahora está agotado. Estaremos atentos.
Hay muchísima más bibliografía, pero para el asunto Akbar y la religión ésta es suficiente.


Jahangir y Jadrup





Para documentar a alguien, hace poco reuní los fragmentos del Tuzuk-i-Jahangiri en los que se alude a Gosain Jadrup, asceta hindú que despierta la admiración de Jahangir.

A diferencia de su padre, Akbar, creador de un foro de discusión interreligiosa y fundador de su propia fe, Jahangir no fue persona muy religiosa ni especialmente interesado por las religiones ni parece muy definido a este respecto. A veces se muestra violentamente intransigente (destruye templos en Pushkar escandalizado por sus ídolos; mata al gran guru sikj del momento y persigue esa fe) y otras tolerante (en su Corte siguen teniendo influyente presencia los jesuitas portugueses)

Pero el caso de Jadrup es singular. Realmente Jahangir, musulmán, le profesa verdadera devoción, como podéis ver en los siguientes fragmentos (ojo: tened en cuenta que Jahangir llama sufí o derviche a cualquier asceta, sea de la religión que sea):



...El día 2 de Isfandarmuz subí a bordo de una barca desde Kaliyadaha y me dirigí al final de la siguiente etapa. Había oído con frecuencia que un austero sanyasín de nombre Jadrup se había retirado muchos años antes a un lugar del campo cercano a la ciudad de Ujjain para dedicar sus días a la adoración del Dios verdadero. Yo sentía grandes deseos de gozar de su compañía y cuando me encontraba en Agra, mi capital, quise enviar a buscarle, lo que finalmente no hice en consideración al trastorno que esto podría causarle. Ahora, cuando me encontraba en las cercanías de la ciudad, tomé tierra y anduve un octavo de kos a pie para ir a visitarle. El lugar que había elegido para vivir era un agujero con una puerta excavado en la falda de un monte. A la entrada había una abertura en forma de nicho de la altura de un gaz y del ancho de 10 giras, y el camino desde la puerta hasta el hueco que es realmente su morada es de 2 gaz y 5 giras de longitud y 11 giras y cuarto de ancho. La altura del suelo al techo mide 1 gaz y 3 giras. La abertura que hace de entrada a su morada tiene 5 giras y media de alto por 3 y media de ancho. Sólo alguien delgado puede pasar, y sólo con cien dificultades, tal es la estrechez de la entrada. No usa colchón ni tan siquiera paja. En este lugar oscuro y estrecho pasa sus días en soledad. Nunca enciende fuego en lo fríos días de invierno, a pesar de estar casi desnudo, a excepción de un andrajo que le cubre por detrás y por delante. El mullah de Rum ha puesto en rima esta máxima derviche:

“Es el sol de día nuestra ropa,

Los rayos de la luna son de noche manta y colchón.”


Se baña dos veces al día en una poza cercana a su morada y va una vez al día a la ciudad de Ujjain, y sólo a las casas de tres brahmanes que ha elegido de entre siete, que tienen esposa e hijos y con quienes se considera en religiosa comunión y se siente tranquilo. Acepta a modo de limosna cinco bocados de lo que ellos hayan preparado para su propia comida y lo traga sin masticar para no poder disfrutar de su sabor; se asegura siempre de que no haya ocurrido una desgracia en las casas que visita, que no haya habido un nacimiento y que no haya mujer en menstruación. Es ésta su forma de vida, tal y como aquí queda descrita. No desea el contacto con los hombres pero, como ha adquirido gran notoriedad, la gente acude a visitarle. No está falto de sabiduría por cuanto ha estudiado minuciosamente la ciencia del Vedanta, que es la ciencia del sufismo. Conversé con él durante seis gharis. Habla bien, tanto que ha causado una honda impresión en mí. También mi compañía parecía acomodársele. También mi venerable padre le visitó cuando regresaba hacia Agra después de la conquista del castillo de Asir, en la provincia de Khandesh, y siempre guardó buen recuerdo de él....



...Después se entrevistarme con Jadrup monté en elefante y atravesé la ciudad de Ujjain, arrojando a diestra y siniestra monedas hasta un importe de 3.500 rupias y, recorridos tres kos y tres cuartos, llegué a Daud-khera, lugar donde se alzó el campamento real. El tercer día, que era día de parada, fui después del mediodía a visitar a Jadrup, cuya compañía deseaba y de la cual disfruté durante seis gharis. También ese día pronunció buenas palabras y era casi de noche cuando entraba de regreso en mi palacio....


.....El miércoles 29 tuve una entrevista con Jadrup, austero asceta de la religion hindú, las circunstancias del cual quedan descritas en las páginas precedentes, y fui con él a ver Kaliyadaha. Su compañía es ciertamente un gran privilegio....


....Por segunda vez el sábado quise reunirme con Jadrup. Después de cumplir con la oración del mediodía subí a bordo de una barca para dirigirme a su encuentro, y al final del día disfruté de su compañía en el retiro de su celda. Escuché de él muy sublimes palabras sobre los deberes religiosos y la sabiduría de los asuntos divinos. Sin alabanzas desmedidas, expone claramente las salubables doctrinas del sufismo, deleitando al oyente con su discurso. Tiene sesenta años de edad. Tenía tan sólo ventidós cuando, renunciando a toda atadura externa, inició con determinación la senda del ascetismo, y durante treinta y ocho años ha vivido sin más atuendo que la desnudez. Cuando me retiré me dijo: “¿En la adoración de mi propia deidad, qué idioma debería emplear para agradecer a Alá la gracia de pertenecer al reino de tan justo rey, viviendo cómodo y contento, sin que el polvo del desconcierto caiga sobre el regazo de mi propósito?”...


...Hemos hablado en páginas anteriores sobre Gosain Jadrup, que vive en una hermita en Ujain. En estos días cambió su residencia a Mathura, una de los mayores lugares de culto de los hindúes, entregándose a la adoración del verdadero Dios en la orilla del Yamuna. Como yo apreciaba nuestra relación partí a presentarle mis respetos y disfruté largo tiempo de su compañía en ausencia de tercero alguno. En verdad que su existencia es gran ganancia para mí, por cuanto recibo importantes disfrute y beneficio...

......El lunes 12 aumentaron mis deseos de ver de nuevo a Gosain Jadrup y me dirigí a la hermita, donde disfruté de su sociedad. Cruzamos sublimes palabras. Dios Todopoderoso le ha concedido gracias inusuales, alto entendimento, ensalzada naturaleza y una muy aguda capacidad intelectual, con un conocimiento revelado y un corazón libre de las ataduras de esta vida, de manera que, dando la espalda al mundo y a cuanto hay en él, se siente feliz y sin deseos en su rincón de soledad. Por toda posesión terrenal ha elegido medio gaz de tejido viejo de algodón, como un velo de mujer, y un cuenco de barro para beber y tanto en verano como en invierno o en la estación de las lluvias vive desnudo, descalzo y sin nada que le cubra la cabeza. Se ha cavado un agujero en el que puede moverse con mil dificultades y torturas, al que se accede por un pasaje que un lechón apenas podría atravesar. Estos versos de Hakim Sanai, séale Dios clemente, resultan apropiados:

“Luqman tenía una estrecha celda,

Como el hueco de una flauta o el agujero de una mandolina.

Un necio preguntó a este gran anciano:

‘¿Qué tipo de casa es ésta, de dos pies y un palmo?’

Emocionado hasta las lágrimas, el sabio respondió:

‘Amplia es para quien tiene que morir’.”


El miércoles día 14 acudí otra vez a ver al Gosain para despedirme. Sin duda la idea de separarme de él pesaba sobre mi mente siempre deseosa de la verdad...

...Durante el reinado de mi padre, sea la luz de Dios su testigo, el peso de un seer equivalía a 30 dams y yo no veía razón para actuar de modo contrario, así que decidí que continuara siendo de 30 dams. Pero un día Gosain Jadrup dijo que en su libro de los Vedas, escrito por los maestros de su fe, el peso del seer era de 36 dams. “Como las coincidencias del mundo oculto han conducido a que la orden de Vuestra Majestad esté tan cerca de lo que dicta nuestro libro, si fijáis el seer en 36 dams, bien haréis.” Se dio orden de que en adelante y en todo mi territorio debía ser de 36 dams.


Ya lo véis. No sólo le visita siempre que está cerca de Ujain, sino que le deja decidir sobre el sistema de pesos que debe emplearse en el imperio entero.

sábado, 11 de junio de 2011

Humayun enamorado.

¿Que por qué me da por los amoríos? Bueno, son episodios que pueden contarse aislados sin necesidad de conocer el contexto.
Hoy le toca a Nasiru-d-din Humayun Pachá, hijo de Babur.
Humayun perdió en pocos años todo el reino que heredó de su padre. Derrotas y deserciones le van empujando hacia el oeste. Para cuando ocurre lo que os voy a contar, se encuentra en el Indo, tratando hacerse con un castillito que le dé cobijo. Pero ni siquiera su hermano Hindal, que se encuentra cerca con sus propias tropas, le apoya. Y en ese momento ocurre lo que podría contarse así:


Cuando el rey ponía sitio a Bhakkar, castillo emplazado en una de las múltiples islas que obligan al Indo a disgregarse una y otra vez, Hindal Mirza cruzó el río en dirección oeste, se decía que hacia Kandahar, y acampó en Pat, con intención de descansar allí unos días. Dildar Begum, madre suya y de Gul-Badan, aprovechó que se encontraban cerca de Bhakkar para ofrecer una gran recepción en honor de Su Majestad.

Humayun dejó en Bhakkar las tropas suficientes para mantener el cerco y partió con el resto hacia Pat, al objeto de averiguar las intenciones con que Hindal viajaba con tan grande compañía de armas y civiles.

-Dícese que te diriges a Kandahar, hermano –le preguntó en cuanto lo tuvo delante, antes incluso de abrazarle.

-No hay que creer cuanto se oye, Majestad –fue la escueta respuesta.

Hindal condujo al rey al jardín donde se celebraba la fiesta, a la que acudieron todas las damas que viajaban con él, integrantes del harén del mirza o familiares de los capitanes. Entre ellas se encontraba Hamida Banu, hija de Mir Babá Dot, el que fuera preceptor del príncipe, de nombre. El rey quedó fascinado con ella y preguntó si estaba ya comprometida. Le informaron de que, si bien ya había sido solicitada por algún pretediente, el compromiso no se había aún formalizado.

-La desposaré -dijo el rey.

-Majestad –intervino Hindal con evidente inquietud, -he visto crecer a esa niña desde su cuna y tengo en ella casi una hermana o una hija. Aunque no esté oficialmente comprometida, todos saben quién será su esposo, y ella así lo quiere. Vos ois el rey; no permita el cielo que vuestros actos en asuntos para vos tan nimios causen disgusto entre vuestros súbditos.

-Mir Babá Dot ha tenido el honor de ser vuestro tutor por muchos años, y a vuestro servicio continúa tanto por sus méritos como por el favor que yo, el rey, le dedico. Gran labor ha hecho y quiero por ello recompensarle desposando a su hija y convirtíendo así a ambos en nuevos miembros de la familia real.

A Hindal Mirza le disgutó tal afirmación y tanta soberbia.

-Creí que habíais acudido a esta reunión a honrar con vuestra presencia a mi madre y a esta rama del fructífero árbol de Firdus Makani, no a buscar nueva esposa en una niña tan alejada de vuestra edad. No dejaré pasar tal ofensa sin dar merecida y digna respuesta: si lleváis a cabo tan caprichoso propósito, os juro que no contaréis en adelante con mi apoyo ni con el de mis hombres.

-Ah, Hindal. Tu vehemencia te delata. ¿Así que eres tú quien la ha soliciado?

-¿Y no sería razonable, incluso natural? –respondió el mirza sin dejar vislumbrar asomo de debilidad. -¿No nos separan apenas ocho años, contra los casi veinte en que superáis su edad? ¿No es la hija de mi preceptor? ¿No está él tan orgulloso de su alumno y tan encariñado conmigo como yo lo estoy de sus enseñanzas y con su persona? ¿No ha sido Mir Babá un padre para mí desde que murió el venerado Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá testigo de su propio agradecimiento? ¿O más que el suyo, más que el mío, más que la felicidad de vuestro súbdito Mir Babá Dot y de su hija pesará lo que malvestís de complaciente largueza, regio disfraz bajo el que para pública vergüenza asoman harapos de lujuria? ¡Una más para el real serrallo!

Durante unos segundos un silencio espeso inundó la sala como la sospecha de una catástrofe. Ninguna de las damas volvió su rostro, descubierto dada la privacidad de la reunión, hacia el centro de la disputa. Permanecieron quietas en la misma postura en que habían ido quedando una a una al tiempo que la atrevida postura de Hindal había ido captando su atención. Fue Dildar Begun la primera que rompió ese tiempo congelado.

-¡Hindal! ¡No es esa la manera adecuada de dirigirte a su Majestad, que si es tu medio hermano es, más aún, tu rey completo, el representante de tu venerable y difunto padre, de toda la estirpe de Timur y de lo más granado de la de Gengis.

Hindal Mirza, lejos de responder, giró significativamenté el rostro apartándolo de la mirada tanto del rey como de su madre.

Los corrillos intentaron reanudar la charla, más para huir de la tensión de la escena que por desinteresarse por ella, de la que seguían pendientes por más que simularan enfrascarse en sus vanales conversaciones.

-¿Completo, decís, madre? Rey menguante, lo llamaría yo. Su poder se reduce día a día y muchas voces aseguran que también su crédito. ¿Quién puede sorprenderse, dado el despotismo que acabamos de presenciar?

-¡Silencio, Hindal! –Pero la orden de Dildar Begun llegaba tarde incluso para detener al rey, que abandonaba ya la reunión en dirección al río y a su barco. En pos del rey salió la madre del mirza.

-¡Majestad, Majestad, os pido perdón en nombre de mi hijo, oh Nasirudin Humayun Pachá! –suplicaba con los ojos húmedos perseguida por el revuelo de su propio manto, hasta que, casi ya al borde de la embarcación, adelantándose al rey cayó ante él de rodillas. –Regresad, os lo suplico, a mi fiesta. ¿Cómo podré vivir en adelante con esta vergüenza? Hindal es un joven apasionado e impulsivo. Pero bien sé por cuanto le conozco que ya estará lamentando su impertinencia aunque sólo sea por ver a su madre así postrada. Yo os entregaré esa joven.

Humayun dejó que Dildar se humillara un poco más antes de ceder parcialmente a sus súplicas con mal fingido fastidio.

-Está bien, esposa de mi padre. Si hacéis que Hindal se disculpe, olvidaré este desagradable incidente. –Aunque debería valorar el desatino de una disputa en medio de su creciente debilidad, y quizá también así lo hacía, eran su propia sensualidad y la belleza de aquella joven las que gobernaban la voluntad de Humayun en ese momento: lo mismo habría hecho aunque hubiera sido lo menos aconsejable. Estaba claro que las disculpas que exigía incluían a Hamida Banu. –Pero no, no volveré a la fiesta, no es oportuno. Tomáos unos días; que vuestro hijo se enfríe. Buscad en vuestra conciencia qué culpa podéis tener en su rebeldía; reconducidle. Esperaré en Bhakkar vuestras prontas y, por el bien de todos, buenas noticias. Alá os guarde.

Al entrar de nuevo en el jardín donde se celebraba la recepción, Dildar se dirigió directamente hacia Hamida Banu, quien se había quitado de enmedio entre lágimas alarmada por la trifulca levantada alrededor de su persona y estaba siendo consolada en un rincón por Gul-Badan.

-La fortuna te corteja, joven Hamida –le dijo al llegar hasta ella. –Retírate, descansa y reflexiona. Gul-Badan, hija mía, ve con ella y guarda su sueño esta noche. Hindal -dijo volviéndose a su hijo, a quien premeditadamente no había dirigido aún la mirada desde que volvió del embarcadero, -tú también necesitas meditar. Queridas damas, hay doble fila de guardias hasta vuestras moradas; la fiesta ha terminado; que Alá o guarde. Enviad depués a vuestras criadas a recoger los manjares sobrantes.

-¿Eres idiota, Hindal? –le espetó por la mañana irumpiendo en su dormitorio antes de la primera oración. –Aunque albergues en tu corazón sueños imperiales, lo que iría en contra de la expresa voluntad de Firdus-Makani y para lo que nunca contarás con mi apoyo, ¿crees que ha llegado el momento? ¿Sin refugio en medio de la nada, con tu hermano y todo su ejército a una jornada de distancia?

-Su mermado ejército, querréis decir.

-Todavía suficiente.

-¿Aun gobernado por ese comedor de opio esclavo de los latidos de su entrepierna? Mi hermano Humayun está siendo arrastrado al fracaso por cantos de que él mismo entona, hoy de sirena y de cisne en breve. Es tanta su necesidad que alguien tan mediocre como Shah Husain le ha mantenido inmóvil en el jardín de Charbagh acampado durante cinco meses con falsas promesas de adhesión, a donde se ha dignado a acudir en todo este tiempo para presentarle sus respetos. No habrán transcurrido muchas lunas antes de que se vea desobedecido hasta por su caballo. Al tiempo.

-Pues si así ha de ser, déjale hundirse sin mancharte con traiciones de mal hermano. Dale ahora lo que quiere y aguarda. Si cae, podrás tomar el mando con intacta reputación y si te equivocas y resurge hallará en ti fiel hermano en quien apoyarse. Tú mismo le has dicho a Humayun que Hamida es casi como tu hermana o tu hija Ayúdame a convencerla comunicándola que renuncias a ella. Dile que quieres lo mejor para ella y su familia, apela a su piedad filial, arguméntala que su padre merece llegar a viejo con la felicidad de haber entroncado con la flor de la estirpe timurí. Yo hablaré con Babá Dot. Él también te aprecia como a un hijo y querría poder llamároslo de pleno derecho, pero bien conoces su prudencia y su destreza política; sin duda preferirá procurarte un enemigo menos. Ya habrá llegado a sus oídos el incidente de anoche. Déjale reflexionar sobre ello al menos hasta la tarde y consúltale a él si quieres antes de que se entreviste conmigo, puedo esperar un día.

-Pero entregar a Hamida para tercera o cuarta esposa….

-No de cualquiera. Y basta ya, Hindal. ¡Amor! ¿Quién de nosotras lo ha conocido antes del matrimonio? Mañana me contarás qué has hablado con Babá Dost.

Al día siguiente, tras confirmar que el mir, aunque con reticencias, se había manifestado de su misma opinión, le hizo llamar. Era uno de los pocos hombres cuya presencia en el harén era admitida sin recelo, tras años de haber sido el tutor de Hindal.

-Excelso Mir Babá, sabia fuente de cuanto mi hijo sabe, me alegra saber que contamos con el apoyo de los argumentos de un padre.

-Así es, Alteza Dildar, dadas las circunstancias.

-Por tu propio bien espero que no añadas esa coletilla en presencia del rey.

-Naturalmente, Alteza.

-¿Prefieres hablar tú primero con tu hija?

-Anoche lo hice, Alteza. Rompió a llorar.

-Es normal, apenas es una niña. Aún no comprende el honor que recibe. Además estará asustada; hace años que no sale de bajo mi techo. ¿Ha superado ya la menarquía?

-Si, Majestad; varias veces ha menstruado.

-Bien. Puede casar. -Dildar Begun se volvió hacia Karima, su anciana criada personal. -Hazla venir –añadió. –Y tú, estimado Babá, déjame a solas con ella.

Mientras llegaba Hamida Banu, Dildar roció su alrededor de agua de rosas. Al poco llegó la joven, por primera vez aterrada ante Dildar. Aunque nada la obligaba a elllo dentro del serrallo, ocultaba la tristeza del rostro con un velo translúcido.

-Siéntate, pequeña.

A pesar del velo podía notarse que Hamida mantenía la mirada baja. Dildar la observó con ternura.

-Bien sabes que siempre hemos buscado el bienestar de toda tu familia y que así seguirá siendo. Esto incluye buscar un buen futuro para ti. –Mientras Dildar hablaba, Hamida luchaba para que su desconsuelo no se tranformara en llanto. -Y nadie puede lograrlo mejor que el rey, que quiere verte de nuevo y tú debes presentarle tus respetos.

-Si es para presentarle mis respetos, ya lo hice el otro día y es suficiente. No iré.

-Hindal Mirza, casi un hermano para vos, también lo recomienda.

-Nada me importa la opinión de Hindal, de quien aspiraba ser algo más que hermana y cuya abandono recibo. No iré.

-No puedes desobedecer al rey.

-Ni a la decencia. Ver una vez al rey es lícito; dos, concupiscencia. No iré.

-Está bien, mocosa llorona. –A pesar de la sus palabras, Dildar hablaba con compresiva dulzura. -Veo que está todo demasiado reciente. Volveremos a hablar en unos días. El tesón es un saludable impulso, pero la terquedad un lastre. Piensa en ello.

Sin decir nada, Hamida Banu se retiró a toda prisa. Inmediantamente entró Karima.

-Señora, Subhan Quli, enviado de Su Majestad, recién llegado, quiere hablaros.

-Dile que estoy ocupada.

-Ya lo hice, señora, pero dice que esperará.

- ¡Alá lo confunda! ¿Qué clase de gente me rodea? Unos no tienen sentatez y a otros les falta la paciencia. Bueno, en cualquier caso Subhan no puede entrar. Que se mantenga junto a la entrada y enseguida voy a contarle….uf, no sé el qué.

Dildar se quedó unos momentos sola planeando su discurso. Por fin se levantó y se dirigió hacia la salida del recinto femenino. Sin traspasar el velo de castidad, saludó a Subhan Quli.

-Bienvenido sea el mensajero del rey.

-Bienhallada la viuda de su padre. Su Majestad me envía a recabar informaciones sobre lo que podéis imaginar.

-¡Caramba! Parece que conserva la impaciencia de un adolescente.

-No me toca a mí juzgarlo, Alteza Dildar Begun. Decidme, os ruego, qué noticias puedo tranmitir.

-Dile al pachá que las primeras gestiones ya están hechas, que todo marcha bien, que es guiso lento y laborioso y debe hervir despacio, pero no habrá cocina capaz de igualarlo; que lo deje todo en mis manos, como convinimos, y en unos días tendré novedades para él. Ya le enviaré recado cuando sea menester. Es todo.

Pero la joven siguió resistiéndose durante cuarenta días, tiempo que Dildar invirtió también en terminar de suavizar la postura de su hijo.

-Pero Hamida –dijo Dildar uno de esos días, -antes o después habrás de casarte. ¿Quién mejor que un rey para esposo?

-Sí, cierto, habré de casarme. Pero quisiera hacerlo con un hombre cuyo collar pudiera tocar, no uno el borde de cuya falda es inalcanzable –contestó Hamida.

Por fin un día Dildar Begun pudo escribir al rey:

“Ruego a Su Majestad, Nasirudin Humayun Pachá, cuyo reino Alá engrandezca, acuda a Patr a disfrutar de una cena con, entre otros muchos, dos platos especialmente escogidos para él que a buen seguro harán sus delicias. No se demore en exceso Su Majestad, pues siendo guisos y no salazones, pueden perder con el tiempo sus mejores aromas. ”

Así que Humayun volvió a dejar en Bhakkkar las tropas necesarias para mantener el asedio y se dirigió a Patr.

A una parasanga del pueblo le esperaba Hindal con una escolta de honor para acompañarle el resto del camino. El rey descendió de su montura, permitió a su hermano hacer la debida reverencia, lo levantó del suelo y lo abrazó.

-Cabaguemos, Mejestad. Mi madre y alguien más os aguarda.

En el camino Hindal se interesó por la salud del rey, del harén en general y del ejército, que había de ser bueno, dado que un asedio es una ocasión de reposo. Pero de todo ello habló de una manera vanal, con la fría cortesía del protocolo y poniendo especial interés en no preguntar directamente por las esposas. Humayun supo entender el rencor encerrado en esa omisión.

Pero lo que más le preocupó fue que Hindal esperara a ir por la mitad del camino, cuando la distancia a la que se mantenía la escolta les otorgaba total privacidad, para decir:

-Perdonadme, Majestad –dijo Hindal sin necesidad de más instrucciones. –Vos sois el rey y súbditos el resto.

-Cuenta con ello. No se distancien nuestros corazones –respondió Humayun sin entonar la frase. Sabía que cualquier nexo cualquier afinidad, cualquier complicidad que de tiempos pasados pudiera quedar entre Hindal y él se había roto con este episodio y sería sólo cuestión de tiempo que su medio hermano se le opusiera. Debía retrasar ese momento cuanto le fuera posible.

Llegaron a Patr y atravesaron el campamento, cuya calle principal estaba flanqueada por grupos alternos de jinetes y tropa de a pie presentando armas. Al fondo estaba el recinto del harén, una reproducción algo reducida, no tanto como al rey le hubiera gustado, del que en su día había diseñado Humayun para su propio serrallo. En la entrada, con manto verde esmeralda y velo del mismo color, ambos sin bordados, les esperaba una figura femenina, en la que Humayun pudo reconocer a Dildar Begun según se acortaba la distancia entre ellos.

Cuando llegaron, Humayun bajó deprisa del caballo para detener a tiempo a Dildar, que se disponía a postrarse de rodillas.

-No, señora, no hagáis eso; sois la esposa de mi padre, una segunda madre para mí –dijo Humayun aun a sabiendas de que mayor reverencia y humillación la había permitido la noche en que Hindal lo había puesto en evidencia delante de todas las mujeres. -¿Cómo salís al exterior?

Dildar sabía que en ese momento llevaba la ventaja. Contestó en un tono familiar, sin fórmulas palatinas.

-¿Al exterior? Mi vida se ha desarrollado en el exterior. La placidez que hemos vivido entre Dehli y Agra ha sido una excepción en nuestras vidas itinerantes, en las de todas las mujeres de la Corte, avanzando a pocos por tierras recién conquistadas en pos de las mesnadas y tropas del rey y sus amires. ¿Quién puede vivir así en la reclusión deseable para las mujeres? Tiempos hubo y tiempos volverán en que todo vuelva a su sitio.

Con un gesto indicó a Hindal que descabalgara y guió a Humayun hacia el interior.

-¿Qué tal el camino? ¿Ha hablado mi hijo contigo? –le preguntó en voz baja.

- El primer guiso estuvo falto de condimento. Veamos el segundo.

Tras la entrada al recinto se había intalado un estrado cubierto de cojines para asiento del rey. A ambos lados frente y bajo el estrado, dos filas de alfombras y mesitas preparadas para un banquete se extendían por la explanada dejando un pasillo central que conduccía a la zona de las tiendas de las mujeres, separada a su vez por otro vallado de lona.

Dildar cruzó unas palabras con su hijo y se retiró a un costado. Al dar Hindal tres palmadas, las mujeres aparecieron al fondo y se distribuyeron por las filas de la izquiera. Tres palamadas más y los hombres, que habían quedado en el exterior del recinto, entraron a su vez, sentándose en la de la derecha. El orden en que ocuparon sus puestos había impedido una impúdica observación del desfile femenino; para cuando entraron ellos, las mujeres ya eran pequeñas estatuas sedentes bajo velos de colores.

Dildar hizo un nuevo gesto a Hindal. Éste se volvió hacia el estrado.

-Vos, señor, sois el rey y súbditos el resto –repitió la fórmula, ahora ante toda la audiencia. – La bondad del Todopoderoso os conceda la recuperación de vuestros territorios para que de nuevo la justicia irradie desde el trono para beneficio de todos vuestros súbditos y os premie con hijos numerosos como las estrellas del cielo; vehículo serán de distribución de la imperial benevolencia, arado de tesón en la siembra de la felicidad general.

Huamyun hizo un gesto de aprobación.

-Recibid pues de manos de mi venerable madre Dildar Begun, viuda de nuestro común progenitor Giti-Sistani Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá su testigo, a esa perla de la del serrallo, Hamida Banu, nacida en el seno de mi humilde casa, hija de Mir Babá Dot, por vuestra gracia preceptor mío, y de Yasmina Kabuli, dechado de virtud. Que este enlace se convierta en símbolo de bueno augurio en los años venideros.

Dildar Begun se encaminó hacia las tiendas de las mujeres y se perdió tras el vallado. A poco reapareció traendo de la mano una esbelta figura ataviada con un manto de novia rojo elaborado con sedas de sari indio, tan recta la espalda, tan alta la cabeza, que diríase lucía ya porte de reina. Entre los asistentes se alzó un murmullo de comentarios.

-Nasirudin Humayun Pachá -dijo al llegar al pie del estrado: -he aquí a Hamida Banu, desde hoy Hamida Banu Begun, hija de quien está al servicio de mi casa, a la que bien sabéis aprecio como hija, para que os sirva y honre el resto de su vida. Sed para vuestros súbditos ejemplo de esposo, sedlo ambos de amor.

Adelantó la mano que asía la de Hamida Banu, encaminándola hacia los escalones. La joven subió y tomó asiento junto al rey. Dildar alzó un brazo mirando hacia la zona de las tiendas. Inmediatamente los eunucos instalaron una nueva valla por el pasillo central, separando ambos lados y ocultando a las mujeres de la vista de los hombres durante la celebración del banquete.

Por el mismo punto por el que había aparecido Hamida sugieron dos grupos de sirvientes. Uno de ellos, el de velos sin rostro, distribuyó las viandas entre las mujeres; el otro grupo con chalecos cortos y anchos calzones sujetos por un fajín, atendió a los hombres.

Dadas las circunstancias, los invitados no fueron tantos ni el banquete estuvo a la altura de lo que se hubiera podido esperar en una boda real. Pero las especias no habían escaseado, se mataron algunos corderos y todos disfrutaron de poder apartarse por un día de la monótona comida de campaña.

Terminado el ágape, Dildar se acercó al estrado.

-¿Sois feliz, Majestad? –preguntó recuperando el trato protocolario que había abandonado a la llegada de Humayun. Su baza estaba jugada, ya no tenía más que dar: ya no dominada el encuentro.

-Ambos platos resultaron finalmente sustanciosos, aunque dudo que en el primero fuera blanca la sal.

-Majestad, hijo de mi esposo, son tiempos difíciles. Pero sabed que mientras esté yo cerca siempre abogaré por vuestra causa.

-Así lo creo. Fulano, -dijo volviéndose al jefe de su escolta. –Dile a tus hombres que nos vamos. Espero al resto en Bhakkar antes del mediodía.

Se levantó y extendió la mano hacia Hamida Banu, ya Begun, para ayudarla. Hombres y mujeres, cada uno en su lado de la valla, se pusieron también de pie y se inclinaron en reverencia mientras el rey descendía. También Hindal, a un lado de la escalera, se arqueó, aunque en menor medida, dada su calidad de mirza.

Salieron juntos camino del embarcadero, seguidos por Hamida y Dildar.

-¿Cuándo partes, Hindal, hermano? –Ni siquiera preguntó adónde; ambos lo sabían.

-Mañana mismo levantamos el campamento, Majestad.

-Tu rey vería con agrado la unión de ambas fuerzas. Entre ambos podremos hacernos con algún pequeño territorio desde el que empezar de nuevo.

-No es momento, Majestad. O al menos no lo es para intentar conquista alguna. Desde Bengala hasta el Sind, todo se ha vuelto hostil. Venid conmigo, Majestad. Acojámonos a la hopitalidad de quien aún nos la ofrece, decansemos y repongamos fuezas. Demos tiempo a que Sher Khan pierda la fuerza de su primer empuje y mientras tanto establezcamos nuevas alianzas, recuperemos las pasadas. Impidamos que la terquedad se apodere de nosotros.

-¿Terquedad dices, Hindal? A mi terquedad opones miedo al futuro más inmediato, envidia a mi primogenitura y rencor a causa de cierta hembrita que nos sigue a unos pasos. –Humayun sabía estar en lo cierto. Podía haberlo dicho con mayor sutileza, pero estaba convencido de que nada cambiaría la decisión de su medio hermano, razón por la que imprimía a sus palabras el más ácido lenguaje. -De no ser así te dedicarías en cuerpo y alma a mis proyectos sin más consideraciones que la de tratarse de la voluntad real, tal y como debe hacer un súbdito fiel. Luchar por su gloria aunque la tragedia aceche, no abogar por refugiarnos en muros ajenos.

- Vuestra soberbia os fuerza a un destino atroz. Majestad, no soy con mucho el primero en seguir su propia ruta. Quizá deberíais escuchar a quienes fueron leales y marcharon. No todos eran mercenarios oportunistas, también muchos hombres valientes que pusieron muchas victorias sobre vuestra alfombra.

-¡Pero ninguno de ellos era mi medio hermano ni por adopción completo! ¡Ninguno se crió bajo las faldas de mi propia madre! Cómo podré mantener unidas a mis tropas si tú me abandonas, Hindal. –El discurso del rey comenzaba a revestirse de involuntaria y delatora súplica: él también tenía miedo. Se dio cuenta de que lo había intentado todo, salvo ceder. –Adiós, díscolo mirza. Quizá algún día podamos tomar juntos la sal. Huye hoy, pero recuerda que la historia no perdona.

Humayun abrazó a la esposa de su padre, tomó de la mano a su nueva esposa y sin mirar de nuevo a Hindal subió a la barca e hizo que zapara inmediatamente. Esa primera noche no fue capaz de ahogarse en la voluptosidad que la belleza de Dildar Banu merecía.

Un furioso Hindal partía al día siguiente hacia Kandahar.


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Unos meses después Humayun atraviesa el desierto. Los hombres de su séquito van muriendo por el camino consumidos por la sed y el agotamiento. En el desorden de la desesperación, algunos caen y mueren en el fondo del pozo que debía salvarles.

Cuando el caballo de Hamida Banu, para entonces embarazada de siete meses, muere, los oficiales se niegan a prestarle el suyo.

Pero Hamida sobrevive y su hijo, Akbar, llegará a ser la cumbre de la dinastía Mogol.

Chispún.