martes, 10 de mayo de 2011

Otros amores de Babur



Entre los apéndices que añade Susan Annette Beveridge a su traducción de las memorias de Babur, incluye un pequeño artículo que su marido había publicado en el Asiatic Quaterly Review (que incluyo al final) en el que, después de mencionar las relaciones que Babur había tenido con el clan yusuf-zai, cuenta una curiosa anécdota sobre el modo en que conoció a Bibi Mubarika y la hizo su esposa.

Incluida en algo más largo, hice yo mi propia versión del hecho, que imagino así:





Había ocurrido seis años antes, cuando la Pantera, a pesar de sus numerosas victorias en campo abierto, no había podido conquistar el fuerte de Mahura, dentro de cuyas murallas recientemente reforzadas se atrincheraban los jefes yusufzai. Decidido a encontrar un punto débil, un modo en que sus tropas pudieran penetrar en él, eligió el día del Eid-i-qurban para infiltrarse en el castillo. Ésa era la razón que Babur argüía para justificar su presencia en el mismo centro del bastión enemigo, pero las lenguas amigas de románticas audacias defendían y difundían la versión que Maham Begun, su primera esposa, escuchó en su día con hostil interés y que ya disfrutaba de una aceptación popular sin detractores. Babur, sin embargo, nunca recogió la anécdota en sus diarios.


Esa fecha, en la que todo piadoso musulmán rememora el día en que Alá, clemente y misericordioso, detuvo la mano con que Abraham estaba dispuesto a sacrificar en Su alabanza a Isaac, su propio hijo, era particularmente celebrada por los afganos, quienes la llamaban Al-Adha. Sin acceso al mar, separados de la Meca por tierras de difícil tránsito, chiítas unas y en continuo estado de guerra otras, los afganos, habitantes de pequeños principados bien asentados pero con escasas y frágiles alianzas entre ellos y de un poder insuficiente para que sus peregrinos fueran respetados, hacían del Al-Adha su principal fiesta, en la que cada año volvían a soñar que algún día podrían hacer el viaje santo. Por este motivo se reuniría gran acopio de gente alrededor del palacio de Shah Mansur, cuya generosidad sufragaría ese año los festejos.


Vestido como un mendigo, Babur se apostó casi de vísperas al socaire de la muralla. Tendría así toda la noche para estudiar a la gente que se iba reuniendo para el acontecimiento, confundirse entre ellos, poner a prueba la validez de su disfraz y sopesar el riesgo de ser descubierto. El atavío de Babur y de los tres hombres que lo acompañaban había sido estudiado con todo cuidado. Aunque Babur había sido educado como un turco chagatai y el turco era el idioma en el que pensaba y escribía, se había criado en el valle de Fergana, muy cerca de allí ; sus compañeros fueron elegidos no sólo por su valor, discreción y fidelidad, sino también por sus distintos acentos, a cual más rudo. Era frecuente que los mendigos viajaran en pequeños grupos cuyos componentes podían cambiar en cada nueva provincia y ser, por tanto, de distintos orígenes. De esta manera convertían su condición de extranjeros en factor de credibilidad y tanto mejor sería que su aspecto así lo anunciara y desmintiera de antemano intenciones ocultas. Así que cada uno conservó su propio turbante, cuya manera de anudarse nunca alteraba un hombre orgulloso, como todos eran desde Anatolia hasta el Indo. Un ancho shalwar, el pantalón afgano, resultaba obligado en el disfraz, dadas las bajas temperaturas reinantes, así como una manta de lana de oveja (de camello habría llamado la atención), cuyos diferentes diseños hablaban también de sus posibles orígenes. Excepto el turbante, todas las prendas habían sido manchadas y arrastradas por el suelo atadas al final cuerdas tiradas por caballos hasta quedar agujereadas y cubiertas de polvo. Unas raídas sandalias con la suela de tripa de búfalo completaban el atuendo.


Esa mañana el robusto portón se abrió más temprano que de costumbre. En el interior, un frente de tres filas de soldados, provistos de lanza y escudo los primeros y de espada las dos hileras restantes, impedían que la multitud entrara en tromba y, disolviendo el tumulto, la obligaban a desfilar de a uno entre las otras dos hileras que respaldaban a los oficiales encargados de registrar al populacho en busca de armas. Mezclado entre la multitud, la Pantera se dejó arrastrar hasta el patio posterior del palacio observando cuanto veía, sin necesidad de disimulo alguno, pues muchos de aquellos aldeanos de los alrededores recorrían las calles en igual actitud, admirando la robustez de las murallas, la magnificencia de los palacios y el colorido de los bazares, de las telas y abalorios de los tenduchos que vomitaban sus mercancías a ambos lados de la calle. Hasta entonces la fiesta se había celebrado extramuros; pero este año, con las tropas de Babur entregadas al pillaje a sólo un par de jornadas de distancia, Shah Mansur y su hermano Malik Ahmad, máximos caciques, habían acordado organizarla al amparo de las murallas. Había corrido la voz de que la largueza de Mansur y Ahmad superaría todo lo conocido, demostrando al pueblo que su poder no se había resentido con la guerra. Se decía que dos veces setenta corderos iban a ser degollados, para macerar cuya carne se habían adquirido en las aldeas vecinas más de doscientos kilos de yogur agrio, y que tanto el azafrán de Rum, como la canela de Lanka, el clavo y la nuez moscada que desde las islas Molucas, recientemente convertidas a la verdadera fe, llegaban por el puerto de Surat, y el gengibre que viajaba en verano a través de los desfiladeros del Pamir a lomos de los resistentes yaks de las altas planicies, estaban ya agotados en todos los bazares.


Pronto se pudo verificar la certeza de tan prometedores rumores. Gala de la misma generosidad hacían los demás familiares, que habían instalado estrados entoldados desde los que sus lacayos repartían panes de toda guisa, forma y textura preñados de sustanciosos rellenos. Cuando Babur vagabundeaba entre la multitud, llegó una anciana ofreciéndole una oblea de pan que envolvía un yakni pilao tan exquisitamente condimentado que resultaba increíble se estuviera dando a la plebe de la que ahora él formaba parte. Observó Babur que la criada sólo ofrecía aquellas raciones a los más pobres de entre quienes llenaban la plaza, por lo que se acercó a ella y le preguntó:


-Amable señora, ¿puedes decirme quién envía estas viandas?


-Bien se ve que no eres de aquí, muerto de hambre. -Por un momento Babur temió levantar sospechas, pero se tranquilizó cuando la sirvienta continuó con sus explicaciones. -Es Bibi Mubaraka quien las envía, la hija de Shah Mansur, señor de la plaza. Movida por la piedad, ha hecho preparar este arroz y esta carne para cuantos mendigos acudan a las celebraciones.


-No soy de tan lejos, de Persia apenas, de su parte más oriental aunque, eso sí, Dios misericordioso ha querido que naciera en familia suní. -Consideró que con esas explicaciones quedaría zanjado el asunto de su acento y procedencia y prosiguió: -Y dime ¿es hermosa esa Bibi Mubaraka?


-¿Hermosa dices? Puedes juzgarlo por ti mismo. Allí la tienes, protegiendo su blanca piel bajo aquel baldaquín y registrando la multitud con su profunda mirada en busca de cuantos necesitados hubiere. Es además una joven que rebosa virtud y píos sentimientos.


-¿Y cómo es de joven? ¿Ha sido ya concedida a alguien?


-¡Ah! Eres un rijoso miserable -respondió la criada, amante del chisme y divertida por el atrevimiento. -¿No ves que aún no se cubre el rostro? No, no ha sido prometida. Por su edad, pronto lo será, pero tú no puedes aspirar ni a oler el polvo que levanta al caminar. Y si alguna vez ocurre que su menudo y delicado pie pise terreno sin alfombra, más te vale mantenerte alejado, no descubra alguien tu sucia mirada y te cueste la cabeza. Incluso ella misma, morada de virtud, te denunciaría si se diera cuenta y ni siquiera pestañearía ante el espectáculo de tu castigo -terminó la vieja, riendo al tiempo. El comentario, tan acertado con respecto a la peligrosa situación en que se encontraba y tan equivocado en la causa, ya que Babur no era el muerto de hambre que ella suponía, casi le hizo sonreír.


Pero el corazón de Babur había quedado ya prisionero de la belleza de Bibi Mubaraka y por el verde intenso de aquellos ojos que sólo entre las mujeres pastunes se encuentran. Volvió a su campamento intentando maquinar un plan para conseguir tanto a la muchacha como la sumisión de los yusufzai. Ya no era su orgullo de conquistador lo único comprometido: también lo estaba su alma enamorada.


Examinado desde el interior, el fuerte le había resultado aún más inexpugnable. Siempre quedaba la vía del asedio, larga tarea que los ocupantes de la fortaleza soportarían con el valor propio de su raza y clan, aunque supieran que antes o después tendrían que rendirse o morir de hambre. Una rendición, sin embargo, bien podría camuflarse de alianza y quizá eso diera oportunidad de conseguir y acelerar el logro de ambos objetivos.


Al amanecer los criados notaron que el lecho del rey estaba más deshecho que de costumbre, pues el breve sueño diario de Babur dormía, aun manteniendo siempre cierto estado de alerta, especialmente en campaña, era reposado y sereno.


-¡Mi escribanía! -rugió antes del alba, en cuanto terminó la primera oración del día, el salatul fayr. Enturbiaban su conciencia grandes pecados, pero, ¿quién lo dudaba?, Babur era devoto creyente y puntual en sus rezos. Inmediatamente le trajeron la bandeja con el tintero, el tarro del talco, ambos de plata, y el papel dispuesto sobre la mesita de madera de sándalo cuyo olor solía refrescar sus sueños de conquistar algún día el Indostán.


Había dos labores para las que Babur nunca reclamaba los servicios de los escribanos: la poesía, para la que contaba con innegables destrezas, y para la redacción de sus memorias, tareas ambas de las que solía ocuparse por la noche, cuando ya sus amires se habían retirado. Pero todos sabían que cuando la Pantera empuñaba él mismo la pluma a hora tan temprana era porque había tomado una vehemente decisión; el mundo, de saberlo, debía temblar.


En esa ocasión, sin embargo, mientras los capitanes se aprestaban ya para lo que fuera menester, Babur, para sorpresa de todos, redactó una carta conciliatoria:


"Elévense toda alabanza a Aquél que es poderoso sin igual, Aquél que con Su magnanimidad distribuye los reinos que existen en los siete climas del mundo habitado y en la inmensidad de las cuatro direcciones de la Tierra y por Cuya benevolencia pone a prueba la bondad y voluntad de los reyes, alabado sea. Y aunque en ocasiones sus repartos puedan resultar incomprensibles, cuidémonos de considerarlos injustos, pues sólo Él es omnisciente y todopoderoso, guía a quien quiere y confunde a quien quiere confundir. A nuestro azaroso albedrío de regidores queda la opción de llevar nuestra labor a cabo con Su guía cuanto mejor sepamos, en un quizá bienintencionado pero siempre insuficiente intento de acercarnos a Su justicia y Su equidad. Pues a pesar de nuestras limitaciones, por Su bondad nos es dado saber que la consecución del bienestar de los súbditos, cuyo conjunto constituye un preciado depósito que el Gran Donante temporalmente nos cede, la investigación y castigo de los agravios de los oprimidos, la digna supervivencia de las viudas, los huérfanos, los necesitados en general, la seguridad de los mercaderes en los caminos, de los labradores, de sus cosechas, de la oración de clérigos y paisanos y, en general, todo cuanto contribuya a la tranquilidad y pacífico quehacer diario de los habitantes de los reinos es tarea obligada y primordial del gobernante. Quieran las lluvias de divina gracia y el goteo de la benevolencia del Todopoderoso impartir frescura a los jardines de los hombres capaces de lograrlo. Pero son éstas tareas imposibles cuando están los Estados en conflicto y los ejércitos itinerantes. Mas cuando los grandes príncipes establecen sinceros lazos de amistad y firman acuerdos y tratados que son causa del buen orden de la creación y reposo de la humanidad, entonces y sólo entonces el pueblo de Alá puede vivir en la tranquila mansión que Él querría fuera nuestra tierra y alzar sin perturbación las alabanzas a Él debidas. En tanto esos lazos no se consolidan, los campos continúan siendo saqueados, los caminos abandonados bajo el dominio de los bandidos, los caravasares derruidos y el socorro inaccesible para las viudas y los necesitados.


"Son estas razones, que a buen seguro compartís, las que me empujan hoy a ofreceros de nuevo mi amistad y suplicar la vuestra, que creí asegurada cuando en Kabul os perdoné la vida. No comprendo, por tanto, la razón por la que habéis posteriormente declinado una nueva invitación a visitarme en mi capital, enviando en vuestro lugar a vuestro muy noble hermano Shah Mansur, por cuyo abnegado carácter arriesgó su vida creyendo salvar la vuestra, que estaba fuera de peligro. Ese vuestro temor manifiesto levantó en mí sospechas sobre vuestra fidelidad hacia mí y me hizo emprender esta actual campaña en contra de los territorios que se hallan bajo vuestra tutela.


"Ayer, durante la celebración del Eid-i-qurban, tuve, sin que vos lo supierais, el honor de ser vuestro invitado. Mezclado entre el vulgo pude ser testigo de vuestra espléndida liberalidad para con vuestros súbditos y de cómo los miembros de vuestras familias tomaban también con decisión el encomiable camino de la caridad y repartían personalmente los alimentos; vuestra hermosa sobrina Bibi Mubaraka, asilo de piedad, confundida por mi disfraz de mendigo, tuvo la gentileza de enviarme una deliciosa ración de arroz y carne. Sí, en vuestro castillo estuve, con el ánimo de hallar el resquicio por donde introducirme, de urdir una estrategia. Si son ciertas estas mis palabras podéis saber buscando entre las piedras que hacen alcorque al almendro crecido en el ángulo sur de vuestro jardín trasero, donde con disimulo, cuando la multitud miraba con esperanzada atención el balcón en el que pronto os mostraríais, enterré como prueba de mi presencia un pañuelo de mi propiedad en el que envolví el último trozo del delicioso cordero recibido de la hija de vuestro hermano Shah Mansur.


"También vi la devoción que vuestros súbditos os profesan y oí los sinceros vítores que os dedicaron, más allá del mero agradecimiento por el popular ágape. Tal espectáculo caló en mi conciencia de tal manera que me ha hecho recapacitar sobre nuestras mutuas relaciones. En verdad que merecéis el dominio de vuestros territorios, en verdad que os ama el pueblo que los habita.


"Despejad, pues, vuestras mentes de todo sentimiento de temor hacia mi intención, que no es hoy otra que la de ofreceros una alianza de concordia. Olvidad incluso que Alá me favorece desde hace años con la magnánima concesión de continuas victorias, ya que no deseo ser nunca más amenaza para vos, ni tener motivos para ello, Él así lo quiera. Pues si bien mi espada ha acudido y seguirá acudiendo pronta a cuantos confines mi brazo alcanza para remediar tanta ruina como provoca la opresión de indignos regentes saqueadores de sus siervos, de forma que la tierra que ocupaban ha quedado, gracias a la voluntad de Alá que me ha otorgado la firmeza necesaria, finalmente liberada de sus tropelías, con claridad he conocido en mi visita que no sois vos hoy ese tirano merecedor de castigo, sino referencia para vuestro pueblo, como es la quibla en la mezquita.


"Restauremos la paz en nuestras mutuas fronteras, devolvamos la tranquilidad a los caminos, hagamos otra vez de ésta una tierra en la que sus moradores puedan vivir sus vidas ofreciendo sin agitación sus trabajos en alabanza del Todopoderoso, en la que los mercaderes puedan reanudar el intercambio necesario para la prosperidad de nuestras gentes. Sellemos nuestro pacto con un vínculo firme y perdurable, unamos nuestras estirpes por medio del matrimonio. Enviadme a tal fin a vuestra sobrina Musammat Bibi Mubaraka en calidad de esposa, cuya belleza, desnudo mi alma al admitirlo, también ha influido en esta mi decisión. Gloria eterna obtendrá penetrando en las estancias femeninas y vivirá feliz tras la cortina en mi serrallo, donde no escasean los castos placeres, donde toda clase de lujos rodean a cuantas hembras, esposas unas, parientes otras, habitan en ese tranquilo refugio de pureza.


"Ésta será senda de armonía. Aceptadla, os ruego, pues bueno será para nuestros reinos.


"Que vuestra augusta mirada, sol de prosperidad y esplendor, y la de vuestra estirpe puedan por muchos años iluminar las vidas de vuestros súbditos, es mi deseo.


"Zahiru-d-din Muhammad Babur."


La misiva se encomendó a Kuch Beg, hombre de casi tantas dotes diplomáticas como probado valor. Le precedieron cuatro tambores plateados, como exigía su condición de mensajero real. Su escolta se compuso de apenas veinte hombres a caballo, los suficientes para garantizar su seguridad sin que nadie pudiera interpretar una actitud belicosa o arrogante. Divisado desde lejos, las puertas de la ciudad se abrieron para él antes de su llegada. Mahmoud Alí Shah, jefe de la guardia real de Malik Ahmad le guió hasta el palacio primero y hasta la misma sala de audiencias después, donde en pie de igualdad se sentaban ambos hermanos. Kuch Beg, después de las debidas reverencias, extendió la carta, enrollada dentro de un cilindro de plata tallada que le fue devuelto para que él mismo la leyera en voz alta.


Cuando acabó de hacerlo, los dos hermanos se miraron perplejos. Fue Ahmad el primero en estallar.


-¿Se ha vuelto loco ese Babur? Cara a cara quisiera verle y vería que para mí, lejos de pantera, es apenas gato. ¿De verdad cree que tengo temores que despejar? ¿Supone que en algún momento me flaquearían las piernas aunque tuviera la punta de su espada hendiéndome la nuez? ¿Que no soy capaz de resistir un asedio con hombría aunque el mismo cielo me prevenga de un fracaso inminente? ¿Que valoro más mi vida que mi honra? ¡De sus victorias me habla! ¿Ha olvidado cuán cambiante es la suerte, cuán imprevisible el destino? ¿Ha olvidado que él mismo se vio hace años con no más de cuarenta hombres por toda hueste?


Frente a él, Kuch Beg aguantaba sin pestañear la prevista perorata. Malik Ahmad calló un momento para recuperar el aliento y, de haberse visto en un espejo, para normalizar también el color de su tez, que se había tornado de un alarmante rojo.


-Pensad en el sufrimiento que hoy aqueja a vuestro pueblo -dijo Kuch Beg.


-¿Nuestro pueblo, decís? -A pesar de su ira, Ahmad mantenía hacia Kuch Beg el tratamiento debido al mensajero de un rey. -Desde antaño estas tierras han estado en posesión de nuestros antepasados y nuestro pueblo ha vivido siempre en paz, salvo cuando llegan aventureros vanidosos con sueños de conquista. No son territorios bajo nuestra tutela, como osa decir esa Pantera en celo. ¿Quién saquea hoy nuestros campos, quién asalta a los viajeros, destruye caravasares e impide la libre circulación de las ayudas?


Kuch Beg hizo oídos sordos a tan directas alusiones. Su misión era conseguir la paz para ambos pueblos….y una cierta muchacha para la Pantera.


-Mi señor Babur, como habéis oído, no desea conquistaros, sino restablecer anteriores lazos.


-¿A costa de entregar yo a mi hija? -aprovechó Shah Mansour el inciso para alzar su voz -¿Por qué no es él quien me envía a alguien de su harén?Al fin y al cabo no sería la primera vez que una de sus esposas prefiere renunciar a su compañía.


Kuch Beg guardó silencio y se prometió no mencionar jamás a Babur esta envenenada alusión a aquella Ayisha-sultán Miran-shahi Timurí con quien le desposaron de niño y que le abandonó años después harta de huidas, miserias y derrotas. Aunque también había quien achacaba el rechazo de Ayisha-Sultán a ciertos amores perversos que inclinaban a Babur hacia un joven adolescente que faenaba en el bazar.


Obviamente Shah Mansour no era conocedor de esta parte aún no escrita de la historia, o se habría detenido en un comentario más mordaz, pues, por más que esas relaciones contranatura eran, allí y entonces, socialmente toleradas, con el Corán y la ley en la mano siempre podían blandirse en contra de alguien.


-¿En qué pretende realmente convertirla? -prosiguió Shah Mansour. -¿En una esposa, un rehén, un tributo?


-Ya que habláis de tributos - sabedor de que una actitud decidida era en ocasiones la mejor persuasión, Kuch Beg tomó de nuevo la palabra con su habitual serenidad, tanto más admirable dada la comprometida situación en la que se encontraba, -mi señor Zahiru-d-din Muhammad Babur desea también le proveáis del grano, manteca y carne seca suficientes para regresar con sus ejércitos a Kabul sin verse en la necesidad de dañar más al campesinado. Y por supuesto, una buena provisión de vuestro afamado opio para repartir entre los decepcionados soldados a quienes se les escapa un buen botín.


-Demasiada insolencia ya para mis oídos. ¡Guardias, prended a este odioso mensajero y devolved su cabeza envuelta en un pellejo de cerdo! ¡Añadid una nota en la que se diga en mi nombre que no tengo hija alguna de la que hacerle entrega! -bramó Mansour.


-No, esperad, esperad -intervino de nuevo Malik Ahmad, quien, pasado el primer arrebato, había comenzado a valorar la propuesta. La desmedida orden de su hermano tenía, además, más valor retórico que verdadera voluntad de asesinar a Kuch Beg: tamaña afrenta cerraría el acceso a cualquier otra vía de resolver el conflicto, incluso a la de la rendición, por mucho que esta alternativa no se considerara. -Ofrecedle un refrigerio en nuestras cocinas. Bien vigilado. Nunca será tarde para ejecutarle, pero quizá tenga la suerte de regresar con vida y con una respuesta a la altura del desafío.


Y así fue. Serenados los ánimos, consultados capitanes y astrólogos; revisadas las reservas existentes en los almacenes, que habían quedado notablemente debilitadas por la ostentación de los recientes festejos hasta ser apenas suficientes para resistir un mes; recordadas las atrocidades cometidas en el pasado por Babur hasta contra los más humildes súbditos de quienes se le habían resistido y la alta mortandad que sus modernos arcabuces habían causado hacía apenas unas semanas en la toma de Bajaur, noticias oportunamente detalladas por un supuesto desertor de las filas chagatais, y sopesado, en fin, el sacrificio de una mujer, por querida que fuera, a cambio de la paz en la región, Ahmad y Mansour hicieron traer de nuevo a Kuch Beg a la sala de audiencias.


-Partid. Babur tendrá lo que pide -fue el escueto mensaje en el que se obviaba el hecho de que Babur no pedía, exigía.


Pocos días después, a media mañana, Sultán Ala-al-din, embajador yusufzai, llegó a Mandesh, donde acampaban las tropas de Babur. Tras él, en el interior de un palanquín a lomos de un camello, Musammat Bibi Mubaraka intentaba soportar el peso de la responsabilidad de salvaguardar la paz para su tribu. La acompañaba Runa, la que había sido su niñera y era hoy la guardiana de sus secretos, la misma que entregara a Babur la ración de arroz en Mahura, y un número de sirvientes personales, cocineros incluidos, que se ocupaban también de conducir los carros en los que se transportaban los víveres, junto con otros presentes añadidos. Nadie se engañaba pensando que dichos víveres no eran en realidad un segundo tributo de pueblo sometido: la princesa era el primero.


Babur los esperó a la puerta de su tienda, abrazó a Ala-al-din, el embajador, cuando éste terminó su reverencia y ceremoniosamente se despojó de su propio manto para entregárselo. Sin mirar siquiera en el interior del palanquín, dio orden de alojar a la princesa afgana en un amplia tienda en el centro del campamento.


Redoblaron los tambores anunciando la inminente boda, incitando al júbilo. Durante toda la tarde y la mañana siguiente, las esposas de los oficiales visitaron a la recién llegada para darle la bienvenida, quedando impresionadas tanto de su belleza como de la parquedad de sus palabras, en la que no supieron, o no quisieron, descubrir cuán cohibida se hallaba la joven y divulgaron en cambio rumores de altivez y ocultos misterios.


Una vez terminó el desfile de las damas, Bibi Mubaraka se preparó para seguir las instrucciones recibidas de su tío Malik Ahmad.


-Avísame cuando se aproxime mi esposo -dijo a Runa. Ésta la informó de cuantas veces Babur atravesó la explanada para pasar revista, uno por uno, a los distintos cuerpos de tropa, para revisar los alimentos recibidos y el estado general de la intendencia, supervisar el estado de la pólvora o para acudir a la tienda que hacía las veces de mezquita. Al fin, después del salatul dhuhur, la oración del mediodía, Babur se dirigió a la tienda en la que la princesa, hasta ayer tan joven como para lucir públicamente el rostro descubierto, le esperaba ocultando recatadamente su belleza, mostrando tan sólo sus espléndidos ojos verdes. Cuando Llegó su reciente esposo, Bibi Mubaraka se inclinó en respetuosa reverencia. Babur se sentó en el diván que había mandado instalar en la tienda.


-Ven, siéntate, pequeña afgana -le dijo.


Pero Bibi Mubarika se limitó a repetir la reverencia y se mantuvo en pie frente a él.


-Venga, acércate y toma asiento; ya eres mi esposa.


De nuevo la joven se inclinó y se acercó un poco más, pero permaneció en pie. Babur comenzaba a impacientarse.


-Ven de una vez, afgana. Olvida ya el orgullo de tu raza -dijo Babur alargando el brazo para jalar del velo que ocultaba el rostro de la joven, que quedó descubierto en todo su esplendor, blanco y redondo como la luna llena.


-No es el orgullo lo que me impide acercarme -repuso ella, con una mirada capaz de avivar cualquier fuego. Babur la miró con tanto interés como sorpresa.


-¿Aún no has entrado en el harén y eres ya maestra en artimañas femeninas? Digna competencia les llega. Habla de una vez.


-Conmigo, señor, se ha entregado todo el clan yusufzai. A vos se encomiendan, seguros de que sabéis apreciar mi sacrificio y el suyo. Por mi bien, devolvedme la honra que abandono ante vuestros pies perdonando las ofensas que alguna vez pudieron cometer.



A la mente de Babur llegó el verso de Muhammad Salih:



¿Cómo podría un hombre controlar sus actos ante tan dulce seductora?

Cuando tú estás, ¿quién puede pensar en otra?


-Bien instruida vienes, afgana; y bien ha empleado el tiempo vuestro tío -contestó Babur riendo. -Cuenta con ello. En tu nombre perdono todas las ofensas pasadas recibidas de vuestra familia y clan y declaro que de ahora en adelante no albergaré ocultas ni malvadas intenciones hacia los yusufzai de las montañas. Avergonzada tranquilidad reciban ellos de saber que ha sido una mujer, casi niña, quien les ha conseguido la paz final. No te preocupe más tu virtud ¿No eres ya la esposa del rey de Kabul? Ven al diván.


Tras lo que ambos se desnudaron y gozaron hasta la oración de la tarde, en la que, Babur en la mezquita y Bibi Mubaraka en su tienda, agradecieron al Todopoderoso los dones recibidos.


Al día siguiente emprendieron un lento regreso, asestando aún algunos escarmientos por el camino. Una semana después, precedido y anunciado por los redobles victoriosos de cincuenta atabales, entraba Babur en Kabul sobre su mejor caballo persa, tan negro como la montura, bordada en plata, que ensalzaba aún más su gallardía. Un camello enjaezado con las más ricas gualdrapas le seguía, en lo alto del cual un palanquín, con las cortinas ostentosamente abiertas, mostraba en su interior como un preciado trofeo la figura de una joven, la belleza de cuyos ojos, tan lejanos para la multitud, era ya comentada en los corrillos de los cafetines por hombres que jamás los verían.




Me temo que esta historia es bastante menos verosímil que la que os conté el otro día. Babur en sus memorias menciona apenas que el embajador yusufzai vino a entregar a la princesa. Y poco probable es que se metiera personalmente a espiar en el castillo del enemigo.

Aun así, espero que os haya gustado.


A continuación tenéis la fuente de este relato, que, como digo, se incluye en la raducción de Susan Beveridge de las memorias de Babur.


For English readers:

What precedes turns in novel style the Appendix K from the Babur-Nama translation by Susan Beveridge. Here is such appendix.




Apendix K.— AN AFGHAN LEGEND.

My husband's article in the Asiatic Quarterly Review of April 1 90 1 begins with an account of the two MSS. from which it is drawn, vis. I.O. 581 in Pushtu, I.O. 582 in Persian. Both are mainly occupied with an account of the Yusuf-zaT. The second opens by telling of the power of the tribe in Afghanistan and of the kindness of Malik Shah Sulaiman, one of their chiefs,to Aulugh Beg Mirza Kdbull, (Babur's paternal uncle,) when he was young and in trouble, presumably as a boy ruler.

It relates that one day a wise man of the tribe, Shaikh Usman saw Sulaiman sitting with the young Mirza on his knee and warned him that the boy had the eyes of Yazid and would destroy him and his family as Yazld had destroyed that of the Prophet. Sulaiman paid him no attention and gave the Mirza his daughter in marriage. Subsequently the Mirza having invited the Yusuf-zal to Kabul, treacherously killed Sulaiman and 700 of his followers. They were killed at the place called Siyah-sang near Kabul ; it is still known, writes the chronicler in about 1770 AD. (1184 ah.), as the Grave of the Martyrs.]

Their tombs are revered and that of Shaikh Usman in particular.

Shah Sulaiman was the eldest of the seven sons of Malik Taju'd-din ; the second was Sultan Shah, the father of Malik Ahmad. Before Sulaiman was killed he made three requests of Aulugh Beg ; one of them was that his nephew Ahmad's life might be spared. This was granted.

Aulugh Beg died (after ruling from 865 to 907 AH.), and Babur defeated his son-in-law and successor M. Muqim {Arghiin, 910 AH.). Meantime the Yusuf-zal had migrated to Pashawar but later on took Sawad from SI. Wais (Hai. Codex ff. 219, 220, 221).

When Babur came to rule in Kabul, he at first professed friendship for the Yusuf-zal but became prejudiced against them through their enemies the Dilazak who gave force to their charges by a promised subsidy of 70,000 shdhrukhl. Babur therefore determined, says the Yijsuf-zai chronicler, to kill Malik Ahmad and so wrote him a friendly invitation to Kabul. Ahmad agreed to go, and set out with four brothers who were famous musicians. Meanwhile the Dilazak had persuaded Babur to put Ahmad to death at once, for they said Ahmad was so clever and eloquent that if allowed to speak, he would induce the Padshah to pardon him.

On Ahmad's arrival in Kabul, he is said to have learned that Babur's real object was his death. Plis companions wanted to tie their turbans together and let him down over the wall of the fort, but he rejected their proposal as too dangerous for him and them, and resolved to await his fate. He told his companions however, except one of the musicians, to go into hiding in the town.

Next morning there was a great assembly and Babur sat on the dais-throne. Ahmad made his reverence on entering but Babur's only acknowledgment was to make bow and arrow ready to shoot him. When Ahmad saw that Babur's intention was to shoot him down without allowing him to speak, he unbuttoned his jerkin and stood still before the Padshah. Babur, astonished, relaxed the tension of his bow and asked Ahmad what he meant. Ahmad's only reply was to tell the Padshah not to question him but to do what he intended.

Babur again asked his meaning and again got the same reply.

Babur put the same question a third time, adding that he could not dispose of the matter without knowing more. Then Ahmad opened the mouth of praise, expatiated on Babur's excellencies and said that in this great assemblage many of his subjects were looking on to see the shooting ; that his jerkin being very thick, the arrow might not pierce it ; the shot might fail and the spectators blame the Padshah for missing his mark ; for these reasons he had thought it best to bare his breast. Babur was so pleased by this reply that he resolved to pardon Ahmad at once, and laid down his bow.

Said he to Ahmad, "What sort of man is Buhlul Liidil''

" A giver of horses," said Ahmad.

" And of what sort his son Sikandar ? " "A giver of robes."

'' And of what sort is Babur ? " " He," said Ahmad, " is a giver of heads."

" Then," rejoined Babur, " I give you yours."

The Padshah now became quite friendly with Ahmad, came down from his throne, took him by the hand and led him into another room where they drank together. Three times did Babur have his cup filled, and after drinking a portion, give the rest to Ahmad. At length the wine mounted to Babur's head ; he grew merry and began to dance. Meantime Ahmad's musician played and Ahmad who knew Persian well, poured out an eloquent harangue. When Babur had danced for some time, he held out his hands to Ahmad for a reward {bakhshish), saying, " I am your performer." Three times did he open his hands, and thrice did Ahmad, with a profound reverence, drop a gold coin into them. Babur took the coins, each time placing his hand on his head. He then took off his robe and gave it to Ahmad ; Ahmad took off his own coat, gave it to Adu the musician, and put on what the Padshah had given.

Ahmad returned safe to his tribe. He declined a second invitation to Kabul, and sent in his stead his brother Shah Mansur. Mansur received speedy dismissal as Babur was displeased at Ahmad's not coming. On his return to his tribe Mansur advised them to retire to the mountains and make a strong sangur. This they did ; as foretold, Babur came into their country with a large army. He devastated their lands but could make no impression on their fort. In order the better to judge of its character, he, as was his wont, disguised himself as a Qalandar, and went with friends one dark night to the Mahura hill where the stronghold was, a day's journey from the Padshah's camp at Diarun.

It was the *Id-i-qurban and there was a great assembly and feasting at Shah Mansur's house, at the back of the Mahura mountain, still known as Shah Mansur's throne. Babur went in his disguise to the back of the house and stood among the crowd in the courtyard. He asked servants as they went to and fro about Shah Mansur's family and whether he had a daughter. They gave him straightforward answers.

At the time Musammat Bibl Mubaraka, Shah Mansur's daughter was sitting with other women in a tent. Her eye fell on the qalandars and she sent a servant to Babur with some cooked meat folded between two loaves. Babur asked who had sent it ; the servant said it was Shah Mansur's daughter Bibl Mubaraka. " Where is she ? " " That is she, sitting in front of you in the tent." Babur Padshah became entranced with her beauty and asked the woman-servant, what was her disposition and her age and whether she was betrothed. The servant replied by extolling her mistress, saying that her virtue equalled her beauty, that she was pious and brimful of rectitude and placidity ; also that she was not betrothed. Babur then left with his friends, and behind the house hid between two stones the food that had been sent to him.

He returned to camp in perplexity as to what to do ; he saw he could not take the fort ; he was ashamed to return to Kabul with nothing effected ; moreover he was in the fetters of love. He therefore wrote in friendly fashion to Malik Ahmad and asked for the daughter of Shah Mansur, son of Shah Sulaiman. Great objection was made and earlier misfortunes accruing to Yusuf-zal chiefs who had given daughters to Aiilugh Beg and SI. Wais (Khan Mirza ?) were quoted. They even said they had no daughter to give. Babur replied with a " beautiful " royal letter, told of his visit disguised to Shah Mansur's house,of his seeing Bibl Mubaraka and as token of the truth of his story, asked them to search for the food he had hidden. They searched and found. Ahmad and Mansur were still averse, but the tribesmen urged that as before they had always made sacrifice for the tribe so should they do now, for by giving the daughter in marriage, they would save the tribe from Babur's anger. The Maliks then said that it should be done " for the good of the tribe ".

When their consent was made known to Babur, the drums of joy were beaten and preparations were made for the marriage; presents were sent to the bride, a sword of his also, and the two Maliks started out to escort her. They are said to have come from Thana by M'amura (?), crossed the river at Chakdara, taken a narrow road between two hills and past Talash- village to the back of Tirl (?) where the Padshah's escort met them. The Maliks returned, spent one night at Chakdara and next morning reached their homes at the Mahura sangur.

Meanwhile Runa the nurse who had control of Malik Mansur's household, with two other nurses and many male and female servants, went on with Bibl Mubaraka to the royal camp. The bride was set down with all honour at a large tent in the middle of the camp.

That night and on the following day the wives of the officers came to visit her but she paid them no attention. So, they said to one another as they were returning to their tents, " Her beauty is beyond question, but she has shewn us no kindness, and has not spoken to us ; we do not know what mystery there is about her."

Now Bibl Mubaraka had charged her servants to let her know when the Padshah was approaching in order that she might receive him according to Malik Ahmad's instructions. They said to her, " That was the pomp just now of the Padshah's going to prayers at the general mosque." That same day after the Mid-day Prayer, the Padshah went towards her tent. Her servants informed her, she immediately left her divan and advancing, lighted up the carpet by her presence, and stood respectfully with folded hands. When the Padshah entered, she bowed herself before him. But her face remained entirely covered. At length the Padshah seated himself on the divan and said to her, " Come Afghaniya, be seated." Again she bowed before him, and stood as before. A second time he said, " Afghaniya, be seated." Again she prostrated herself before him and came a Httle nearer, but still stood. Then the Padshah pulled the veil from her face and beheld incomparable beauty. He was entranced, he said again, " O, Afghaniya, sit down." Then she bowed herself again, and said, " I have a petition to make. If an order be given, I will make it." The Padshah said kindly, " Speak." Whereupon she with both hands took up her dress and said, " Think that the whole Yusuf-zal tribe is enfolded in my skirt, and pardon their offences for my sake."

Said the Padshah, " I forgive the Yusuf-zal all their offences in thy presence, and cast them all into thy skirt. Hereafter I shall have no ill-feeling to the Yusuf-zal." Again she bowed before him; the Padshah took her hand and led her to the divan.

When the Afternoon Prayer time came and the Padshah rose from the divan to go to prayers, Bibi Mubaraka jumped up and fetched him his shoes. ^ He put them on and said very pleasantly, " I am extremely pleased with you and your tribe and I have pardoned them all for your sake." Then he said with a smile, " We know it was Malik Ahmad taught you all these ways." He then went to prayers and the Bibi remained to say hers in the tent.

After some days the camp moved from Diarun and proceeded to Bajaur and TankI to Kabul.

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Bibi Mubaraka, the Blessed Lady, is often mentioned by Gul-badan ; she had no children ; and lived an honoured life, as her chronicler says, until the beginning of Akbar's reign, when she died. Her brother Mir Jamal rose to honour under Babur, Humayun and Akbar.