Cuando el rey ponía sitio a Bhakkar, castillo emplazado en una de las múltiples islas que obligan al Indo a disgregarse una y otra vez, Hindal Mirza cruzó el río en dirección oeste, se decía que hacia Kandahar, y acampó en Pat, con intención de descansar allí unos días. Dildar Begum, madre suya y de Gul-Badan, aprovechó que se encontraban cerca de Bhakkar para ofrecer una gran recepción en honor de Su Majestad.
Humayun dejó en Bhakkar las tropas suficientes para mantener el cerco y partió con el resto hacia Pat, al objeto de averiguar las intenciones con que Hindal viajaba con tan grande compañía de armas y civiles.
-Dícese que te diriges a Kandahar, hermano –le preguntó en cuanto lo tuvo delante, antes incluso de abrazarle.
-No hay que creer cuanto se oye, Majestad –fue la escueta respuesta.
Hindal condujo al rey al jardín donde se celebraba la fiesta, a la que acudieron todas las damas que viajaban con él, integrantes del harén del mirza o familiares de los capitanes. Entre ellas se encontraba Hamida Banu, hija de Mir Babá Dot, el que fuera preceptor del príncipe, de nombre. El rey quedó fascinado con ella y preguntó si estaba ya comprometida. Le informaron de que, si bien ya había sido solicitada por algún pretediente, el compromiso no se había aún formalizado.
-La desposaré -dijo el rey.
-Majestad –intervino Hindal con evidente inquietud, -he visto crecer a esa niña desde su cuna y tengo en ella casi una hermana o una hija. Aunque no esté oficialmente comprometida, todos saben quién será su esposo, y ella así lo quiere. Vos ois el rey; no permita el cielo que vuestros actos en asuntos para vos tan nimios causen disgusto entre vuestros súbditos.
-Mir Babá Dot ha tenido el honor de ser vuestro tutor por muchos años, y a vuestro servicio continúa tanto por sus méritos como por el favor que yo, el rey, le dedico. Gran labor ha hecho y quiero por ello recompensarle desposando a su hija y convirtíendo así a ambos en nuevos miembros de la familia real.
A Hindal Mirza le disgutó tal afirmación y tanta soberbia.
-Creí que habíais acudido a esta reunión a honrar con vuestra presencia a mi madre y a esta rama del fructífero árbol de Firdus Makani, no a buscar nueva esposa en una niña tan alejada de vuestra edad. No dejaré pasar tal ofensa sin dar merecida y digna respuesta: si lleváis a cabo tan caprichoso propósito, os juro que no contaréis en adelante con mi apoyo ni con el de mis hombres.
-Ah, Hindal. Tu vehemencia te delata. ¿Así que eres tú quien la ha soliciado?
-¿Y no sería razonable, incluso natural? –respondió el mirza sin dejar vislumbrar asomo de debilidad. -¿No nos separan apenas ocho años, contra los casi veinte en que superáis su edad? ¿No es la hija de mi preceptor? ¿No está él tan orgulloso de su alumno y tan encariñado conmigo como yo lo estoy de sus enseñanzas y con su persona? ¿No ha sido Mir Babá un padre para mí desde que murió el venerado Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá testigo de su propio agradecimiento? ¿O más que el suyo, más que el mío, más que la felicidad de vuestro súbdito Mir Babá Dot y de su hija pesará lo que malvestís de complaciente largueza, regio disfraz bajo el que para pública vergüenza asoman harapos de lujuria? ¡Una más para el real serrallo!
Durante unos segundos un silencio espeso inundó la sala como la sospecha de una catástrofe. Ninguna de las damas volvió su rostro, descubierto dada la privacidad de la reunión, hacia el centro de la disputa. Permanecieron quietas en la misma postura en que habían ido quedando una a una al tiempo que la atrevida postura de Hindal había ido captando su atención. Fue Dildar Begun la primera que rompió ese tiempo congelado.
-¡Hindal! ¡No es esa la manera adecuada de dirigirte a su Majestad, que si es tu medio hermano es, más aún, tu rey completo, el representante de tu venerable y difunto padre, de toda la estirpe de Timur y de lo más granado de la de Gengis.
Hindal Mirza, lejos de responder, giró significativamenté el rostro apartándolo de la mirada tanto del rey como de su madre.
Los corrillos intentaron reanudar la charla, más para huir de la tensión de la escena que por desinteresarse por ella, de la que seguían pendientes por más que simularan enfrascarse en sus vanales conversaciones.
-¿Completo, decís, madre? Rey menguante, lo llamaría yo. Su poder se reduce día a día y muchas voces aseguran que también su crédito. ¿Quién puede sorprenderse, dado el despotismo que acabamos de presenciar?
-¡Silencio, Hindal! –Pero la orden de Dildar Begun llegaba tarde incluso para detener al rey, que abandonaba ya la reunión en dirección al río y a su barco. En pos del rey salió la madre del mirza.
-¡Majestad, Majestad, os pido perdón en nombre de mi hijo, oh Nasirudin Humayun Pachá! –suplicaba con los ojos húmedos perseguida por el revuelo de su propio manto, hasta que, casi ya al borde de la embarcación, adelantándose al rey cayó ante él de rodillas. –Regresad, os lo suplico, a mi fiesta. ¿Cómo podré vivir en adelante con esta vergüenza? Hindal es un joven apasionado e impulsivo. Pero bien sé por cuanto le conozco que ya estará lamentando su impertinencia aunque sólo sea por ver a su madre así postrada. Yo os entregaré esa joven.
Humayun dejó que Dildar se humillara un poco más antes de ceder parcialmente a sus súplicas con mal fingido fastidio.
-Está bien, esposa de mi padre. Si hacéis que Hindal se disculpe, olvidaré este desagradable incidente. –Aunque debería valorar el desatino de una disputa en medio de su creciente debilidad, y quizá también así lo hacía, eran su propia sensualidad y la belleza de aquella joven las que gobernaban la voluntad de Humayun en ese momento: lo mismo habría hecho aunque hubiera sido lo menos aconsejable. Estaba claro que las disculpas que exigía incluían a Hamida Banu. –Pero no, no volveré a la fiesta, no es oportuno. Tomáos unos días; que vuestro hijo se enfríe. Buscad en vuestra conciencia qué culpa podéis tener en su rebeldía; reconducidle. Esperaré en Bhakkar vuestras prontas y, por el bien de todos, buenas noticias. Alá os guarde.
Al entrar de nuevo en el jardín donde se celebraba la recepción, Dildar se dirigió directamente hacia Hamida Banu, quien se había quitado de enmedio entre lágimas alarmada por la trifulca levantada alrededor de su persona y estaba siendo consolada en un rincón por Gul-Badan.
-La fortuna te corteja, joven Hamida –le dijo al llegar hasta ella. –Retírate, descansa y reflexiona. Gul-Badan, hija mía, ve con ella y guarda su sueño esta noche. Hindal -dijo volviéndose a su hijo, a quien premeditadamente no había dirigido aún la mirada desde que volvió del embarcadero, -tú también necesitas meditar. Queridas damas, hay doble fila de guardias hasta vuestras moradas; la fiesta ha terminado; que Alá o guarde. Enviad depués a vuestras criadas a recoger los manjares sobrantes.
-¿Eres idiota, Hindal? –le espetó por la mañana irumpiendo en su dormitorio antes de la primera oración. –Aunque albergues en tu corazón sueños imperiales, lo que iría en contra de la expresa voluntad de Firdus-Makani y para lo que nunca contarás con mi apoyo, ¿crees que ha llegado el momento? ¿Sin refugio en medio de la nada, con tu hermano y todo su ejército a una jornada de distancia?
-Su mermado ejército, querréis decir.
-Todavía suficiente.
-¿Aun gobernado por ese comedor de opio esclavo de los latidos de su entrepierna? Mi hermano Humayun está siendo arrastrado al fracaso por cantos de que él mismo entona, hoy de sirena y de cisne en breve. Es tanta su necesidad que alguien tan mediocre como Shah Husain le ha mantenido inmóvil en el jardín de Charbagh acampado durante cinco meses con falsas promesas de adhesión, a donde se ha dignado a acudir en todo este tiempo para presentarle sus respetos. No habrán transcurrido muchas lunas antes de que se vea desobedecido hasta por su caballo. Al tiempo.
-Pues si así ha de ser, déjale hundirse sin mancharte con traiciones de mal hermano. Dale ahora lo que quiere y aguarda. Si cae, podrás tomar el mando con intacta reputación y si te equivocas y resurge hallará en ti fiel hermano en quien apoyarse. Tú mismo le has dicho a Humayun que Hamida es casi como tu hermana o tu hija Ayúdame a convencerla comunicándola que renuncias a ella. Dile que quieres lo mejor para ella y su familia, apela a su piedad filial, arguméntala que su padre merece llegar a viejo con la felicidad de haber entroncado con la flor de la estirpe timurí. Yo hablaré con Babá Dot. Él también te aprecia como a un hijo y querría poder llamároslo de pleno derecho, pero bien conoces su prudencia y su destreza política; sin duda preferirá procurarte un enemigo menos. Ya habrá llegado a sus oídos el incidente de anoche. Déjale reflexionar sobre ello al menos hasta la tarde y consúltale a él si quieres antes de que se entreviste conmigo, puedo esperar un día.
-Pero entregar a Hamida para tercera o cuarta esposa….
-No de cualquiera. Y basta ya, Hindal. ¡Amor! ¿Quién de nosotras lo ha conocido antes del matrimonio? Mañana me contarás qué has hablado con Babá Dost.
Al día siguiente, tras confirmar que el mir, aunque con reticencias, se había manifestado de su misma opinión, le hizo llamar. Era uno de los pocos hombres cuya presencia en el harén era admitida sin recelo, tras años de haber sido el tutor de Hindal.
-Excelso Mir Babá, sabia fuente de cuanto mi hijo sabe, me alegra saber que contamos con el apoyo de los argumentos de un padre.
-Así es, Alteza Dildar, dadas las circunstancias.
-Por tu propio bien espero que no añadas esa coletilla en presencia del rey.
-Naturalmente, Alteza.
-¿Prefieres hablar tú primero con tu hija?
-Anoche lo hice, Alteza. Rompió a llorar.
-Es normal, apenas es una niña. Aún no comprende el honor que recibe. Además estará asustada; hace años que no sale de bajo mi techo. ¿Ha superado ya la menarquía?
-Si, Majestad; varias veces ha menstruado.
-Bien. Puede casar. -Dildar Begun se volvió hacia Karima, su anciana criada personal. -Hazla venir –añadió. –Y tú, estimado Babá, déjame a solas con ella.
Mientras llegaba Hamida Banu, Dildar roció su alrededor de agua de rosas. Al poco llegó la joven, por primera vez aterrada ante Dildar. Aunque nada la obligaba a elllo dentro del serrallo, ocultaba la tristeza del rostro con un velo translúcido.
-Siéntate, pequeña.
A pesar del velo podía notarse que Hamida mantenía la mirada baja. Dildar la observó con ternura.
-Bien sabes que siempre hemos buscado el bienestar de toda tu familia y que así seguirá siendo. Esto incluye buscar un buen futuro para ti. –Mientras Dildar hablaba, Hamida luchaba para que su desconsuelo no se tranformara en llanto. -Y nadie puede lograrlo mejor que el rey, que quiere verte de nuevo y tú debes presentarle tus respetos.
-Si es para presentarle mis respetos, ya lo hice el otro día y es suficiente. No iré.
-Hindal Mirza, casi un hermano para vos, también lo recomienda.
-Nada me importa la opinión de Hindal, de quien aspiraba ser algo más que hermana y cuya abandono recibo. No iré.
-No puedes desobedecer al rey.
-Ni a la decencia. Ver una vez al rey es lícito; dos, concupiscencia. No iré.
-Está bien, mocosa llorona. –A pesar de la sus palabras, Dildar hablaba con compresiva dulzura. -Veo que está todo demasiado reciente. Volveremos a hablar en unos días. El tesón es un saludable impulso, pero la terquedad un lastre. Piensa en ello.
Sin decir nada, Hamida Banu se retiró a toda prisa. Inmediantamente entró Karima.
-Señora, Subhan Quli, enviado de Su Majestad, recién llegado, quiere hablaros.
-Dile que estoy ocupada.
-Ya lo hice, señora, pero dice que esperará.
- ¡Alá lo confunda! ¿Qué clase de gente me rodea? Unos no tienen sentatez y a otros les falta la paciencia. Bueno, en cualquier caso Subhan no puede entrar. Que se mantenga junto a la entrada y enseguida voy a contarle….uf, no sé el qué.
Dildar se quedó unos momentos sola planeando su discurso. Por fin se levantó y se dirigió hacia la salida del recinto femenino. Sin traspasar el velo de castidad, saludó a Subhan Quli.
-Bienvenido sea el mensajero del rey.
-Bienhallada la viuda de su padre. Su Majestad me envía a recabar informaciones sobre lo que podéis imaginar.
-¡Caramba! Parece que conserva la impaciencia de un adolescente.
-No me toca a mí juzgarlo, Alteza Dildar Begun. Decidme, os ruego, qué noticias puedo tranmitir.
-Dile al pachá que las primeras gestiones ya están hechas, que todo marcha bien, que es guiso lento y laborioso y debe hervir despacio, pero no habrá cocina capaz de igualarlo; que lo deje todo en mis manos, como convinimos, y en unos días tendré novedades para él. Ya le enviaré recado cuando sea menester. Es todo.
Pero la joven siguió resistiéndose durante cuarenta días, tiempo que Dildar invirtió también en terminar de suavizar la postura de su hijo.
-Pero Hamida –dijo Dildar uno de esos días, -antes o después habrás de casarte. ¿Quién mejor que un rey para esposo?
-Sí, cierto, habré de casarme. Pero quisiera hacerlo con un hombre cuyo collar pudiera tocar, no uno el borde de cuya falda es inalcanzable –contestó Hamida.
Por fin un día Dildar Begun pudo escribir al rey:
“Ruego a Su Majestad, Nasirudin Humayun Pachá, cuyo reino Alá engrandezca, acuda a Patr a disfrutar de una cena con, entre otros muchos, dos platos especialmente escogidos para él que a buen seguro harán sus delicias. No se demore en exceso Su Majestad, pues siendo guisos y no salazones, pueden perder con el tiempo sus mejores aromas. ”
Así que Humayun volvió a dejar en Bhakkkar las tropas necesarias para mantener el asedio y se dirigió a Patr.
A una parasanga del pueblo le esperaba Hindal con una escolta de honor para acompañarle el resto del camino. El rey descendió de su montura, permitió a su hermano hacer la debida reverencia, lo levantó del suelo y lo abrazó.
-Cabaguemos, Mejestad. Mi madre y alguien más os aguarda.
En el camino Hindal se interesó por la salud del rey, del harén en general y del ejército, que había de ser bueno, dado que un asedio es una ocasión de reposo. Pero de todo ello habló de una manera vanal, con la fría cortesía del protocolo y poniendo especial interés en no preguntar directamente por las esposas. Humayun supo entender el rencor encerrado en esa omisión.
Pero lo que más le preocupó fue que Hindal esperara a ir por la mitad del camino, cuando la distancia a la que se mantenía la escolta les otorgaba total privacidad, para decir:
-Perdonadme, Majestad –dijo Hindal sin necesidad de más instrucciones. –Vos sois el rey y súbditos el resto.
-Cuenta con ello. No se distancien nuestros corazones –respondió Humayun sin entonar la frase. Sabía que cualquier nexo cualquier afinidad, cualquier complicidad que de tiempos pasados pudiera quedar entre Hindal y él se había roto con este episodio y sería sólo cuestión de tiempo que su medio hermano se le opusiera. Debía retrasar ese momento cuanto le fuera posible.
Llegaron a Patr y atravesaron el campamento, cuya calle principal estaba flanqueada por grupos alternos de jinetes y tropa de a pie presentando armas. Al fondo estaba el recinto del harén, una reproducción algo reducida, no tanto como al rey le hubiera gustado, del que en su día había diseñado Humayun para su propio serrallo. En la entrada, con manto verde esmeralda y velo del mismo color, ambos sin bordados, les esperaba una figura femenina, en la que Humayun pudo reconocer a Dildar Begun según se acortaba la distancia entre ellos.
Cuando llegaron, Humayun bajó deprisa del caballo para detener a tiempo a Dildar, que se disponía a postrarse de rodillas.
-No, señora, no hagáis eso; sois la esposa de mi padre, una segunda madre para mí –dijo Humayun aun a sabiendas de que mayor reverencia y humillación la había permitido la noche en que Hindal lo había puesto en evidencia delante de todas las mujeres. -¿Cómo salís al exterior?
Dildar sabía que en ese momento llevaba la ventaja. Contestó en un tono familiar, sin fórmulas palatinas.
-¿Al exterior? Mi vida se ha desarrollado en el exterior. La placidez que hemos vivido entre Dehli y Agra ha sido una excepción en nuestras vidas itinerantes, en las de todas las mujeres de la Corte, avanzando a pocos por tierras recién conquistadas en pos de las mesnadas y tropas del rey y sus amires. ¿Quién puede vivir así en la reclusión deseable para las mujeres? Tiempos hubo y tiempos volverán en que todo vuelva a su sitio.
Con un gesto indicó a Hindal que descabalgara y guió a Humayun hacia el interior.
-¿Qué tal el camino? ¿Ha hablado mi hijo contigo? –le preguntó en voz baja.
- El primer guiso estuvo falto de condimento. Veamos el segundo.
Tras la entrada al recinto se había intalado un estrado cubierto de cojines para asiento del rey. A ambos lados frente y bajo el estrado, dos filas de alfombras y mesitas preparadas para un banquete se extendían por la explanada dejando un pasillo central que conduccía a la zona de las tiendas de las mujeres, separada a su vez por otro vallado de lona.
Dildar cruzó unas palabras con su hijo y se retiró a un costado. Al dar Hindal tres palmadas, las mujeres aparecieron al fondo y se distribuyeron por las filas de la izquiera. Tres palamadas más y los hombres, que habían quedado en el exterior del recinto, entraron a su vez, sentándose en la de la derecha. El orden en que ocuparon sus puestos había impedido una impúdica observación del desfile femenino; para cuando entraron ellos, las mujeres ya eran pequeñas estatuas sedentes bajo velos de colores.
Dildar hizo un nuevo gesto a Hindal. Éste se volvió hacia el estrado.
-Vos, señor, sois el rey y súbditos el resto –repitió la fórmula, ahora ante toda la audiencia. – La bondad del Todopoderoso os conceda la recuperación de vuestros territorios para que de nuevo la justicia irradie desde el trono para beneficio de todos vuestros súbditos y os premie con hijos numerosos como las estrellas del cielo; vehículo serán de distribución de la imperial benevolencia, arado de tesón en la siembra de la felicidad general.
Huamyun hizo un gesto de aprobación.
-Recibid pues de manos de mi venerable madre Dildar Begun, viuda de nuestro común progenitor Giti-Sistani Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá su testigo, a esa perla de la del serrallo, Hamida Banu, nacida en el seno de mi humilde casa, hija de Mir Babá Dot, por vuestra gracia preceptor mío, y de Yasmina Kabuli, dechado de virtud. Que este enlace se convierta en símbolo de bueno augurio en los años venideros.
Dildar Begun se encaminó hacia las tiendas de las mujeres y se perdió tras el vallado. A poco reapareció traendo de la mano una esbelta figura ataviada con un manto de novia rojo elaborado con sedas de sari indio, tan recta la espalda, tan alta la cabeza, que diríase lucía ya porte de reina. Entre los asistentes se alzó un murmullo de comentarios.
-Nasirudin Humayun Pachá -dijo al llegar al pie del estrado: -he aquí a Hamida Banu, desde hoy Hamida Banu Begun, hija de quien está al servicio de mi casa, a la que bien sabéis aprecio como hija, para que os sirva y honre el resto de su vida. Sed para vuestros súbditos ejemplo de esposo, sedlo ambos de amor.
Adelantó la mano que asía la de Hamida Banu, encaminándola hacia los escalones. La joven subió y tomó asiento junto al rey. Dildar alzó un brazo mirando hacia la zona de las tiendas. Inmediatamente los eunucos instalaron una nueva valla por el pasillo central, separando ambos lados y ocultando a las mujeres de la vista de los hombres durante la celebración del banquete.
Por el mismo punto por el que había aparecido Hamida sugieron dos grupos de sirvientes. Uno de ellos, el de velos sin rostro, distribuyó las viandas entre las mujeres; el otro grupo con chalecos cortos y anchos calzones sujetos por un fajín, atendió a los hombres.
Dadas las circunstancias, los invitados no fueron tantos ni el banquete estuvo a la altura de lo que se hubiera podido esperar en una boda real. Pero las especias no habían escaseado, se mataron algunos corderos y todos disfrutaron de poder apartarse por un día de la monótona comida de campaña.
Terminado el ágape, Dildar se acercó al estrado.
-¿Sois feliz, Majestad? –preguntó recuperando el trato protocolario que había abandonado a la llegada de Humayun. Su baza estaba jugada, ya no tenía más que dar: ya no dominada el encuentro.
-Ambos platos resultaron finalmente sustanciosos, aunque dudo que en el primero fuera blanca la sal.
-Majestad, hijo de mi esposo, son tiempos difíciles. Pero sabed que mientras esté yo cerca siempre abogaré por vuestra causa.
-Así lo creo. Fulano, -dijo volviéndose al jefe de su escolta. –Dile a tus hombres que nos vamos. Espero al resto en Bhakkar antes del mediodía.
Se levantó y extendió la mano hacia Hamida Banu, ya Begun, para ayudarla. Hombres y mujeres, cada uno en su lado de la valla, se pusieron también de pie y se inclinaron en reverencia mientras el rey descendía. También Hindal, a un lado de la escalera, se arqueó, aunque en menor medida, dada su calidad de mirza.
Salieron juntos camino del embarcadero, seguidos por Hamida y Dildar.
-¿Cuándo partes, Hindal, hermano? –Ni siquiera preguntó adónde; ambos lo sabían.
-Mañana mismo levantamos el campamento, Majestad.
-Tu rey vería con agrado la unión de ambas fuerzas. Entre ambos podremos hacernos con algún pequeño territorio desde el que empezar de nuevo.
-No es momento, Majestad. O al menos no lo es para intentar conquista alguna. Desde Bengala hasta el Sind, todo se ha vuelto hostil. Venid conmigo, Majestad. Acojámonos a la hopitalidad de quien aún nos la ofrece, decansemos y repongamos fuezas. Demos tiempo a que Sher Khan pierda la fuerza de su primer empuje y mientras tanto establezcamos nuevas alianzas, recuperemos las pasadas. Impidamos que la terquedad se apodere de nosotros.
-¿Terquedad dices, Hindal? A mi terquedad opones miedo al futuro más inmediato, envidia a mi primogenitura y rencor a causa de cierta hembrita que nos sigue a unos pasos. –Humayun sabía estar en lo cierto. Podía haberlo dicho con mayor sutileza, pero estaba convencido de que nada cambiaría la decisión de su medio hermano, razón por la que imprimía a sus palabras el más ácido lenguaje. -De no ser así te dedicarías en cuerpo y alma a mis proyectos sin más consideraciones que la de tratarse de la voluntad real, tal y como debe hacer un súbdito fiel. Luchar por su gloria aunque la tragedia aceche, no abogar por refugiarnos en muros ajenos.
- Vuestra soberbia os fuerza a un destino atroz. Majestad, no soy con mucho el primero en seguir su propia ruta. Quizá deberíais escuchar a quienes fueron leales y marcharon. No todos eran mercenarios oportunistas, también muchos hombres valientes que pusieron muchas victorias sobre vuestra alfombra.
-¡Pero ninguno de ellos era mi medio hermano ni por adopción completo! ¡Ninguno se crió bajo las faldas de mi propia madre! Cómo podré mantener unidas a mis tropas si tú me abandonas, Hindal. –El discurso del rey comenzaba a revestirse de involuntaria y delatora súplica: él también tenía miedo. Se dio cuenta de que lo había intentado todo, salvo ceder. –Adiós, díscolo mirza. Quizá algún día podamos tomar juntos la sal. Huye hoy, pero recuerda que la historia no perdona.
Humayun abrazó a la esposa de su padre, tomó de la mano a su nueva esposa y sin mirar de nuevo a Hindal subió a la barca e hizo que zapara inmediatamente. Esa primera noche no fue capaz de ahogarse en la voluptosidad que la belleza de Dildar Banu merecía.
Un furioso Hindal partía al día siguiente hacia Kandahar.
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