viernes, 24 de junio de 2011

Rápidas pinceladas y bibliografía sobre el emperador Akbar y su relación con las religiones



A mi forma de ver Akbar es no sólo la cumbre de la dinastía mogol, sino uno de los reyes más interesantes de la historia. Uno de los aspectos notables de Akbar es su relación con la religión.
Akbar nace y pasa su primera infancia en el exilio, cuando no huyendo, en un harén multicultural, no sólo en lo musulmán, con sunnitas y chiítas de Asia Central, sino también con damas hindúes. Además, cada vez se habla más de los europeos, a los que su padre apenas conoció, aunque utilizó su eficaz artillería.
Durante su reinado, los portugueses, que había puesto pie en la India ya en tiempos de su abuelo, se terminan de asentar firmemente en Goa, hasta el extremo de establecer virrey. Goa quedaba más al sur de los límites de sus dominios, y no es absurdo suponer que pudieron interesarle, también, como posibles aliados contra los reinos que los separaban o, incluso, como potenciales enemigos futuros, dependiendo de lo que llegaran a medrar, y en esa óptica interpretan algunos historiadores la embajada que Akbar les envía.
Pero hay dos cosas ciertas: que Akbar ya había iniciado periódicas tertulias religiosas (en las que participaban musulmanes de distintas tendencias, sunitas, chiítas, duodecimanos, hindúes, judíos, parsis, etc) y que fue la presencia de frailes, y no otra cosa, lo que solicitó al gobernador de Goa. No eran éstos los primeros cristianos con los que conversó Akbar sobre religión, pero los conocimientos de los anteriores no habían estado a la altura de la curiosidad de Akbar. Los jesuitas llegan a su Corte convencidos de que han sido llamados por el rey con intención de convertirse, y se afianzan en tal confianza cuando la real cortesía les premia con licencia para construir iglesia y para predicar y les visita personalmente a la iglesia presenciando la celebración de los oficios. Pero van decepcionándose a lo largo de los meses a la vista de sus nulos progresos, hasta que solicitan poder regresar. Si era o no intención de Akbar convertirse yo no lo sé, pero los testimonios dicen que hubo dos cosas principales que lo impidieron: por un lado, no aceptaba que Cristo pudiera ser hijo de Dios, idea contraria a la misma base del Islam; por otro, no estaba dispuesto a renunciar a tener más de una esposa, como le exigían los jesuitas. Personalmente no creo que fuera una cuestión de rijosidad, por más envidiable que fuera el tamaño de su harén, porque después llevó una vida de abstinencia con bastante tesón; pero la imposición tener una sola esposa atacaba los cimientos de la sociedad musulmana.
Mientras tanto las tertulias se siguen celebrando. Si ya antes las discusiones entre sunnitas y chiítas eran aceradas, con la llegada de los jesuitas el ambiente llegó a tal acritud que, en el Idabatkhana, el salón que en Fatepur Sikri se había dedicado a estas reuniones, Akbar tuvo que destinar distintas áreas a las distintas facciones, temeroso de que llegaran a las manos.
Akbar comenzó a realizar prácticas ajenas al Islam, como la veneración al sol o al fuego. Finalmente, creó su propia religión la Dhin-i-ilahi, o Fe Divina, de la que se instituyó máximo dirigente espiritual, aunque dice estar atormentado por tal responsabilidad. “¿Cómo puedo yo guiar a nadie sin ser guiado yo mismo?”, se pregunta.
Cambió el habitual saludo cortés de Bismillah por el de Allahu Akbar, que puede significar tanto Dios es grande como Akbar es Dios. Cuando le acusan de soberbia aduce que ni el más idiota podría arrogarse el ser Dios y que la frase en cuestión ya existía antes de que él la impusiera. Pero sí es cierto que, mientras su padre y su abuelo dependían más de los poderes de las noblezas de distintos orígenes, con Akbar, en cuyo reino la dinastía consigue la estabilidad que hasta entonces no había tenido, el poder se hace más absolutista y renace la idea de que la regencia es directa concesión divina. Para ser más exactos, tanto para Akbar como para Abul Fazl, su mano derecha y probablemente impulsor de muchas de las reformas de Akbar, la regencia es una mezcla a partes iguales de concesión divina y contrato social entre el pueblo (o más bien, los nobles) y el regente.
Akbar establece un nuevo calendario; en lugar del habitual calendario lunar musulmán comienza a usar un calendario solar igual al persa pero que comienza a contar desde su propia entronización (o quizá desde su nacimiento, no lo recuerdo bien), al que llama calendario Illahi, esto es, sagrado.
La bondad o perversidad religiosa de Akbar depende, claro está, de quién hable del tema. Abul Fazl, su biógrafo oficial y continuo panegirista, quien debió de tener mucho que ver en el proceso, lo ensalza hasta detallar la genealogía desde Adán hasta Akbar, en un intento de demostrar que todo estaba escrito precisamente para su advenimiento y sugiriendo incluso que puede ser el Mahdi prometido que esperan los duodecimanos.
Los jesuitas pasan por distintas fases de entusiasmo o de rechazo, según crean en cada momento que se acabará convirtiendo o que sólo les está dando largas y entreteniéndose con ellos. Badauni, fanático musulmán, lo despelleja en su libro, que sólo se atreve a escribir tras la muerte de Akbar; a veces asegura que se ha hecho hindú, a veces que cristiano, y siempre que es un peligro para el Islam, una aberración. Los historiadores posteriores, especialmente los hindúes y los cristianos, tienden a tenerle por un gran hombre con bienintencionados ideales fuera de momento.
Dato curioso: cuando no sólo la dinastía mogol, sino toda la Corte y hasta las mujeres del harén ganaron bien merecida fama de ser gente de gran cultura… ¡Akbar no sabía escribir!. Los textos dicen que era “iletrado”. Pero debía tener una memoria prodigiosa y una capacidad de comprensión y análisis no menor, de manera que era capaz de recordar fielmente todo lo que se había discutido en su presencia o lo que había ordenado que se le leyera, citando a poetas, filósofos y analistas de la fe con la naturalidad de un erudito. En algún sitio leí una teoría que intentaba conciliar estos hechos, según la cual Akbar sería fuertemente disléxico, lo que le inhabilitaba para la letra escrita.
Y para quien pueda interesarle, hablemos de bibliografía.
  • Akbar-nama, biografía de Akbar, y Ain-i-Akbari, escritos por el ya mencionado Abul Fazl. A favor.
Los puedes encontrar enteros en:


para consultarlos. Bajarlos para imprimir es un coñazo. Hay que ir casi página por página y las notas a pie de página son aún más latosas. Pero para el de Badauni (que menciono acontinuación) ahora mismo no hay más cáscaras porque está descatalogado y no se encuentra ni usado. Afortunadamente el índice de capítulos (no así el de personajes) es muy práctico porque son links a cada capítulo. Yo he tenido la santa paciencia de descargarlo; si a alguien le interesa, hable por esa boquita. En Internetarchive solo tienen el segundo tomo, que es el más interesante... ¡en persa!. Hay una edición de mierda de la que hablo, despellejándola, en otro artículo en este mismo blog. Los de Abul Fazl los tiene Low Price Publications, editorial con muchos facsímiles y distribuida también por Amazon. Una joya, esta editorial.
  • Abul Fazl and Akbar, de C. Jinarajadasa. A favor. Magnífico resumen en 72 páginas.
  • Muntakhab‑ut‑Tawarikh, de Badauni. Muy en contra. pero lo tenéis también en la página de Packard Humanities que acabo de mencionar.
  • El Dabistan, tomo III, cuyo capítulo X, desde la pág 50 hasta la 140 habla de Akbar y de la Din-ilahi, incluyendo detalle de las discusiones. Descargable en PDF desde Internet Archive.
  • Akbar and his India, una serie de artículos editados por Irfan Habib para Oxford University Press, alguns de los cuales, estupendos, contemplan el aspecto religioso.
  • Hay un artículo bastante interesante llamado Religious Disputations and Imperial Ideology; The purpose and location of Akbar´s Idabatkhana, especulación sobre cuál podría ser la sala de las discusiones. Lo encontraréis en:
  • Un libro importante es Akbar and the jesuites, recopilación de cartas de los jesuitas que recoge la correspondencia de los frailes sobre Akbar, recopiladas por Du Jarric. Hoy hay edición en Low Price Publications. No encuentro edición descargable en internet.
  • Embajador En La Corte Del Gran Mongol, de Antoni de Montserrat, español participante en la embajada de los jesuitas. Editado en español por Milenio (originalmente creo que se escribió en latín). En inglés lo tenéis en Internet Archive en este link:

  • Din-i-Ilahi or the religión of Akbar. es un estupendo estudio, resumen y recopilación de todo lo anterior; en mi opinión tiene excesivo empeño en demostrar que la religión de Akbar no era más que su particular manera de sufismo. Puede que tenga razón pero, en su obsesión, no deja que la verdad surja por sí misma, sino que dirige forzadamente la argumentación hacia lo que quiere demostrar. También lo puedes descargar de Internet Archive.
  • Tenía buena pinta: Religious and Intellectual History of the Muslims in Akbar's Reign que también estaba en Exoticindia pero no llegué a comprarlo y ahora está agotado. Estaremos atentos.
Hay muchísima más bibliografía, pero para el asunto Akbar y la religión ésta es suficiente.


Jahangir y Jadrup





Para documentar a alguien, hace poco reuní los fragmentos del Tuzuk-i-Jahangiri en los que se alude a Gosain Jadrup, asceta hindú que despierta la admiración de Jahangir.

A diferencia de su padre, Akbar, creador de un foro de discusión interreligiosa y fundador de su propia fe, Jahangir no fue persona muy religiosa ni especialmente interesado por las religiones ni parece muy definido a este respecto. A veces se muestra violentamente intransigente (destruye templos en Pushkar escandalizado por sus ídolos; mata al gran guru sikj del momento y persigue esa fe) y otras tolerante (en su Corte siguen teniendo influyente presencia los jesuitas portugueses)

Pero el caso de Jadrup es singular. Realmente Jahangir, musulmán, le profesa verdadera devoción, como podéis ver en los siguientes fragmentos (ojo: tened en cuenta que Jahangir llama sufí o derviche a cualquier asceta, sea de la religión que sea):



...El día 2 de Isfandarmuz subí a bordo de una barca desde Kaliyadaha y me dirigí al final de la siguiente etapa. Había oído con frecuencia que un austero sanyasín de nombre Jadrup se había retirado muchos años antes a un lugar del campo cercano a la ciudad de Ujjain para dedicar sus días a la adoración del Dios verdadero. Yo sentía grandes deseos de gozar de su compañía y cuando me encontraba en Agra, mi capital, quise enviar a buscarle, lo que finalmente no hice en consideración al trastorno que esto podría causarle. Ahora, cuando me encontraba en las cercanías de la ciudad, tomé tierra y anduve un octavo de kos a pie para ir a visitarle. El lugar que había elegido para vivir era un agujero con una puerta excavado en la falda de un monte. A la entrada había una abertura en forma de nicho de la altura de un gaz y del ancho de 10 giras, y el camino desde la puerta hasta el hueco que es realmente su morada es de 2 gaz y 5 giras de longitud y 11 giras y cuarto de ancho. La altura del suelo al techo mide 1 gaz y 3 giras. La abertura que hace de entrada a su morada tiene 5 giras y media de alto por 3 y media de ancho. Sólo alguien delgado puede pasar, y sólo con cien dificultades, tal es la estrechez de la entrada. No usa colchón ni tan siquiera paja. En este lugar oscuro y estrecho pasa sus días en soledad. Nunca enciende fuego en lo fríos días de invierno, a pesar de estar casi desnudo, a excepción de un andrajo que le cubre por detrás y por delante. El mullah de Rum ha puesto en rima esta máxima derviche:

“Es el sol de día nuestra ropa,

Los rayos de la luna son de noche manta y colchón.”


Se baña dos veces al día en una poza cercana a su morada y va una vez al día a la ciudad de Ujjain, y sólo a las casas de tres brahmanes que ha elegido de entre siete, que tienen esposa e hijos y con quienes se considera en religiosa comunión y se siente tranquilo. Acepta a modo de limosna cinco bocados de lo que ellos hayan preparado para su propia comida y lo traga sin masticar para no poder disfrutar de su sabor; se asegura siempre de que no haya ocurrido una desgracia en las casas que visita, que no haya habido un nacimiento y que no haya mujer en menstruación. Es ésta su forma de vida, tal y como aquí queda descrita. No desea el contacto con los hombres pero, como ha adquirido gran notoriedad, la gente acude a visitarle. No está falto de sabiduría por cuanto ha estudiado minuciosamente la ciencia del Vedanta, que es la ciencia del sufismo. Conversé con él durante seis gharis. Habla bien, tanto que ha causado una honda impresión en mí. También mi compañía parecía acomodársele. También mi venerable padre le visitó cuando regresaba hacia Agra después de la conquista del castillo de Asir, en la provincia de Khandesh, y siempre guardó buen recuerdo de él....



...Después se entrevistarme con Jadrup monté en elefante y atravesé la ciudad de Ujjain, arrojando a diestra y siniestra monedas hasta un importe de 3.500 rupias y, recorridos tres kos y tres cuartos, llegué a Daud-khera, lugar donde se alzó el campamento real. El tercer día, que era día de parada, fui después del mediodía a visitar a Jadrup, cuya compañía deseaba y de la cual disfruté durante seis gharis. También ese día pronunció buenas palabras y era casi de noche cuando entraba de regreso en mi palacio....


.....El miércoles 29 tuve una entrevista con Jadrup, austero asceta de la religion hindú, las circunstancias del cual quedan descritas en las páginas precedentes, y fui con él a ver Kaliyadaha. Su compañía es ciertamente un gran privilegio....


....Por segunda vez el sábado quise reunirme con Jadrup. Después de cumplir con la oración del mediodía subí a bordo de una barca para dirigirme a su encuentro, y al final del día disfruté de su compañía en el retiro de su celda. Escuché de él muy sublimes palabras sobre los deberes religiosos y la sabiduría de los asuntos divinos. Sin alabanzas desmedidas, expone claramente las salubables doctrinas del sufismo, deleitando al oyente con su discurso. Tiene sesenta años de edad. Tenía tan sólo ventidós cuando, renunciando a toda atadura externa, inició con determinación la senda del ascetismo, y durante treinta y ocho años ha vivido sin más atuendo que la desnudez. Cuando me retiré me dijo: “¿En la adoración de mi propia deidad, qué idioma debería emplear para agradecer a Alá la gracia de pertenecer al reino de tan justo rey, viviendo cómodo y contento, sin que el polvo del desconcierto caiga sobre el regazo de mi propósito?”...


...Hemos hablado en páginas anteriores sobre Gosain Jadrup, que vive en una hermita en Ujain. En estos días cambió su residencia a Mathura, una de los mayores lugares de culto de los hindúes, entregándose a la adoración del verdadero Dios en la orilla del Yamuna. Como yo apreciaba nuestra relación partí a presentarle mis respetos y disfruté largo tiempo de su compañía en ausencia de tercero alguno. En verdad que su existencia es gran ganancia para mí, por cuanto recibo importantes disfrute y beneficio...

......El lunes 12 aumentaron mis deseos de ver de nuevo a Gosain Jadrup y me dirigí a la hermita, donde disfruté de su sociedad. Cruzamos sublimes palabras. Dios Todopoderoso le ha concedido gracias inusuales, alto entendimento, ensalzada naturaleza y una muy aguda capacidad intelectual, con un conocimiento revelado y un corazón libre de las ataduras de esta vida, de manera que, dando la espalda al mundo y a cuanto hay en él, se siente feliz y sin deseos en su rincón de soledad. Por toda posesión terrenal ha elegido medio gaz de tejido viejo de algodón, como un velo de mujer, y un cuenco de barro para beber y tanto en verano como en invierno o en la estación de las lluvias vive desnudo, descalzo y sin nada que le cubra la cabeza. Se ha cavado un agujero en el que puede moverse con mil dificultades y torturas, al que se accede por un pasaje que un lechón apenas podría atravesar. Estos versos de Hakim Sanai, séale Dios clemente, resultan apropiados:

“Luqman tenía una estrecha celda,

Como el hueco de una flauta o el agujero de una mandolina.

Un necio preguntó a este gran anciano:

‘¿Qué tipo de casa es ésta, de dos pies y un palmo?’

Emocionado hasta las lágrimas, el sabio respondió:

‘Amplia es para quien tiene que morir’.”


El miércoles día 14 acudí otra vez a ver al Gosain para despedirme. Sin duda la idea de separarme de él pesaba sobre mi mente siempre deseosa de la verdad...

...Durante el reinado de mi padre, sea la luz de Dios su testigo, el peso de un seer equivalía a 30 dams y yo no veía razón para actuar de modo contrario, así que decidí que continuara siendo de 30 dams. Pero un día Gosain Jadrup dijo que en su libro de los Vedas, escrito por los maestros de su fe, el peso del seer era de 36 dams. “Como las coincidencias del mundo oculto han conducido a que la orden de Vuestra Majestad esté tan cerca de lo que dicta nuestro libro, si fijáis el seer en 36 dams, bien haréis.” Se dio orden de que en adelante y en todo mi territorio debía ser de 36 dams.


Ya lo véis. No sólo le visita siempre que está cerca de Ujain, sino que le deja decidir sobre el sistema de pesos que debe emplearse en el imperio entero.

sábado, 11 de junio de 2011

Humayun enamorado.

¿Que por qué me da por los amoríos? Bueno, son episodios que pueden contarse aislados sin necesidad de conocer el contexto.
Hoy le toca a Nasiru-d-din Humayun Pachá, hijo de Babur.
Humayun perdió en pocos años todo el reino que heredó de su padre. Derrotas y deserciones le van empujando hacia el oeste. Para cuando ocurre lo que os voy a contar, se encuentra en el Indo, tratando hacerse con un castillito que le dé cobijo. Pero ni siquiera su hermano Hindal, que se encuentra cerca con sus propias tropas, le apoya. Y en ese momento ocurre lo que podría contarse así:


Cuando el rey ponía sitio a Bhakkar, castillo emplazado en una de las múltiples islas que obligan al Indo a disgregarse una y otra vez, Hindal Mirza cruzó el río en dirección oeste, se decía que hacia Kandahar, y acampó en Pat, con intención de descansar allí unos días. Dildar Begum, madre suya y de Gul-Badan, aprovechó que se encontraban cerca de Bhakkar para ofrecer una gran recepción en honor de Su Majestad.

Humayun dejó en Bhakkar las tropas suficientes para mantener el cerco y partió con el resto hacia Pat, al objeto de averiguar las intenciones con que Hindal viajaba con tan grande compañía de armas y civiles.

-Dícese que te diriges a Kandahar, hermano –le preguntó en cuanto lo tuvo delante, antes incluso de abrazarle.

-No hay que creer cuanto se oye, Majestad –fue la escueta respuesta.

Hindal condujo al rey al jardín donde se celebraba la fiesta, a la que acudieron todas las damas que viajaban con él, integrantes del harén del mirza o familiares de los capitanes. Entre ellas se encontraba Hamida Banu, hija de Mir Babá Dot, el que fuera preceptor del príncipe, de nombre. El rey quedó fascinado con ella y preguntó si estaba ya comprometida. Le informaron de que, si bien ya había sido solicitada por algún pretediente, el compromiso no se había aún formalizado.

-La desposaré -dijo el rey.

-Majestad –intervino Hindal con evidente inquietud, -he visto crecer a esa niña desde su cuna y tengo en ella casi una hermana o una hija. Aunque no esté oficialmente comprometida, todos saben quién será su esposo, y ella así lo quiere. Vos ois el rey; no permita el cielo que vuestros actos en asuntos para vos tan nimios causen disgusto entre vuestros súbditos.

-Mir Babá Dot ha tenido el honor de ser vuestro tutor por muchos años, y a vuestro servicio continúa tanto por sus méritos como por el favor que yo, el rey, le dedico. Gran labor ha hecho y quiero por ello recompensarle desposando a su hija y convirtíendo así a ambos en nuevos miembros de la familia real.

A Hindal Mirza le disgutó tal afirmación y tanta soberbia.

-Creí que habíais acudido a esta reunión a honrar con vuestra presencia a mi madre y a esta rama del fructífero árbol de Firdus Makani, no a buscar nueva esposa en una niña tan alejada de vuestra edad. No dejaré pasar tal ofensa sin dar merecida y digna respuesta: si lleváis a cabo tan caprichoso propósito, os juro que no contaréis en adelante con mi apoyo ni con el de mis hombres.

-Ah, Hindal. Tu vehemencia te delata. ¿Así que eres tú quien la ha soliciado?

-¿Y no sería razonable, incluso natural? –respondió el mirza sin dejar vislumbrar asomo de debilidad. -¿No nos separan apenas ocho años, contra los casi veinte en que superáis su edad? ¿No es la hija de mi preceptor? ¿No está él tan orgulloso de su alumno y tan encariñado conmigo como yo lo estoy de sus enseñanzas y con su persona? ¿No ha sido Mir Babá un padre para mí desde que murió el venerado Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá testigo de su propio agradecimiento? ¿O más que el suyo, más que el mío, más que la felicidad de vuestro súbdito Mir Babá Dot y de su hija pesará lo que malvestís de complaciente largueza, regio disfraz bajo el que para pública vergüenza asoman harapos de lujuria? ¡Una más para el real serrallo!

Durante unos segundos un silencio espeso inundó la sala como la sospecha de una catástrofe. Ninguna de las damas volvió su rostro, descubierto dada la privacidad de la reunión, hacia el centro de la disputa. Permanecieron quietas en la misma postura en que habían ido quedando una a una al tiempo que la atrevida postura de Hindal había ido captando su atención. Fue Dildar Begun la primera que rompió ese tiempo congelado.

-¡Hindal! ¡No es esa la manera adecuada de dirigirte a su Majestad, que si es tu medio hermano es, más aún, tu rey completo, el representante de tu venerable y difunto padre, de toda la estirpe de Timur y de lo más granado de la de Gengis.

Hindal Mirza, lejos de responder, giró significativamenté el rostro apartándolo de la mirada tanto del rey como de su madre.

Los corrillos intentaron reanudar la charla, más para huir de la tensión de la escena que por desinteresarse por ella, de la que seguían pendientes por más que simularan enfrascarse en sus vanales conversaciones.

-¿Completo, decís, madre? Rey menguante, lo llamaría yo. Su poder se reduce día a día y muchas voces aseguran que también su crédito. ¿Quién puede sorprenderse, dado el despotismo que acabamos de presenciar?

-¡Silencio, Hindal! –Pero la orden de Dildar Begun llegaba tarde incluso para detener al rey, que abandonaba ya la reunión en dirección al río y a su barco. En pos del rey salió la madre del mirza.

-¡Majestad, Majestad, os pido perdón en nombre de mi hijo, oh Nasirudin Humayun Pachá! –suplicaba con los ojos húmedos perseguida por el revuelo de su propio manto, hasta que, casi ya al borde de la embarcación, adelantándose al rey cayó ante él de rodillas. –Regresad, os lo suplico, a mi fiesta. ¿Cómo podré vivir en adelante con esta vergüenza? Hindal es un joven apasionado e impulsivo. Pero bien sé por cuanto le conozco que ya estará lamentando su impertinencia aunque sólo sea por ver a su madre así postrada. Yo os entregaré esa joven.

Humayun dejó que Dildar se humillara un poco más antes de ceder parcialmente a sus súplicas con mal fingido fastidio.

-Está bien, esposa de mi padre. Si hacéis que Hindal se disculpe, olvidaré este desagradable incidente. –Aunque debería valorar el desatino de una disputa en medio de su creciente debilidad, y quizá también así lo hacía, eran su propia sensualidad y la belleza de aquella joven las que gobernaban la voluntad de Humayun en ese momento: lo mismo habría hecho aunque hubiera sido lo menos aconsejable. Estaba claro que las disculpas que exigía incluían a Hamida Banu. –Pero no, no volveré a la fiesta, no es oportuno. Tomáos unos días; que vuestro hijo se enfríe. Buscad en vuestra conciencia qué culpa podéis tener en su rebeldía; reconducidle. Esperaré en Bhakkar vuestras prontas y, por el bien de todos, buenas noticias. Alá os guarde.

Al entrar de nuevo en el jardín donde se celebraba la recepción, Dildar se dirigió directamente hacia Hamida Banu, quien se había quitado de enmedio entre lágimas alarmada por la trifulca levantada alrededor de su persona y estaba siendo consolada en un rincón por Gul-Badan.

-La fortuna te corteja, joven Hamida –le dijo al llegar hasta ella. –Retírate, descansa y reflexiona. Gul-Badan, hija mía, ve con ella y guarda su sueño esta noche. Hindal -dijo volviéndose a su hijo, a quien premeditadamente no había dirigido aún la mirada desde que volvió del embarcadero, -tú también necesitas meditar. Queridas damas, hay doble fila de guardias hasta vuestras moradas; la fiesta ha terminado; que Alá o guarde. Enviad depués a vuestras criadas a recoger los manjares sobrantes.

-¿Eres idiota, Hindal? –le espetó por la mañana irumpiendo en su dormitorio antes de la primera oración. –Aunque albergues en tu corazón sueños imperiales, lo que iría en contra de la expresa voluntad de Firdus-Makani y para lo que nunca contarás con mi apoyo, ¿crees que ha llegado el momento? ¿Sin refugio en medio de la nada, con tu hermano y todo su ejército a una jornada de distancia?

-Su mermado ejército, querréis decir.

-Todavía suficiente.

-¿Aun gobernado por ese comedor de opio esclavo de los latidos de su entrepierna? Mi hermano Humayun está siendo arrastrado al fracaso por cantos de que él mismo entona, hoy de sirena y de cisne en breve. Es tanta su necesidad que alguien tan mediocre como Shah Husain le ha mantenido inmóvil en el jardín de Charbagh acampado durante cinco meses con falsas promesas de adhesión, a donde se ha dignado a acudir en todo este tiempo para presentarle sus respetos. No habrán transcurrido muchas lunas antes de que se vea desobedecido hasta por su caballo. Al tiempo.

-Pues si así ha de ser, déjale hundirse sin mancharte con traiciones de mal hermano. Dale ahora lo que quiere y aguarda. Si cae, podrás tomar el mando con intacta reputación y si te equivocas y resurge hallará en ti fiel hermano en quien apoyarse. Tú mismo le has dicho a Humayun que Hamida es casi como tu hermana o tu hija Ayúdame a convencerla comunicándola que renuncias a ella. Dile que quieres lo mejor para ella y su familia, apela a su piedad filial, arguméntala que su padre merece llegar a viejo con la felicidad de haber entroncado con la flor de la estirpe timurí. Yo hablaré con Babá Dot. Él también te aprecia como a un hijo y querría poder llamároslo de pleno derecho, pero bien conoces su prudencia y su destreza política; sin duda preferirá procurarte un enemigo menos. Ya habrá llegado a sus oídos el incidente de anoche. Déjale reflexionar sobre ello al menos hasta la tarde y consúltale a él si quieres antes de que se entreviste conmigo, puedo esperar un día.

-Pero entregar a Hamida para tercera o cuarta esposa….

-No de cualquiera. Y basta ya, Hindal. ¡Amor! ¿Quién de nosotras lo ha conocido antes del matrimonio? Mañana me contarás qué has hablado con Babá Dost.

Al día siguiente, tras confirmar que el mir, aunque con reticencias, se había manifestado de su misma opinión, le hizo llamar. Era uno de los pocos hombres cuya presencia en el harén era admitida sin recelo, tras años de haber sido el tutor de Hindal.

-Excelso Mir Babá, sabia fuente de cuanto mi hijo sabe, me alegra saber que contamos con el apoyo de los argumentos de un padre.

-Así es, Alteza Dildar, dadas las circunstancias.

-Por tu propio bien espero que no añadas esa coletilla en presencia del rey.

-Naturalmente, Alteza.

-¿Prefieres hablar tú primero con tu hija?

-Anoche lo hice, Alteza. Rompió a llorar.

-Es normal, apenas es una niña. Aún no comprende el honor que recibe. Además estará asustada; hace años que no sale de bajo mi techo. ¿Ha superado ya la menarquía?

-Si, Majestad; varias veces ha menstruado.

-Bien. Puede casar. -Dildar Begun se volvió hacia Karima, su anciana criada personal. -Hazla venir –añadió. –Y tú, estimado Babá, déjame a solas con ella.

Mientras llegaba Hamida Banu, Dildar roció su alrededor de agua de rosas. Al poco llegó la joven, por primera vez aterrada ante Dildar. Aunque nada la obligaba a elllo dentro del serrallo, ocultaba la tristeza del rostro con un velo translúcido.

-Siéntate, pequeña.

A pesar del velo podía notarse que Hamida mantenía la mirada baja. Dildar la observó con ternura.

-Bien sabes que siempre hemos buscado el bienestar de toda tu familia y que así seguirá siendo. Esto incluye buscar un buen futuro para ti. –Mientras Dildar hablaba, Hamida luchaba para que su desconsuelo no se tranformara en llanto. -Y nadie puede lograrlo mejor que el rey, que quiere verte de nuevo y tú debes presentarle tus respetos.

-Si es para presentarle mis respetos, ya lo hice el otro día y es suficiente. No iré.

-Hindal Mirza, casi un hermano para vos, también lo recomienda.

-Nada me importa la opinión de Hindal, de quien aspiraba ser algo más que hermana y cuya abandono recibo. No iré.

-No puedes desobedecer al rey.

-Ni a la decencia. Ver una vez al rey es lícito; dos, concupiscencia. No iré.

-Está bien, mocosa llorona. –A pesar de la sus palabras, Dildar hablaba con compresiva dulzura. -Veo que está todo demasiado reciente. Volveremos a hablar en unos días. El tesón es un saludable impulso, pero la terquedad un lastre. Piensa en ello.

Sin decir nada, Hamida Banu se retiró a toda prisa. Inmediantamente entró Karima.

-Señora, Subhan Quli, enviado de Su Majestad, recién llegado, quiere hablaros.

-Dile que estoy ocupada.

-Ya lo hice, señora, pero dice que esperará.

- ¡Alá lo confunda! ¿Qué clase de gente me rodea? Unos no tienen sentatez y a otros les falta la paciencia. Bueno, en cualquier caso Subhan no puede entrar. Que se mantenga junto a la entrada y enseguida voy a contarle….uf, no sé el qué.

Dildar se quedó unos momentos sola planeando su discurso. Por fin se levantó y se dirigió hacia la salida del recinto femenino. Sin traspasar el velo de castidad, saludó a Subhan Quli.

-Bienvenido sea el mensajero del rey.

-Bienhallada la viuda de su padre. Su Majestad me envía a recabar informaciones sobre lo que podéis imaginar.

-¡Caramba! Parece que conserva la impaciencia de un adolescente.

-No me toca a mí juzgarlo, Alteza Dildar Begun. Decidme, os ruego, qué noticias puedo tranmitir.

-Dile al pachá que las primeras gestiones ya están hechas, que todo marcha bien, que es guiso lento y laborioso y debe hervir despacio, pero no habrá cocina capaz de igualarlo; que lo deje todo en mis manos, como convinimos, y en unos días tendré novedades para él. Ya le enviaré recado cuando sea menester. Es todo.

Pero la joven siguió resistiéndose durante cuarenta días, tiempo que Dildar invirtió también en terminar de suavizar la postura de su hijo.

-Pero Hamida –dijo Dildar uno de esos días, -antes o después habrás de casarte. ¿Quién mejor que un rey para esposo?

-Sí, cierto, habré de casarme. Pero quisiera hacerlo con un hombre cuyo collar pudiera tocar, no uno el borde de cuya falda es inalcanzable –contestó Hamida.

Por fin un día Dildar Begun pudo escribir al rey:

“Ruego a Su Majestad, Nasirudin Humayun Pachá, cuyo reino Alá engrandezca, acuda a Patr a disfrutar de una cena con, entre otros muchos, dos platos especialmente escogidos para él que a buen seguro harán sus delicias. No se demore en exceso Su Majestad, pues siendo guisos y no salazones, pueden perder con el tiempo sus mejores aromas. ”

Así que Humayun volvió a dejar en Bhakkkar las tropas necesarias para mantener el asedio y se dirigió a Patr.

A una parasanga del pueblo le esperaba Hindal con una escolta de honor para acompañarle el resto del camino. El rey descendió de su montura, permitió a su hermano hacer la debida reverencia, lo levantó del suelo y lo abrazó.

-Cabaguemos, Mejestad. Mi madre y alguien más os aguarda.

En el camino Hindal se interesó por la salud del rey, del harén en general y del ejército, que había de ser bueno, dado que un asedio es una ocasión de reposo. Pero de todo ello habló de una manera vanal, con la fría cortesía del protocolo y poniendo especial interés en no preguntar directamente por las esposas. Humayun supo entender el rencor encerrado en esa omisión.

Pero lo que más le preocupó fue que Hindal esperara a ir por la mitad del camino, cuando la distancia a la que se mantenía la escolta les otorgaba total privacidad, para decir:

-Perdonadme, Majestad –dijo Hindal sin necesidad de más instrucciones. –Vos sois el rey y súbditos el resto.

-Cuenta con ello. No se distancien nuestros corazones –respondió Humayun sin entonar la frase. Sabía que cualquier nexo cualquier afinidad, cualquier complicidad que de tiempos pasados pudiera quedar entre Hindal y él se había roto con este episodio y sería sólo cuestión de tiempo que su medio hermano se le opusiera. Debía retrasar ese momento cuanto le fuera posible.

Llegaron a Patr y atravesaron el campamento, cuya calle principal estaba flanqueada por grupos alternos de jinetes y tropa de a pie presentando armas. Al fondo estaba el recinto del harén, una reproducción algo reducida, no tanto como al rey le hubiera gustado, del que en su día había diseñado Humayun para su propio serrallo. En la entrada, con manto verde esmeralda y velo del mismo color, ambos sin bordados, les esperaba una figura femenina, en la que Humayun pudo reconocer a Dildar Begun según se acortaba la distancia entre ellos.

Cuando llegaron, Humayun bajó deprisa del caballo para detener a tiempo a Dildar, que se disponía a postrarse de rodillas.

-No, señora, no hagáis eso; sois la esposa de mi padre, una segunda madre para mí –dijo Humayun aun a sabiendas de que mayor reverencia y humillación la había permitido la noche en que Hindal lo había puesto en evidencia delante de todas las mujeres. -¿Cómo salís al exterior?

Dildar sabía que en ese momento llevaba la ventaja. Contestó en un tono familiar, sin fórmulas palatinas.

-¿Al exterior? Mi vida se ha desarrollado en el exterior. La placidez que hemos vivido entre Dehli y Agra ha sido una excepción en nuestras vidas itinerantes, en las de todas las mujeres de la Corte, avanzando a pocos por tierras recién conquistadas en pos de las mesnadas y tropas del rey y sus amires. ¿Quién puede vivir así en la reclusión deseable para las mujeres? Tiempos hubo y tiempos volverán en que todo vuelva a su sitio.

Con un gesto indicó a Hindal que descabalgara y guió a Humayun hacia el interior.

-¿Qué tal el camino? ¿Ha hablado mi hijo contigo? –le preguntó en voz baja.

- El primer guiso estuvo falto de condimento. Veamos el segundo.

Tras la entrada al recinto se había intalado un estrado cubierto de cojines para asiento del rey. A ambos lados frente y bajo el estrado, dos filas de alfombras y mesitas preparadas para un banquete se extendían por la explanada dejando un pasillo central que conduccía a la zona de las tiendas de las mujeres, separada a su vez por otro vallado de lona.

Dildar cruzó unas palabras con su hijo y se retiró a un costado. Al dar Hindal tres palmadas, las mujeres aparecieron al fondo y se distribuyeron por las filas de la izquiera. Tres palamadas más y los hombres, que habían quedado en el exterior del recinto, entraron a su vez, sentándose en la de la derecha. El orden en que ocuparon sus puestos había impedido una impúdica observación del desfile femenino; para cuando entraron ellos, las mujeres ya eran pequeñas estatuas sedentes bajo velos de colores.

Dildar hizo un nuevo gesto a Hindal. Éste se volvió hacia el estrado.

-Vos, señor, sois el rey y súbditos el resto –repitió la fórmula, ahora ante toda la audiencia. – La bondad del Todopoderoso os conceda la recuperación de vuestros territorios para que de nuevo la justicia irradie desde el trono para beneficio de todos vuestros súbditos y os premie con hijos numerosos como las estrellas del cielo; vehículo serán de distribución de la imperial benevolencia, arado de tesón en la siembra de la felicidad general.

Huamyun hizo un gesto de aprobación.

-Recibid pues de manos de mi venerable madre Dildar Begun, viuda de nuestro común progenitor Giti-Sistani Firdus-Makani, sea hoy la luz de Alá su testigo, a esa perla de la del serrallo, Hamida Banu, nacida en el seno de mi humilde casa, hija de Mir Babá Dot, por vuestra gracia preceptor mío, y de Yasmina Kabuli, dechado de virtud. Que este enlace se convierta en símbolo de bueno augurio en los años venideros.

Dildar Begun se encaminó hacia las tiendas de las mujeres y se perdió tras el vallado. A poco reapareció traendo de la mano una esbelta figura ataviada con un manto de novia rojo elaborado con sedas de sari indio, tan recta la espalda, tan alta la cabeza, que diríase lucía ya porte de reina. Entre los asistentes se alzó un murmullo de comentarios.

-Nasirudin Humayun Pachá -dijo al llegar al pie del estrado: -he aquí a Hamida Banu, desde hoy Hamida Banu Begun, hija de quien está al servicio de mi casa, a la que bien sabéis aprecio como hija, para que os sirva y honre el resto de su vida. Sed para vuestros súbditos ejemplo de esposo, sedlo ambos de amor.

Adelantó la mano que asía la de Hamida Banu, encaminándola hacia los escalones. La joven subió y tomó asiento junto al rey. Dildar alzó un brazo mirando hacia la zona de las tiendas. Inmediatamente los eunucos instalaron una nueva valla por el pasillo central, separando ambos lados y ocultando a las mujeres de la vista de los hombres durante la celebración del banquete.

Por el mismo punto por el que había aparecido Hamida sugieron dos grupos de sirvientes. Uno de ellos, el de velos sin rostro, distribuyó las viandas entre las mujeres; el otro grupo con chalecos cortos y anchos calzones sujetos por un fajín, atendió a los hombres.

Dadas las circunstancias, los invitados no fueron tantos ni el banquete estuvo a la altura de lo que se hubiera podido esperar en una boda real. Pero las especias no habían escaseado, se mataron algunos corderos y todos disfrutaron de poder apartarse por un día de la monótona comida de campaña.

Terminado el ágape, Dildar se acercó al estrado.

-¿Sois feliz, Majestad? –preguntó recuperando el trato protocolario que había abandonado a la llegada de Humayun. Su baza estaba jugada, ya no tenía más que dar: ya no dominada el encuentro.

-Ambos platos resultaron finalmente sustanciosos, aunque dudo que en el primero fuera blanca la sal.

-Majestad, hijo de mi esposo, son tiempos difíciles. Pero sabed que mientras esté yo cerca siempre abogaré por vuestra causa.

-Así lo creo. Fulano, -dijo volviéndose al jefe de su escolta. –Dile a tus hombres que nos vamos. Espero al resto en Bhakkar antes del mediodía.

Se levantó y extendió la mano hacia Hamida Banu, ya Begun, para ayudarla. Hombres y mujeres, cada uno en su lado de la valla, se pusieron también de pie y se inclinaron en reverencia mientras el rey descendía. También Hindal, a un lado de la escalera, se arqueó, aunque en menor medida, dada su calidad de mirza.

Salieron juntos camino del embarcadero, seguidos por Hamida y Dildar.

-¿Cuándo partes, Hindal, hermano? –Ni siquiera preguntó adónde; ambos lo sabían.

-Mañana mismo levantamos el campamento, Majestad.

-Tu rey vería con agrado la unión de ambas fuerzas. Entre ambos podremos hacernos con algún pequeño territorio desde el que empezar de nuevo.

-No es momento, Majestad. O al menos no lo es para intentar conquista alguna. Desde Bengala hasta el Sind, todo se ha vuelto hostil. Venid conmigo, Majestad. Acojámonos a la hopitalidad de quien aún nos la ofrece, decansemos y repongamos fuezas. Demos tiempo a que Sher Khan pierda la fuerza de su primer empuje y mientras tanto establezcamos nuevas alianzas, recuperemos las pasadas. Impidamos que la terquedad se apodere de nosotros.

-¿Terquedad dices, Hindal? A mi terquedad opones miedo al futuro más inmediato, envidia a mi primogenitura y rencor a causa de cierta hembrita que nos sigue a unos pasos. –Humayun sabía estar en lo cierto. Podía haberlo dicho con mayor sutileza, pero estaba convencido de que nada cambiaría la decisión de su medio hermano, razón por la que imprimía a sus palabras el más ácido lenguaje. -De no ser así te dedicarías en cuerpo y alma a mis proyectos sin más consideraciones que la de tratarse de la voluntad real, tal y como debe hacer un súbdito fiel. Luchar por su gloria aunque la tragedia aceche, no abogar por refugiarnos en muros ajenos.

- Vuestra soberbia os fuerza a un destino atroz. Majestad, no soy con mucho el primero en seguir su propia ruta. Quizá deberíais escuchar a quienes fueron leales y marcharon. No todos eran mercenarios oportunistas, también muchos hombres valientes que pusieron muchas victorias sobre vuestra alfombra.

-¡Pero ninguno de ellos era mi medio hermano ni por adopción completo! ¡Ninguno se crió bajo las faldas de mi propia madre! Cómo podré mantener unidas a mis tropas si tú me abandonas, Hindal. –El discurso del rey comenzaba a revestirse de involuntaria y delatora súplica: él también tenía miedo. Se dio cuenta de que lo había intentado todo, salvo ceder. –Adiós, díscolo mirza. Quizá algún día podamos tomar juntos la sal. Huye hoy, pero recuerda que la historia no perdona.

Humayun abrazó a la esposa de su padre, tomó de la mano a su nueva esposa y sin mirar de nuevo a Hindal subió a la barca e hizo que zapara inmediatamente. Esa primera noche no fue capaz de ahogarse en la voluptosidad que la belleza de Dildar Banu merecía.

Un furioso Hindal partía al día siguiente hacia Kandahar.


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Unos meses después Humayun atraviesa el desierto. Los hombres de su séquito van muriendo por el camino consumidos por la sed y el agotamiento. En el desorden de la desesperación, algunos caen y mueren en el fondo del pozo que debía salvarles.

Cuando el caballo de Hamida Banu, para entonces embarazada de siete meses, muere, los oficiales se niegan a prestarle el suyo.

Pero Hamida sobrevive y su hijo, Akbar, llegará a ser la cumbre de la dinastía Mogol.

Chispún.


martes, 10 de mayo de 2011

Otros amores de Babur



Entre los apéndices que añade Susan Annette Beveridge a su traducción de las memorias de Babur, incluye un pequeño artículo que su marido había publicado en el Asiatic Quaterly Review (que incluyo al final) en el que, después de mencionar las relaciones que Babur había tenido con el clan yusuf-zai, cuenta una curiosa anécdota sobre el modo en que conoció a Bibi Mubarika y la hizo su esposa.

Incluida en algo más largo, hice yo mi propia versión del hecho, que imagino así:





Había ocurrido seis años antes, cuando la Pantera, a pesar de sus numerosas victorias en campo abierto, no había podido conquistar el fuerte de Mahura, dentro de cuyas murallas recientemente reforzadas se atrincheraban los jefes yusufzai. Decidido a encontrar un punto débil, un modo en que sus tropas pudieran penetrar en él, eligió el día del Eid-i-qurban para infiltrarse en el castillo. Ésa era la razón que Babur argüía para justificar su presencia en el mismo centro del bastión enemigo, pero las lenguas amigas de románticas audacias defendían y difundían la versión que Maham Begun, su primera esposa, escuchó en su día con hostil interés y que ya disfrutaba de una aceptación popular sin detractores. Babur, sin embargo, nunca recogió la anécdota en sus diarios.


Esa fecha, en la que todo piadoso musulmán rememora el día en que Alá, clemente y misericordioso, detuvo la mano con que Abraham estaba dispuesto a sacrificar en Su alabanza a Isaac, su propio hijo, era particularmente celebrada por los afganos, quienes la llamaban Al-Adha. Sin acceso al mar, separados de la Meca por tierras de difícil tránsito, chiítas unas y en continuo estado de guerra otras, los afganos, habitantes de pequeños principados bien asentados pero con escasas y frágiles alianzas entre ellos y de un poder insuficiente para que sus peregrinos fueran respetados, hacían del Al-Adha su principal fiesta, en la que cada año volvían a soñar que algún día podrían hacer el viaje santo. Por este motivo se reuniría gran acopio de gente alrededor del palacio de Shah Mansur, cuya generosidad sufragaría ese año los festejos.


Vestido como un mendigo, Babur se apostó casi de vísperas al socaire de la muralla. Tendría así toda la noche para estudiar a la gente que se iba reuniendo para el acontecimiento, confundirse entre ellos, poner a prueba la validez de su disfraz y sopesar el riesgo de ser descubierto. El atavío de Babur y de los tres hombres que lo acompañaban había sido estudiado con todo cuidado. Aunque Babur había sido educado como un turco chagatai y el turco era el idioma en el que pensaba y escribía, se había criado en el valle de Fergana, muy cerca de allí ; sus compañeros fueron elegidos no sólo por su valor, discreción y fidelidad, sino también por sus distintos acentos, a cual más rudo. Era frecuente que los mendigos viajaran en pequeños grupos cuyos componentes podían cambiar en cada nueva provincia y ser, por tanto, de distintos orígenes. De esta manera convertían su condición de extranjeros en factor de credibilidad y tanto mejor sería que su aspecto así lo anunciara y desmintiera de antemano intenciones ocultas. Así que cada uno conservó su propio turbante, cuya manera de anudarse nunca alteraba un hombre orgulloso, como todos eran desde Anatolia hasta el Indo. Un ancho shalwar, el pantalón afgano, resultaba obligado en el disfraz, dadas las bajas temperaturas reinantes, así como una manta de lana de oveja (de camello habría llamado la atención), cuyos diferentes diseños hablaban también de sus posibles orígenes. Excepto el turbante, todas las prendas habían sido manchadas y arrastradas por el suelo atadas al final cuerdas tiradas por caballos hasta quedar agujereadas y cubiertas de polvo. Unas raídas sandalias con la suela de tripa de búfalo completaban el atuendo.


Esa mañana el robusto portón se abrió más temprano que de costumbre. En el interior, un frente de tres filas de soldados, provistos de lanza y escudo los primeros y de espada las dos hileras restantes, impedían que la multitud entrara en tromba y, disolviendo el tumulto, la obligaban a desfilar de a uno entre las otras dos hileras que respaldaban a los oficiales encargados de registrar al populacho en busca de armas. Mezclado entre la multitud, la Pantera se dejó arrastrar hasta el patio posterior del palacio observando cuanto veía, sin necesidad de disimulo alguno, pues muchos de aquellos aldeanos de los alrededores recorrían las calles en igual actitud, admirando la robustez de las murallas, la magnificencia de los palacios y el colorido de los bazares, de las telas y abalorios de los tenduchos que vomitaban sus mercancías a ambos lados de la calle. Hasta entonces la fiesta se había celebrado extramuros; pero este año, con las tropas de Babur entregadas al pillaje a sólo un par de jornadas de distancia, Shah Mansur y su hermano Malik Ahmad, máximos caciques, habían acordado organizarla al amparo de las murallas. Había corrido la voz de que la largueza de Mansur y Ahmad superaría todo lo conocido, demostrando al pueblo que su poder no se había resentido con la guerra. Se decía que dos veces setenta corderos iban a ser degollados, para macerar cuya carne se habían adquirido en las aldeas vecinas más de doscientos kilos de yogur agrio, y que tanto el azafrán de Rum, como la canela de Lanka, el clavo y la nuez moscada que desde las islas Molucas, recientemente convertidas a la verdadera fe, llegaban por el puerto de Surat, y el gengibre que viajaba en verano a través de los desfiladeros del Pamir a lomos de los resistentes yaks de las altas planicies, estaban ya agotados en todos los bazares.


Pronto se pudo verificar la certeza de tan prometedores rumores. Gala de la misma generosidad hacían los demás familiares, que habían instalado estrados entoldados desde los que sus lacayos repartían panes de toda guisa, forma y textura preñados de sustanciosos rellenos. Cuando Babur vagabundeaba entre la multitud, llegó una anciana ofreciéndole una oblea de pan que envolvía un yakni pilao tan exquisitamente condimentado que resultaba increíble se estuviera dando a la plebe de la que ahora él formaba parte. Observó Babur que la criada sólo ofrecía aquellas raciones a los más pobres de entre quienes llenaban la plaza, por lo que se acercó a ella y le preguntó:


-Amable señora, ¿puedes decirme quién envía estas viandas?


-Bien se ve que no eres de aquí, muerto de hambre. -Por un momento Babur temió levantar sospechas, pero se tranquilizó cuando la sirvienta continuó con sus explicaciones. -Es Bibi Mubaraka quien las envía, la hija de Shah Mansur, señor de la plaza. Movida por la piedad, ha hecho preparar este arroz y esta carne para cuantos mendigos acudan a las celebraciones.


-No soy de tan lejos, de Persia apenas, de su parte más oriental aunque, eso sí, Dios misericordioso ha querido que naciera en familia suní. -Consideró que con esas explicaciones quedaría zanjado el asunto de su acento y procedencia y prosiguió: -Y dime ¿es hermosa esa Bibi Mubaraka?


-¿Hermosa dices? Puedes juzgarlo por ti mismo. Allí la tienes, protegiendo su blanca piel bajo aquel baldaquín y registrando la multitud con su profunda mirada en busca de cuantos necesitados hubiere. Es además una joven que rebosa virtud y píos sentimientos.


-¿Y cómo es de joven? ¿Ha sido ya concedida a alguien?


-¡Ah! Eres un rijoso miserable -respondió la criada, amante del chisme y divertida por el atrevimiento. -¿No ves que aún no se cubre el rostro? No, no ha sido prometida. Por su edad, pronto lo será, pero tú no puedes aspirar ni a oler el polvo que levanta al caminar. Y si alguna vez ocurre que su menudo y delicado pie pise terreno sin alfombra, más te vale mantenerte alejado, no descubra alguien tu sucia mirada y te cueste la cabeza. Incluso ella misma, morada de virtud, te denunciaría si se diera cuenta y ni siquiera pestañearía ante el espectáculo de tu castigo -terminó la vieja, riendo al tiempo. El comentario, tan acertado con respecto a la peligrosa situación en que se encontraba y tan equivocado en la causa, ya que Babur no era el muerto de hambre que ella suponía, casi le hizo sonreír.


Pero el corazón de Babur había quedado ya prisionero de la belleza de Bibi Mubaraka y por el verde intenso de aquellos ojos que sólo entre las mujeres pastunes se encuentran. Volvió a su campamento intentando maquinar un plan para conseguir tanto a la muchacha como la sumisión de los yusufzai. Ya no era su orgullo de conquistador lo único comprometido: también lo estaba su alma enamorada.


Examinado desde el interior, el fuerte le había resultado aún más inexpugnable. Siempre quedaba la vía del asedio, larga tarea que los ocupantes de la fortaleza soportarían con el valor propio de su raza y clan, aunque supieran que antes o después tendrían que rendirse o morir de hambre. Una rendición, sin embargo, bien podría camuflarse de alianza y quizá eso diera oportunidad de conseguir y acelerar el logro de ambos objetivos.


Al amanecer los criados notaron que el lecho del rey estaba más deshecho que de costumbre, pues el breve sueño diario de Babur dormía, aun manteniendo siempre cierto estado de alerta, especialmente en campaña, era reposado y sereno.


-¡Mi escribanía! -rugió antes del alba, en cuanto terminó la primera oración del día, el salatul fayr. Enturbiaban su conciencia grandes pecados, pero, ¿quién lo dudaba?, Babur era devoto creyente y puntual en sus rezos. Inmediatamente le trajeron la bandeja con el tintero, el tarro del talco, ambos de plata, y el papel dispuesto sobre la mesita de madera de sándalo cuyo olor solía refrescar sus sueños de conquistar algún día el Indostán.


Había dos labores para las que Babur nunca reclamaba los servicios de los escribanos: la poesía, para la que contaba con innegables destrezas, y para la redacción de sus memorias, tareas ambas de las que solía ocuparse por la noche, cuando ya sus amires se habían retirado. Pero todos sabían que cuando la Pantera empuñaba él mismo la pluma a hora tan temprana era porque había tomado una vehemente decisión; el mundo, de saberlo, debía temblar.


En esa ocasión, sin embargo, mientras los capitanes se aprestaban ya para lo que fuera menester, Babur, para sorpresa de todos, redactó una carta conciliatoria:


"Elévense toda alabanza a Aquél que es poderoso sin igual, Aquél que con Su magnanimidad distribuye los reinos que existen en los siete climas del mundo habitado y en la inmensidad de las cuatro direcciones de la Tierra y por Cuya benevolencia pone a prueba la bondad y voluntad de los reyes, alabado sea. Y aunque en ocasiones sus repartos puedan resultar incomprensibles, cuidémonos de considerarlos injustos, pues sólo Él es omnisciente y todopoderoso, guía a quien quiere y confunde a quien quiere confundir. A nuestro azaroso albedrío de regidores queda la opción de llevar nuestra labor a cabo con Su guía cuanto mejor sepamos, en un quizá bienintencionado pero siempre insuficiente intento de acercarnos a Su justicia y Su equidad. Pues a pesar de nuestras limitaciones, por Su bondad nos es dado saber que la consecución del bienestar de los súbditos, cuyo conjunto constituye un preciado depósito que el Gran Donante temporalmente nos cede, la investigación y castigo de los agravios de los oprimidos, la digna supervivencia de las viudas, los huérfanos, los necesitados en general, la seguridad de los mercaderes en los caminos, de los labradores, de sus cosechas, de la oración de clérigos y paisanos y, en general, todo cuanto contribuya a la tranquilidad y pacífico quehacer diario de los habitantes de los reinos es tarea obligada y primordial del gobernante. Quieran las lluvias de divina gracia y el goteo de la benevolencia del Todopoderoso impartir frescura a los jardines de los hombres capaces de lograrlo. Pero son éstas tareas imposibles cuando están los Estados en conflicto y los ejércitos itinerantes. Mas cuando los grandes príncipes establecen sinceros lazos de amistad y firman acuerdos y tratados que son causa del buen orden de la creación y reposo de la humanidad, entonces y sólo entonces el pueblo de Alá puede vivir en la tranquila mansión que Él querría fuera nuestra tierra y alzar sin perturbación las alabanzas a Él debidas. En tanto esos lazos no se consolidan, los campos continúan siendo saqueados, los caminos abandonados bajo el dominio de los bandidos, los caravasares derruidos y el socorro inaccesible para las viudas y los necesitados.


"Son estas razones, que a buen seguro compartís, las que me empujan hoy a ofreceros de nuevo mi amistad y suplicar la vuestra, que creí asegurada cuando en Kabul os perdoné la vida. No comprendo, por tanto, la razón por la que habéis posteriormente declinado una nueva invitación a visitarme en mi capital, enviando en vuestro lugar a vuestro muy noble hermano Shah Mansur, por cuyo abnegado carácter arriesgó su vida creyendo salvar la vuestra, que estaba fuera de peligro. Ese vuestro temor manifiesto levantó en mí sospechas sobre vuestra fidelidad hacia mí y me hizo emprender esta actual campaña en contra de los territorios que se hallan bajo vuestra tutela.


"Ayer, durante la celebración del Eid-i-qurban, tuve, sin que vos lo supierais, el honor de ser vuestro invitado. Mezclado entre el vulgo pude ser testigo de vuestra espléndida liberalidad para con vuestros súbditos y de cómo los miembros de vuestras familias tomaban también con decisión el encomiable camino de la caridad y repartían personalmente los alimentos; vuestra hermosa sobrina Bibi Mubaraka, asilo de piedad, confundida por mi disfraz de mendigo, tuvo la gentileza de enviarme una deliciosa ración de arroz y carne. Sí, en vuestro castillo estuve, con el ánimo de hallar el resquicio por donde introducirme, de urdir una estrategia. Si son ciertas estas mis palabras podéis saber buscando entre las piedras que hacen alcorque al almendro crecido en el ángulo sur de vuestro jardín trasero, donde con disimulo, cuando la multitud miraba con esperanzada atención el balcón en el que pronto os mostraríais, enterré como prueba de mi presencia un pañuelo de mi propiedad en el que envolví el último trozo del delicioso cordero recibido de la hija de vuestro hermano Shah Mansur.


"También vi la devoción que vuestros súbditos os profesan y oí los sinceros vítores que os dedicaron, más allá del mero agradecimiento por el popular ágape. Tal espectáculo caló en mi conciencia de tal manera que me ha hecho recapacitar sobre nuestras mutuas relaciones. En verdad que merecéis el dominio de vuestros territorios, en verdad que os ama el pueblo que los habita.


"Despejad, pues, vuestras mentes de todo sentimiento de temor hacia mi intención, que no es hoy otra que la de ofreceros una alianza de concordia. Olvidad incluso que Alá me favorece desde hace años con la magnánima concesión de continuas victorias, ya que no deseo ser nunca más amenaza para vos, ni tener motivos para ello, Él así lo quiera. Pues si bien mi espada ha acudido y seguirá acudiendo pronta a cuantos confines mi brazo alcanza para remediar tanta ruina como provoca la opresión de indignos regentes saqueadores de sus siervos, de forma que la tierra que ocupaban ha quedado, gracias a la voluntad de Alá que me ha otorgado la firmeza necesaria, finalmente liberada de sus tropelías, con claridad he conocido en mi visita que no sois vos hoy ese tirano merecedor de castigo, sino referencia para vuestro pueblo, como es la quibla en la mezquita.


"Restauremos la paz en nuestras mutuas fronteras, devolvamos la tranquilidad a los caminos, hagamos otra vez de ésta una tierra en la que sus moradores puedan vivir sus vidas ofreciendo sin agitación sus trabajos en alabanza del Todopoderoso, en la que los mercaderes puedan reanudar el intercambio necesario para la prosperidad de nuestras gentes. Sellemos nuestro pacto con un vínculo firme y perdurable, unamos nuestras estirpes por medio del matrimonio. Enviadme a tal fin a vuestra sobrina Musammat Bibi Mubaraka en calidad de esposa, cuya belleza, desnudo mi alma al admitirlo, también ha influido en esta mi decisión. Gloria eterna obtendrá penetrando en las estancias femeninas y vivirá feliz tras la cortina en mi serrallo, donde no escasean los castos placeres, donde toda clase de lujos rodean a cuantas hembras, esposas unas, parientes otras, habitan en ese tranquilo refugio de pureza.


"Ésta será senda de armonía. Aceptadla, os ruego, pues bueno será para nuestros reinos.


"Que vuestra augusta mirada, sol de prosperidad y esplendor, y la de vuestra estirpe puedan por muchos años iluminar las vidas de vuestros súbditos, es mi deseo.


"Zahiru-d-din Muhammad Babur."


La misiva se encomendó a Kuch Beg, hombre de casi tantas dotes diplomáticas como probado valor. Le precedieron cuatro tambores plateados, como exigía su condición de mensajero real. Su escolta se compuso de apenas veinte hombres a caballo, los suficientes para garantizar su seguridad sin que nadie pudiera interpretar una actitud belicosa o arrogante. Divisado desde lejos, las puertas de la ciudad se abrieron para él antes de su llegada. Mahmoud Alí Shah, jefe de la guardia real de Malik Ahmad le guió hasta el palacio primero y hasta la misma sala de audiencias después, donde en pie de igualdad se sentaban ambos hermanos. Kuch Beg, después de las debidas reverencias, extendió la carta, enrollada dentro de un cilindro de plata tallada que le fue devuelto para que él mismo la leyera en voz alta.


Cuando acabó de hacerlo, los dos hermanos se miraron perplejos. Fue Ahmad el primero en estallar.


-¿Se ha vuelto loco ese Babur? Cara a cara quisiera verle y vería que para mí, lejos de pantera, es apenas gato. ¿De verdad cree que tengo temores que despejar? ¿Supone que en algún momento me flaquearían las piernas aunque tuviera la punta de su espada hendiéndome la nuez? ¿Que no soy capaz de resistir un asedio con hombría aunque el mismo cielo me prevenga de un fracaso inminente? ¿Que valoro más mi vida que mi honra? ¡De sus victorias me habla! ¿Ha olvidado cuán cambiante es la suerte, cuán imprevisible el destino? ¿Ha olvidado que él mismo se vio hace años con no más de cuarenta hombres por toda hueste?


Frente a él, Kuch Beg aguantaba sin pestañear la prevista perorata. Malik Ahmad calló un momento para recuperar el aliento y, de haberse visto en un espejo, para normalizar también el color de su tez, que se había tornado de un alarmante rojo.


-Pensad en el sufrimiento que hoy aqueja a vuestro pueblo -dijo Kuch Beg.


-¿Nuestro pueblo, decís? -A pesar de su ira, Ahmad mantenía hacia Kuch Beg el tratamiento debido al mensajero de un rey. -Desde antaño estas tierras han estado en posesión de nuestros antepasados y nuestro pueblo ha vivido siempre en paz, salvo cuando llegan aventureros vanidosos con sueños de conquista. No son territorios bajo nuestra tutela, como osa decir esa Pantera en celo. ¿Quién saquea hoy nuestros campos, quién asalta a los viajeros, destruye caravasares e impide la libre circulación de las ayudas?


Kuch Beg hizo oídos sordos a tan directas alusiones. Su misión era conseguir la paz para ambos pueblos….y una cierta muchacha para la Pantera.


-Mi señor Babur, como habéis oído, no desea conquistaros, sino restablecer anteriores lazos.


-¿A costa de entregar yo a mi hija? -aprovechó Shah Mansour el inciso para alzar su voz -¿Por qué no es él quien me envía a alguien de su harén?Al fin y al cabo no sería la primera vez que una de sus esposas prefiere renunciar a su compañía.


Kuch Beg guardó silencio y se prometió no mencionar jamás a Babur esta envenenada alusión a aquella Ayisha-sultán Miran-shahi Timurí con quien le desposaron de niño y que le abandonó años después harta de huidas, miserias y derrotas. Aunque también había quien achacaba el rechazo de Ayisha-Sultán a ciertos amores perversos que inclinaban a Babur hacia un joven adolescente que faenaba en el bazar.


Obviamente Shah Mansour no era conocedor de esta parte aún no escrita de la historia, o se habría detenido en un comentario más mordaz, pues, por más que esas relaciones contranatura eran, allí y entonces, socialmente toleradas, con el Corán y la ley en la mano siempre podían blandirse en contra de alguien.


-¿En qué pretende realmente convertirla? -prosiguió Shah Mansour. -¿En una esposa, un rehén, un tributo?


-Ya que habláis de tributos - sabedor de que una actitud decidida era en ocasiones la mejor persuasión, Kuch Beg tomó de nuevo la palabra con su habitual serenidad, tanto más admirable dada la comprometida situación en la que se encontraba, -mi señor Zahiru-d-din Muhammad Babur desea también le proveáis del grano, manteca y carne seca suficientes para regresar con sus ejércitos a Kabul sin verse en la necesidad de dañar más al campesinado. Y por supuesto, una buena provisión de vuestro afamado opio para repartir entre los decepcionados soldados a quienes se les escapa un buen botín.


-Demasiada insolencia ya para mis oídos. ¡Guardias, prended a este odioso mensajero y devolved su cabeza envuelta en un pellejo de cerdo! ¡Añadid una nota en la que se diga en mi nombre que no tengo hija alguna de la que hacerle entrega! -bramó Mansour.


-No, esperad, esperad -intervino de nuevo Malik Ahmad, quien, pasado el primer arrebato, había comenzado a valorar la propuesta. La desmedida orden de su hermano tenía, además, más valor retórico que verdadera voluntad de asesinar a Kuch Beg: tamaña afrenta cerraría el acceso a cualquier otra vía de resolver el conflicto, incluso a la de la rendición, por mucho que esta alternativa no se considerara. -Ofrecedle un refrigerio en nuestras cocinas. Bien vigilado. Nunca será tarde para ejecutarle, pero quizá tenga la suerte de regresar con vida y con una respuesta a la altura del desafío.


Y así fue. Serenados los ánimos, consultados capitanes y astrólogos; revisadas las reservas existentes en los almacenes, que habían quedado notablemente debilitadas por la ostentación de los recientes festejos hasta ser apenas suficientes para resistir un mes; recordadas las atrocidades cometidas en el pasado por Babur hasta contra los más humildes súbditos de quienes se le habían resistido y la alta mortandad que sus modernos arcabuces habían causado hacía apenas unas semanas en la toma de Bajaur, noticias oportunamente detalladas por un supuesto desertor de las filas chagatais, y sopesado, en fin, el sacrificio de una mujer, por querida que fuera, a cambio de la paz en la región, Ahmad y Mansour hicieron traer de nuevo a Kuch Beg a la sala de audiencias.


-Partid. Babur tendrá lo que pide -fue el escueto mensaje en el que se obviaba el hecho de que Babur no pedía, exigía.


Pocos días después, a media mañana, Sultán Ala-al-din, embajador yusufzai, llegó a Mandesh, donde acampaban las tropas de Babur. Tras él, en el interior de un palanquín a lomos de un camello, Musammat Bibi Mubaraka intentaba soportar el peso de la responsabilidad de salvaguardar la paz para su tribu. La acompañaba Runa, la que había sido su niñera y era hoy la guardiana de sus secretos, la misma que entregara a Babur la ración de arroz en Mahura, y un número de sirvientes personales, cocineros incluidos, que se ocupaban también de conducir los carros en los que se transportaban los víveres, junto con otros presentes añadidos. Nadie se engañaba pensando que dichos víveres no eran en realidad un segundo tributo de pueblo sometido: la princesa era el primero.


Babur los esperó a la puerta de su tienda, abrazó a Ala-al-din, el embajador, cuando éste terminó su reverencia y ceremoniosamente se despojó de su propio manto para entregárselo. Sin mirar siquiera en el interior del palanquín, dio orden de alojar a la princesa afgana en un amplia tienda en el centro del campamento.


Redoblaron los tambores anunciando la inminente boda, incitando al júbilo. Durante toda la tarde y la mañana siguiente, las esposas de los oficiales visitaron a la recién llegada para darle la bienvenida, quedando impresionadas tanto de su belleza como de la parquedad de sus palabras, en la que no supieron, o no quisieron, descubrir cuán cohibida se hallaba la joven y divulgaron en cambio rumores de altivez y ocultos misterios.


Una vez terminó el desfile de las damas, Bibi Mubaraka se preparó para seguir las instrucciones recibidas de su tío Malik Ahmad.


-Avísame cuando se aproxime mi esposo -dijo a Runa. Ésta la informó de cuantas veces Babur atravesó la explanada para pasar revista, uno por uno, a los distintos cuerpos de tropa, para revisar los alimentos recibidos y el estado general de la intendencia, supervisar el estado de la pólvora o para acudir a la tienda que hacía las veces de mezquita. Al fin, después del salatul dhuhur, la oración del mediodía, Babur se dirigió a la tienda en la que la princesa, hasta ayer tan joven como para lucir públicamente el rostro descubierto, le esperaba ocultando recatadamente su belleza, mostrando tan sólo sus espléndidos ojos verdes. Cuando Llegó su reciente esposo, Bibi Mubaraka se inclinó en respetuosa reverencia. Babur se sentó en el diván que había mandado instalar en la tienda.


-Ven, siéntate, pequeña afgana -le dijo.


Pero Bibi Mubarika se limitó a repetir la reverencia y se mantuvo en pie frente a él.


-Venga, acércate y toma asiento; ya eres mi esposa.


De nuevo la joven se inclinó y se acercó un poco más, pero permaneció en pie. Babur comenzaba a impacientarse.


-Ven de una vez, afgana. Olvida ya el orgullo de tu raza -dijo Babur alargando el brazo para jalar del velo que ocultaba el rostro de la joven, que quedó descubierto en todo su esplendor, blanco y redondo como la luna llena.


-No es el orgullo lo que me impide acercarme -repuso ella, con una mirada capaz de avivar cualquier fuego. Babur la miró con tanto interés como sorpresa.


-¿Aún no has entrado en el harén y eres ya maestra en artimañas femeninas? Digna competencia les llega. Habla de una vez.


-Conmigo, señor, se ha entregado todo el clan yusufzai. A vos se encomiendan, seguros de que sabéis apreciar mi sacrificio y el suyo. Por mi bien, devolvedme la honra que abandono ante vuestros pies perdonando las ofensas que alguna vez pudieron cometer.



A la mente de Babur llegó el verso de Muhammad Salih:



¿Cómo podría un hombre controlar sus actos ante tan dulce seductora?

Cuando tú estás, ¿quién puede pensar en otra?


-Bien instruida vienes, afgana; y bien ha empleado el tiempo vuestro tío -contestó Babur riendo. -Cuenta con ello. En tu nombre perdono todas las ofensas pasadas recibidas de vuestra familia y clan y declaro que de ahora en adelante no albergaré ocultas ni malvadas intenciones hacia los yusufzai de las montañas. Avergonzada tranquilidad reciban ellos de saber que ha sido una mujer, casi niña, quien les ha conseguido la paz final. No te preocupe más tu virtud ¿No eres ya la esposa del rey de Kabul? Ven al diván.


Tras lo que ambos se desnudaron y gozaron hasta la oración de la tarde, en la que, Babur en la mezquita y Bibi Mubaraka en su tienda, agradecieron al Todopoderoso los dones recibidos.


Al día siguiente emprendieron un lento regreso, asestando aún algunos escarmientos por el camino. Una semana después, precedido y anunciado por los redobles victoriosos de cincuenta atabales, entraba Babur en Kabul sobre su mejor caballo persa, tan negro como la montura, bordada en plata, que ensalzaba aún más su gallardía. Un camello enjaezado con las más ricas gualdrapas le seguía, en lo alto del cual un palanquín, con las cortinas ostentosamente abiertas, mostraba en su interior como un preciado trofeo la figura de una joven, la belleza de cuyos ojos, tan lejanos para la multitud, era ya comentada en los corrillos de los cafetines por hombres que jamás los verían.




Me temo que esta historia es bastante menos verosímil que la que os conté el otro día. Babur en sus memorias menciona apenas que el embajador yusufzai vino a entregar a la princesa. Y poco probable es que se metiera personalmente a espiar en el castillo del enemigo.

Aun así, espero que os haya gustado.


A continuación tenéis la fuente de este relato, que, como digo, se incluye en la raducción de Susan Beveridge de las memorias de Babur.


For English readers:

What precedes turns in novel style the Appendix K from the Babur-Nama translation by Susan Beveridge. Here is such appendix.




Apendix K.— AN AFGHAN LEGEND.

My husband's article in the Asiatic Quarterly Review of April 1 90 1 begins with an account of the two MSS. from which it is drawn, vis. I.O. 581 in Pushtu, I.O. 582 in Persian. Both are mainly occupied with an account of the Yusuf-zaT. The second opens by telling of the power of the tribe in Afghanistan and of the kindness of Malik Shah Sulaiman, one of their chiefs,to Aulugh Beg Mirza Kdbull, (Babur's paternal uncle,) when he was young and in trouble, presumably as a boy ruler.

It relates that one day a wise man of the tribe, Shaikh Usman saw Sulaiman sitting with the young Mirza on his knee and warned him that the boy had the eyes of Yazid and would destroy him and his family as Yazld had destroyed that of the Prophet. Sulaiman paid him no attention and gave the Mirza his daughter in marriage. Subsequently the Mirza having invited the Yusuf-zal to Kabul, treacherously killed Sulaiman and 700 of his followers. They were killed at the place called Siyah-sang near Kabul ; it is still known, writes the chronicler in about 1770 AD. (1184 ah.), as the Grave of the Martyrs.]

Their tombs are revered and that of Shaikh Usman in particular.

Shah Sulaiman was the eldest of the seven sons of Malik Taju'd-din ; the second was Sultan Shah, the father of Malik Ahmad. Before Sulaiman was killed he made three requests of Aulugh Beg ; one of them was that his nephew Ahmad's life might be spared. This was granted.

Aulugh Beg died (after ruling from 865 to 907 AH.), and Babur defeated his son-in-law and successor M. Muqim {Arghiin, 910 AH.). Meantime the Yusuf-zal had migrated to Pashawar but later on took Sawad from SI. Wais (Hai. Codex ff. 219, 220, 221).

When Babur came to rule in Kabul, he at first professed friendship for the Yusuf-zal but became prejudiced against them through their enemies the Dilazak who gave force to their charges by a promised subsidy of 70,000 shdhrukhl. Babur therefore determined, says the Yijsuf-zai chronicler, to kill Malik Ahmad and so wrote him a friendly invitation to Kabul. Ahmad agreed to go, and set out with four brothers who were famous musicians. Meanwhile the Dilazak had persuaded Babur to put Ahmad to death at once, for they said Ahmad was so clever and eloquent that if allowed to speak, he would induce the Padshah to pardon him.

On Ahmad's arrival in Kabul, he is said to have learned that Babur's real object was his death. Plis companions wanted to tie their turbans together and let him down over the wall of the fort, but he rejected their proposal as too dangerous for him and them, and resolved to await his fate. He told his companions however, except one of the musicians, to go into hiding in the town.

Next morning there was a great assembly and Babur sat on the dais-throne. Ahmad made his reverence on entering but Babur's only acknowledgment was to make bow and arrow ready to shoot him. When Ahmad saw that Babur's intention was to shoot him down without allowing him to speak, he unbuttoned his jerkin and stood still before the Padshah. Babur, astonished, relaxed the tension of his bow and asked Ahmad what he meant. Ahmad's only reply was to tell the Padshah not to question him but to do what he intended.

Babur again asked his meaning and again got the same reply.

Babur put the same question a third time, adding that he could not dispose of the matter without knowing more. Then Ahmad opened the mouth of praise, expatiated on Babur's excellencies and said that in this great assemblage many of his subjects were looking on to see the shooting ; that his jerkin being very thick, the arrow might not pierce it ; the shot might fail and the spectators blame the Padshah for missing his mark ; for these reasons he had thought it best to bare his breast. Babur was so pleased by this reply that he resolved to pardon Ahmad at once, and laid down his bow.

Said he to Ahmad, "What sort of man is Buhlul Liidil''

" A giver of horses," said Ahmad.

" And of what sort his son Sikandar ? " "A giver of robes."

'' And of what sort is Babur ? " " He," said Ahmad, " is a giver of heads."

" Then," rejoined Babur, " I give you yours."

The Padshah now became quite friendly with Ahmad, came down from his throne, took him by the hand and led him into another room where they drank together. Three times did Babur have his cup filled, and after drinking a portion, give the rest to Ahmad. At length the wine mounted to Babur's head ; he grew merry and began to dance. Meantime Ahmad's musician played and Ahmad who knew Persian well, poured out an eloquent harangue. When Babur had danced for some time, he held out his hands to Ahmad for a reward {bakhshish), saying, " I am your performer." Three times did he open his hands, and thrice did Ahmad, with a profound reverence, drop a gold coin into them. Babur took the coins, each time placing his hand on his head. He then took off his robe and gave it to Ahmad ; Ahmad took off his own coat, gave it to Adu the musician, and put on what the Padshah had given.

Ahmad returned safe to his tribe. He declined a second invitation to Kabul, and sent in his stead his brother Shah Mansur. Mansur received speedy dismissal as Babur was displeased at Ahmad's not coming. On his return to his tribe Mansur advised them to retire to the mountains and make a strong sangur. This they did ; as foretold, Babur came into their country with a large army. He devastated their lands but could make no impression on their fort. In order the better to judge of its character, he, as was his wont, disguised himself as a Qalandar, and went with friends one dark night to the Mahura hill where the stronghold was, a day's journey from the Padshah's camp at Diarun.

It was the *Id-i-qurban and there was a great assembly and feasting at Shah Mansur's house, at the back of the Mahura mountain, still known as Shah Mansur's throne. Babur went in his disguise to the back of the house and stood among the crowd in the courtyard. He asked servants as they went to and fro about Shah Mansur's family and whether he had a daughter. They gave him straightforward answers.

At the time Musammat Bibl Mubaraka, Shah Mansur's daughter was sitting with other women in a tent. Her eye fell on the qalandars and she sent a servant to Babur with some cooked meat folded between two loaves. Babur asked who had sent it ; the servant said it was Shah Mansur's daughter Bibl Mubaraka. " Where is she ? " " That is she, sitting in front of you in the tent." Babur Padshah became entranced with her beauty and asked the woman-servant, what was her disposition and her age and whether she was betrothed. The servant replied by extolling her mistress, saying that her virtue equalled her beauty, that she was pious and brimful of rectitude and placidity ; also that she was not betrothed. Babur then left with his friends, and behind the house hid between two stones the food that had been sent to him.

He returned to camp in perplexity as to what to do ; he saw he could not take the fort ; he was ashamed to return to Kabul with nothing effected ; moreover he was in the fetters of love. He therefore wrote in friendly fashion to Malik Ahmad and asked for the daughter of Shah Mansur, son of Shah Sulaiman. Great objection was made and earlier misfortunes accruing to Yusuf-zal chiefs who had given daughters to Aiilugh Beg and SI. Wais (Khan Mirza ?) were quoted. They even said they had no daughter to give. Babur replied with a " beautiful " royal letter, told of his visit disguised to Shah Mansur's house,of his seeing Bibl Mubaraka and as token of the truth of his story, asked them to search for the food he had hidden. They searched and found. Ahmad and Mansur were still averse, but the tribesmen urged that as before they had always made sacrifice for the tribe so should they do now, for by giving the daughter in marriage, they would save the tribe from Babur's anger. The Maliks then said that it should be done " for the good of the tribe ".

When their consent was made known to Babur, the drums of joy were beaten and preparations were made for the marriage; presents were sent to the bride, a sword of his also, and the two Maliks started out to escort her. They are said to have come from Thana by M'amura (?), crossed the river at Chakdara, taken a narrow road between two hills and past Talash- village to the back of Tirl (?) where the Padshah's escort met them. The Maliks returned, spent one night at Chakdara and next morning reached their homes at the Mahura sangur.

Meanwhile Runa the nurse who had control of Malik Mansur's household, with two other nurses and many male and female servants, went on with Bibl Mubaraka to the royal camp. The bride was set down with all honour at a large tent in the middle of the camp.

That night and on the following day the wives of the officers came to visit her but she paid them no attention. So, they said to one another as they were returning to their tents, " Her beauty is beyond question, but she has shewn us no kindness, and has not spoken to us ; we do not know what mystery there is about her."

Now Bibl Mubaraka had charged her servants to let her know when the Padshah was approaching in order that she might receive him according to Malik Ahmad's instructions. They said to her, " That was the pomp just now of the Padshah's going to prayers at the general mosque." That same day after the Mid-day Prayer, the Padshah went towards her tent. Her servants informed her, she immediately left her divan and advancing, lighted up the carpet by her presence, and stood respectfully with folded hands. When the Padshah entered, she bowed herself before him. But her face remained entirely covered. At length the Padshah seated himself on the divan and said to her, " Come Afghaniya, be seated." Again she bowed before him, and stood as before. A second time he said, " Afghaniya, be seated." Again she prostrated herself before him and came a Httle nearer, but still stood. Then the Padshah pulled the veil from her face and beheld incomparable beauty. He was entranced, he said again, " O, Afghaniya, sit down." Then she bowed herself again, and said, " I have a petition to make. If an order be given, I will make it." The Padshah said kindly, " Speak." Whereupon she with both hands took up her dress and said, " Think that the whole Yusuf-zal tribe is enfolded in my skirt, and pardon their offences for my sake."

Said the Padshah, " I forgive the Yusuf-zal all their offences in thy presence, and cast them all into thy skirt. Hereafter I shall have no ill-feeling to the Yusuf-zal." Again she bowed before him; the Padshah took her hand and led her to the divan.

When the Afternoon Prayer time came and the Padshah rose from the divan to go to prayers, Bibi Mubaraka jumped up and fetched him his shoes. ^ He put them on and said very pleasantly, " I am extremely pleased with you and your tribe and I have pardoned them all for your sake." Then he said with a smile, " We know it was Malik Ahmad taught you all these ways." He then went to prayers and the Bibi remained to say hers in the tent.

After some days the camp moved from Diarun and proceeded to Bajaur and TankI to Kabul.

……………

Bibi Mubaraka, the Blessed Lady, is often mentioned by Gul-badan ; she had no children ; and lived an honoured life, as her chronicler says, until the beginning of Akbar's reign, when she died. Her brother Mir Jamal rose to honour under Babur, Humayun and Akbar.