lunes, 7 de marzo de 2011

Un amor homosexual de Babur



Babur, la Pantera, fundador de la dinastía mogol de la India, poeta en persa y en turco, autor de uno de los más completos libros de memorias de la historia, amante de la caza, implacable guerrero que, como su antecesor Gengis, pasó de estar solo, sin tierra y perseguido por su propia familia a dominar un imperio que se extendía desde la parte oriental de la actual Irán hasta el golfo de Bengala, que levantaba pirámides con las cabezas de sus enemigos derrotados como público escarmiento, comedor de opio y bebedor de aguardiente, desposado hasta siete veces, dueño y señor de tan cuantioso harén como sus cambiantes circunstancias se lo permitían, sufrió en su juventud una sorprendente pasión homosexual.

En aquélla época en Asia Central tales amores, aun condenados por el Corán, no estaban socialmente estigmatizados como algo abominable; prueba de ello es el sincero relato de ese episodio que hace el mismo Babur en sus memorias. Pero no deja de sorprender, al menos al hombre occidental de hoy, que personaje de semejante bravura se dejara arrebatar de esa manera. Juzgadlo vosotros mismos.

"Ayisha Sultan Begun”, escribió Babur años después en sus memorias, “para quien mi padre y el suyo habían concertado matrimonio desde que éramos niños, llegó aquél año a Khujand, donde nos encontrábamos, y la tomé por esposa en el mes de Shaban. Ese era mi primer matrimonio yaun lejos de tener yo una mala disposición hacia ella, por timidez y modestia la visitaba sólo una vez cada 10, 15 o 20 días. Pero incluso esta leve afición a ella declinó pronto, y cada vez me apetecía menos, hasta el punto de que mi madre Khanam Begn tomó la costumbre de venir cada 30 o 40 días con palabras reprobatorias a obligarme a visitar a mi reciente esposa, quisiéralo o no"

En aquéllos días descubrí en mí una extraña inclinación (que, como reza el verso, ‘afligió y enloqueció mi alma’), por un joven del bazar del campamento que además era portador del muy adecuado nombre de Baburi, feliz coincidencia. Nunca hasta entonces había sentido por nadie una pasión semejante ni de amor ni de deseo, ni había prestado atención a palabras que hablaran de estos temas. Entonces, sin embargo, me sentí impelido a escribir yo mismo versos de amor tanto en turco como en persa, de los cuales los siguientes son ejemplo:


Me vi asombrosamente aficionado a él.

¡No, seamos sinceros! Fue locura y arrebato.


Nunca hubo amante tan desdichado, tan enamorado, tan deshonroso como yo,

Ni amado tan cruel y desdeñoso.


Alguna vez vino Baburi a visitarme, ocasiones en las que me embargaba tal vergüenza y pudor que me sentía incapaz de mirarle a la cara. ¿Cómo podría yo entonces entretenerle con mi conversación o, aún menos, confesarle my pasión? Mi propia confusión me impedía incluso agradecerle su visita, ni reprocharle su partida. Ni siquiera tenía yo suficiente control de mí mismo como para recibirle con las normas comunes de cortesía. Un día de aquella época de deseo y pasión, pasaba yo por una estrecha calleja con sólo unos pocos de mis directos servidores, cuando de repente me topé de bruces con Baburi. Fue tanta la impresión que me causó el repentino encuentro, que creí desfallecer y no fui capaz de sostener su mirada ni de articular palabra. Continué mi camino sumido en el desasosiego, recordando los versos de Muhammad Salih:

Me invade la vergüenza cuando veo a mi amado;

Mis compañeros me miran y yo miro para otro lado.

Este pareado se ajusta de maravilla a aquella situación. A causa de esta mi violenta pasión y juvenil locura caminaba por las calles, jardines y huertos con la cabeza descubierta y los pies descalzos, negando las atenciones debidas a propios y extraños y sin respeto de mí mismo:


Este torbellino de deseo me atormentaba; yo no sabía

Que tal ocurre a quien se enamora de un hermoso rostro.


A veces paseaba como un loco por montes y valles, a veces por jardines o suburbios, un sendero tras otro, en un vagabundeo que estaba fuera de mi elección; ni decidía yo dónde ir ni dónde detenerme.

No tenía fuerza para ir, ni fuerza para quedarme;

No era yo más que lo que tú habías hecho de mí, oh, ladrón de mi corazón.”


¡Ahí es ná! Eso es ser franco y lo demás tonterías.

Como vemos, no parece que ese amor se consumara.

Años después su esposa Ayisha Sultan le abandonó, dice la historia que harta de derrotas, huidas y miserias. Pero quién sabe.

Abierta a vuestra retorcida (o quizá no tanto) imaginación queda la respuesta.

Quizá otro día os hable de otro amor de Babur, esta vez con una princesa afgana. Toda una aventura romántica.



For English readers:

What precedes is a Spanish translation of following episode related by Babur in his memories.
Here is this episode of surprising sincerity:

Āisha Sultan Begum, the daughter of Sultan Ahmed Mirza, to whom I had been betrothed in the lifetime of my father and uncle, having arrived in Khojend, I now married her, in the month of Shābān. In the first period of my being a married man, though I had no small affection for her, yet, from modesty and bashfulness, I went to her only once in ten, fifteen, or twenty days. My affection afterwards declined, and my shyness increased; insomuch, that my mother the Khanum, used to fall upon me and scold me with great fury, sending me off like a criminal to visit her once in a month or forty days.

At this time there happened to be a lad belonging to the camp-bazaar, named Bāburi. There was an odd sort of coincidence in our names:

(Tūrki verse)—

I became wonderfully fond of him;
Nay, to speak the truth, mad and distracted after him.

Before this I never had conceived a passion for any one; and indeed had never been so circumstanced as either to hear or witness any words spoken expressive of love or amorous passion. In this situation I composed a few verses in Persian,* of which the following is a couplet:

Never was lover so wretched, so enamoured, so dishonoured as I;
And may fair never be found so pitiless, so disdainful as thou!

Sometimes it happened that Bāburi came to visit me; when, from shame and modesty, I found myself unable to look him direct in the face. How then is it to be supposed that I could amuse him with conversation or a disclosure of my passion? From intoxication and confusion of mind I was unable to thank him for his visit; it is not therefore to be imagined that I had power to reproach him with his departure. I had not even self-command enough to receive him with the common forms of politeness. One day while this affection and attachment lasted, I was by chance passing through a narrow lane with only a few attendants, when, of a sudden, I met Bāburi face to face. Such was the impression produced on me by this rencounter, that I almost fell to pieces. I had not the power to meet his eyes, or to articulate a single word. With great confusion and shame I passed on and left him, remembering the verses of Muhammed Sālih:

I am abashed whenever I see my love;
My companions look to me, and I look another way.

The verses were wonderfully suited to my situation. From the violence of my passion and the effervescence of youth and madness, I used to stroll bare-headed and barefoot through lane and street, garden and orchard, neglecting the attentions due to friend and stranger; and the respect due to myself and others:

(Tūrki verse)

During the fit of passion, I was mad and deranged; nor did I know
That such is his state who is enamoured of a fairy face.

Sometimes, like a distracted man, I roamed alone over the mountains and deserts; sometimes I went wandering about from street to street in search of mansions* and gardens. I could neither sit nor go; I could neither stand nor walk.

(Tūrki verse)

I had neither strength to go nor power to stay;
To such a state did you reduce me, O my heart!

 
When the Afternoon Prayer time came and the Padshah rose from the divan to go to prayers, Bibi Mubaraka jumped up and fetched him his shoes. ^ He put them on and said very pleasantly, " I am extremely pleased with you and your tribe and I have pardoned them all for your sake." Then he said with a smile, " We know it was Malik Ahmad taught you all these ways." He then went to prayers and the Bibi remained to say hers in the tent. 
 
After some days the camp moved from Diarun and proceededy Bajaur and TankI to Kabul.^ 

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